Me dicen que es por la merca que no duermo en todo el día, que puedo argumentar, vivir, estar lleno de vigor y ganas de pelear ideas desaparecidas y enterradas: no han visto tus miradas, cuando querés joderme, hacia el infinito, parodiando lo tanto que me la creo, mirando, como un médico un enfisema pulmonar, lo inmediato y profundo del alma.
Me agarrás, tibia y prepotente, de la mano.
Para caminar.
Cuando estoy triste.
Vos dormida, toda silencio y un cielo, pedazo, chiquito, de infinito. Vos dormida y los gorriones. Allá, cuando fuimos, testimonio de las pesadas cadenas hermosas del amor, cuando fuiste conmigo, sencilla y tierna, a Paraná.
Estoy, Emilia, completamente borracho.
Pendenciero. Y absoluto.
Con bronca y fuego por lo que cualquiera piense, ya está, deberíamos drogarnos de nubes y un pimpollo tejido, ahora que estás, en la cima profunda del embarazo existencial, hacer un pompón, rubia terrible, no sé en San Juan cómo les decían a esos gorros, para dormir, vos que tenés piyama de telas chetas que no conozco. Vos que tenés piedad, vos que tenés eso. Tan importante.
Nosotros, mirá, yo no soy rock, ya me aburre eso. Las siestas tirado en la cama. Las patas. Despatarradas. Las mil horas diarias donde trabajo. Mal pago. Las citas, esotéricas y nerviosas, de poetas clásicos, con que adorno esta desolación de orfanato. Las ganas de vivir otra vida. Los enemigos míos, que te bardean a vos. La idea, ojalá acertada, de que te puedo dar: mirá, aprender a morder, los dientes, ante tantas sobradas, vos que sos primavera, vos que sos la mina más preciosa del mundo, qué elegante, manera, chanta, yo soy un atorrante, pero te escribo, mientras dormís, esto. Para decirle a los que te jodan que de ahora en más, de ahora y antes, de ahora y siempre, se meten conmigo. Que me estoy cansando. De que te subestimen. Los rumores corren. Se exageran. Se alejan, irremediables y absolutos, delicados, tan pelotudos. Yo siempre fui el resto del tiempo.
A mí me chupa un huevo.
Pero vos sos la delicadeza. Un cristo de la infancia en la mesa de la luz.
Toda dormida.
Yo creo que el mundo descansa. Mientras vos tengas los párpados llenos de calma. Que seas la distancia. Y el vuelo.
Cuando me tirabas con vasos y me gritabas, pataleando, cuando me mirabas a los ojos, cuando te sonabas, con un pañuelo, las tetas, cuando te ibas del tiempo, cuando volvías, cuando fuimos los balcones y las azaleas y los amaneceres y cuando, te acordás, princesa de imperios celestes, espaciados, espaciales, te acordás, tan tenue, cuando te ibas a las manos por las ganas de coger. Qué importan los que te subestimen, ni saben de las rutas que hicimos discutiendo a Simone De Beauvoir. De las vacas pastando. Los amigos faltando. De los faltos de poesía. De todas las putas por las que pedimos clemencia, yo tan feminista, al costado del foco rojo, vos tan comprensiva.
Vos que habías conocido la gloria del glamour y te habías hartado.
Ahora que se puebla, el panorama político, de viejas calandrias que son capaces de subastar a la madre. Incapaces de amar. Sino tiene raiting.
Estoy harto.
Después viene como ducha la curva firme de tus pies.
Todas tus bombachas.
Nuestros espejos.
Las flores que me regalaste.
Los delincuentes de mi barrio que me invitan una cerveza cuando no tengo plata.
Toda esa malaria de amor incomprensible.
Lo incognoscible de tu culo.
La onda minita de los buitres del espectáculo. Mis ganas de defenderte. Las tuyas de cuidarme. Los países que sos. El canto rodado de los aviones. Lo que te sobra. Lo que puedo darte. Las películas, entre besos, que nunca vimos.
Vos sonreís y se puebla el mundo de buenas intenciones.
Vos tan herida. Tan dormida.
De todos los fantasmas que iban invadirme, vos, que sos de las pocas hermosas personas que acá, en lo extraño; yo que hablo sin falsas profecías de mi barrio, siguen teniendo amigas, amigos, del barrio, de la patrias pequeña de cuando fuimos pequeños. Vos que sos capaz de hacerle sentir a un pescador de islote y cañaveral que estas, con sencillez de autoconocimiento, de su lado.
Vos que te adaptaste al mundo hipócrita con más huevos, sin dudas, con mas resistencia y conservado, ja, sin fecha de vencimiento, los sueños. Vos que me corrés, en las noches secretas de luna a través de la cortina, por izquierda. Vos que sos Miami, con derechos humanos. Vos que me paseás en ética peor te ponés colorada de impotencia, a vos, que tenés los frenos inhibitorios que me faltan. Vos que sos el morral y el corral, el matorral y el andurrial, vos que tenes pelotas y resististe, vos, enseñame, con tu frente alta pero tan digna, con tus dientes que muerden pero atrapan y no sueltan, cuando, sobre todo, cuando el otro, cualquier otro de todos los castores de la patria, necesitan.
Castorcita mía.
De arriar tu culo a arriar mis banderas, me pronosticaron. Tanto.
Emilia, mundial.
cada vez que te callás y me ponés una canción entiendo el principio de la física y de todas las cosas. De la mano de tu enciclopedia de caricias.
Con ese cinismo, ese humor negro. Que compartimos.
Si supieras, el miedo que tengo.
Escribo ésto para contarlo, yo, pibe de barrio, que tengo la novia más bella, irremediablemente bella, que se pueda conseguir en este planeta. Y en el resto de los planetas del universo. Y de los planetas y extraterrestres que puedan descubrir. Tengo una novia mundial. Universal. Transplanetaria.
No soy ningún boludo.
Pero prefieron cuatrocientas mil trescientas veces pasar por boludo que perder un segundo de tu piel con prisas y testimonios, tantos, de que soy un gil con suerte.
Voy a pelearlos a todos.
Soy loco.
No me jodan.
Y que la comparsa de forros sin hermenéutica, de idiotas de cotillón, de contratapa. Vos y tus ojos ganan el salto mundial. En las olimpiadas de las buenas personas. Ellos, todos. Livianitos y pueriles. Brutos como una cantimplora vacía. Pero con la misma arrogancia de supervivencia. Yo estoy podrido. Yo estoy profundamente asqueado. De sus sistemas de privilegio. De sus afanos. De sus contratos. De sus jefes ocultos. De sus batallitas, tontuelas, por el ego. Y la guita. De las tetas caídas. De los juicios morales, chantas, sinvergüenzas, caraduras.
-Está muy fuerte la música, el mismo, único tema, con que escribo algo. Emilia.
-No, Lucas. Me da quietud saberte así, porque a veces te vas, escribiendo.
De la inmensidad de tu cuerpo hermoso hasta la patria absurda de lo que te exigen, desde qué morral ético, los maestros, putañeros, del ceremonial y protocolo.
Nosotros nos distinguimos, fijate, por el inmenso respeto a nuestros ex.
De la puntita, jugosa como un bife de chorizo, de tu lengua puesta en modalidad Raymond Chandler, hasta el próximo precipicio donde no me engañen y me caiga al ridículo, de todo eso sale no un libro, no un contrato, no una transacción. Sino este abismo. Piba inteligente, con la desgracia de ser, sencillamente, hermosa. Las prostitutas del prestigio te odian y hablan de cosas de género mientras se rellenan con almohadones el corpiño, señoras tan buscando el contrato de su próxima novia De. Aguanta. Vos, podés. Por tener este atorrante de novio. Por tener que explicar cosas. Por creer en el amor. Por tener esa compulsión, equivocada, de demostrar. No hay nada que explicar. Ni demostrar. No resbales escalones para que las princesas no se sientan gordamente ofendidas. Vos sos Cenicienta. Vos ganaste el arco iris, por derecho propio, por luchadora, por que te subestimaron, por que tenés más huevos que una tortilla sin verduras, por tener amigas, por que sean de verdad, por el mundo que se abre, por el mundo que se pierde. Por tener un pibe, digan lo que digan, que de puro atorrante, sin ser dueño de nada, se cola, para reglarte entero, sin excepciones, cada mancha, cada clima, cada genocidio, cada primavera, todas las esperanzas, cada continente; yo, Emilia, te regalo el mundo.
Qué me importa que no sea dueño de las cosas.
De absolutamente ninguna, escrituradamente, como hablan del amor los vacíos, los rendidos, los pueriles. Qué me importa no ser dueño de nada, yo te regalo, igual, como un sueño, una posibilidad, todos, si querés todos mis fracasos, te los regalo, te regalo mi mundo, te regalo el mundo, la posibilidad de cambiarlo, las ganas enormes, Emilia de mis días, las ganas urgentes de estar a la altura de tu circunstancia; por eso, bueno, no es mío, nunca me lo reconocerán, pero lo amo casi tanto como a vos. Y te lo regalo. Emilia. De mi parte. El mundo, es tuyo.