martes, mayo 07, 2013

Helado de cucumelo



Hoy vino una mujer a pedirme que la cruce de calle. Fue lo único importante que me pasó en varias semanas. Era una mujer muy viejita. Iba, yo, caminando por avenida Ramírez, para el lado del parque Urquiza. A la casa de un amigo. Estaban, en lo de mi amigo, haciendo unos pescados a la parrilla. Y en la parte, pasando calle colón, un par de cuadras más, ahí, que está la lomada, venía la viejita por la calle de adentro, saliendo del caserío que en mi infancia era villa. Y cruzando la calle eran casas de clase media baja.  Ahí, enfrente, tuve una novia sin besos en la pubertad que era misteriosamente hermosa. Ella. La pubertad es una palabra fea pero también un período hermoso, aunque hoy la paso mejor. Con menos dudas y más libertad. Y le gustaba jugar a que era modelo. Y yo periodista y que la entrevistaba. Ahora que recuerdo, ella no vivía ahí, ahí vivía la amiga. Da lo mismo. Me llamaba mil veces al teléfono de mi casa. En ese entonces no había celulares. Me volvía, en ese verano largo, del club, por si había llamado. Y sí, siempre había llamado. Vivía en el barrio Paracao, para la otra punta del río. Entonces ya empezaba a ser un barrio residencial, con chalets y parquecitos de una clase media todavía amable. Hay una calle por ahí que se llama Revolución de 1890. Pero entonces recién ese despliegue inmobiliario empezaba. Que se frenó, para ese lado, porque los terrenos de atrás, llenos de cuchillas pronunciadas, son inundables. El Ejército, su dueño, quiso venderlos para hacer viviendas, cuando José Cáceres era el encargado del área. Pero los estudios dijeron que no servían para nada. Los terrenos. Bueno, el ejército tampoco.
El sueño de esa piba era ser modelo. Una vez, yo le seguía el tren en aquellos años donde el tren real que dividía la ciudad se desmontaba (hoy volvió, estuvo bien con eso el Pato Urribarri y José es su vicegobernador), quería que le cuente a la amiga que había estado en mi casa, acostada en la cama y que nos habíamos besado un montón. Hasta ahí nomás. Ya era pornográfico. Ella nunca había besado.
Viví, con Malala, frente a la vieja estación de tren de Paraná. Y cuando la cosa empezaba a pudrirse, cruzaba un puentecito para traseúntes y del otro lado, hasta el trío de calles Justicia Social, Independencia Económica y Soberanía Política -¿era así o cómo?- me iba a la casa de José, su sobrino, David, era chiquito, vivía con él tras la muerte del padre. Y él se iba a hacer campaña, entonces ya no era concejal (que le había puesto ese nombre a esas calles de su barrio|. Hijo de ferroviarios, como es el gobernador. Parece una apología de ellos, ja, qué me importa) pero algo era. Me quedaba con David, que me traía cervezas. Mirando la tele. Hablando de libros. Haciéndole la tarea. Cuando anochecía me volvía caminando, por atrás de la cárcel, a casa. Me levantaba a las 5 de la mañana, porque a las 6 entraba a la radio. Al programa que hacíamos con Marcelo Faure. Un gran poeta, Marcelo.



Crucé a la señora, llevándole la bolsa de arpillera decorada para las compras. Que estaba pesada. Con papas y coliflor. Ni el coliflor ni el pescado son aconsejables en ciertas viviendas. Por el olor. En la casa de mi amigo hay clavo de olor, esas plantas, especies aromáticas. Mi vieja nuna quería hacer pescado por el olor. Aunque la cocina tiene al lado la puerta del patio y una ventana que da al jardín del callejón. En la puerta de mi casa, cuando la rubia quería ser modelo y yo periodista, había un arbusto de floripondio. Mucho después, cuando ya se había secado, me enteré que era una droga. Esas cosas del litoral como el cucumelo. El floripondio se toma como té y es alucinógeno. El cucumelo es un hongo, que crece debajo de la cagada del cebú, que es un mamífero inmenso, mezcla de vaca con toro y con cuernos. Cucumelo hay más arriba del río Paraná, en Misiones. Pero hay también en Santa Fe, en las afueras de la ciudad, cruzando el tunel y dándole, por la costanera de la laguna Setúbal, que oficialmente se llama, atólicamente se llama, Guadalupe, como el barrio de paredones y mansiones sojeras que se erige soberbio entre el pobrerío que toma mate caminando.
Por ahí fuimos, una vez con Mendieta, caminando. Y una chica, amiga mía, caminando, periodista de allá, que se le tiraba sin disinulos pero Mendieta estaba casado. Era como el poeta de este mundo kirchnerista inverosímil que crecía. Después tomamos una cerveza en la vieja estación de ferrocarrill hecha un centro cultural. Claro, ahora recuerdo. Yo entonces vivía en Santa Fe. Y después fuimos a un asado en el sindicato de periodistas con Hernán Brienza. Ellos habían dado una charla ahí. Esa noche organizamos el kirchnerismo disidente: el que tiene sentido del humor.
 Pasando esa costanera, alejándose de las mansiones y las chacras, hay cebús. Y el cucumelo crece después de la lluvia debajo de la bosta. Durante mi adolescencia, donde esas cosas importaban, había estallado en las radios FM (que eran las que escuchaban los jóvenes, las FM truchas. Yo también, más vale, aunque trabajaba en una AM, la única, la radio nacional de allá. Tenía 15 o 16 años, eran días de universales descubrimientos sexuales y literarios, las cosas eran lindas, pero ahora son mejores) la Cumbia del Cucumelo, de Las Manos de Fillippi. Entonces creo que Horacio Piceda, que en ese entonces manejaba el boliche frente al Pato Sirirí donde iban los universitarios, trajo a Las Manos. Y el lugar se llenó. Después empezaron con sus canciones de protesta, que nadie conocía. Pero esos públicos son respetuosos. Piceda después fue concejal de la UCR, la última vez que lo vi fue en un recital en Santa Fe de Zambayonny. Ahí pasó algo que mejor no contar pero que luego usé para una investigación, capaz la más importante que saqué en el diario Crónica. No tuvo mucha repercusión, igual. En Buenos Aires. En Santa Fe, sí.
Los Tekis, con mucho impacto en el litoral, también hicieron la cumbia del cucumelo. Que me puse a buscarla en youtube, hay todas versiones mal grabadas. No, alto. También una versión de Rodrigo. Y la encontré bien grabada. El cucumelo es amargo, amarguísimo como una canción alegre de Zitarrosa. Se come con dulce de leche o miel. No es aconsejable. Es unja porquería. El floripondio es peor.




En ese boliche donde tocó Las Manos de Fillippi varios años después yo conducía un show de un programa de cumbia. Cosas de la vida. Era un programa de un pelado, no recuerdo el nombre -cuando la rubia que quería ser modelo y etcétera, nos habíamos peleado con el pelado (por muy otra cosa, nada que ver con la piba, ni se conocían; bah, tampoco taaaan otra cosa, sino por otra mina: pero él me llevaba, fácil, 8 o 9 años), perdiendo descaradamente yo, a las trompadas. Feo y fuerte, pero así son las cosas, circulares- y el hijo del cantante de Los Palmeras y algún otro que se me escapa. La joda era que la gente llamaba al aire para hacer consultas sentimentales y había un imitador de varios personajes, uno de esos era yo. Habré entonces tenido veintipocos. Mi imitador decía cosas como "dejalo a ese boludo, que se vaya a la puta que los parió". Más o menos como ahora me imaginan, correctamente, los que me conocen. A mis 35 años. Quedaba en la peatonal, la radio. Arriba, ya recordé, del departamento de unas chicas, del interior de Entre Ríos, que habían ido a estudiar no se qué y tenían una amiga de Paraná cuya hermana menor era amiga de la rubia y así. LLegué. Por vericuetos. Así fue como la conocí. Luego eso dejó de ser un departamento, arirba había una radio. Ya para entonces la rubia había abandonado sus sueños de ser modelo y su hermana mayor era una consagrada modelo en las pasarellas de países que ni en el mapa conocíamos. Nunca más supe de la  piba. De la otra, es casi inevitable enterarse. Pero no me importa mucho el asunto.
Capaz que de ahí me vino la ternura que siento por Emilia. No sé.  Los pasillos, a menudo oscuros, de la mente, tienen lógicas retorcidas, no van a otra estación como las vías y los rieles y los trenes. Aunque con suerte, y yo la tuve. se les puede torcer,  a fuerza de insistencia, darles sentido, volverlas alegrías. Volverlas algo calmo.
Le ofrecí a la señora llevarle la bolsa hasta la casa. Me fue contando de uno de los nietos que consiguió trabajo de cajero en uno de los supermercados que están abriendo. En dos meses, la viejita va a ser bisabuela.
-Ojalá dios, lo único que le pido, es que me de vida para conocer mi nieto.
Se la veía bien a la mujer. No hacía falta la plegaria. Pero quién soy yo para meterme.
Venía del campo. Migró en su juventud. Íbamos caminando despacio por veredas desalmadas con cascotes.   ¿Es la intendencia la encargada de las veredas? Creo que sí. Blanca Osuna es la intendenta que me hizo entusiasmar. Está luchando contra viejas comarcas corporativas, ahora que estoy y no estoy no sé en qué podría ayudar, pero lo haría gustoso. Un intendente que me hubiera gustado que gane las elecciones fue Raúl Solanas. Se suicidó. Un buen tipo. Me ayudó mucho con mi primer libro. Una investigación sobre los crímenes de la represión radical del 20 de diciembre de 2001. Era, entonces, diputado provincial. El creó el Archivo de la Memoria, donde estuvo el Mencho Germano. Que falleció. Yo lo quería tanto al Mencho. Y cuando no nos peleábamos era mutuo. Las tardes en el bar de la esquina de la facultad. Raúl fue después diputado nacional cuando tuvo que votar la ley de medios. La votó, más vale. Era de los kirchneristas convencidos. Yo no lo voté. Voté al imbécil de Halle, porque bue, iba con Urribarri. Después Halle, con el conflicto rural, se fue con Duhalde. Pedazo de hijo de puta. Era el más hupamedia de esas minorías intensas que éramos los entonces pocos kirchneristas. Al primer quilombo, huyó. Le tenía afecto. Por eso me dolió más. Era un tipo, también, progresista. Y bue. Así son las cosas. Circulares.
Le habían robado el celular al nieto. Que salía no sé cuánto, no me acuerdo. Era caro. Pablo Vázquez me contó, una vez en un atasco en avenida Córdoba en el microcentro porteño, que en las empresas de telefonía saben que son los trabajadores emergentes, la clase media baja (esos que son producto tajante del proceso kirchnerista) los que compran los celulares más caros. Él venía de trabajar en eso. Siendo licenciado en Comunicación Social. Después vino a Radio América con Zambayonny y quedó en Nacional Rock. Un buen tipo. Su madre dirige un comedor infantil que da de comer a un montón de pibes. En Bahí Blanca. Esa ciudad que nació para que se escriban novelas policiales.



 Sobre Paraná han escrito Ricardo Romero y Selva Almada. Dos buenos escritores. Ricardo se casó -sí, casarse...pensé que sólo era cosa de putos- hace poco. Le fallé. Salía de un estudio de TV, con maquillaje, camisas patéticas, me dio cosa. Ir. No fui. En BsAs.  Me había peleado -lo de siempre, asuntos de polleras- y reencontrado tras la historia más loca, femeninamente hablando, que guardo en mi haber. Bajo siete llaves. Que son como los crisantemos de Sabina. El Sabina que escuchábamos, en la casa de Selva Almada, una noche furiosa de alcohol. Hace poco vi en Clarín un video con una muy buena entrevista de Beatriz Sarlo a Selva, donde le dice, con astucia, que en su literatura se trasluce una adolescencia que es más heavy que el pueblerino siestón que es Paraná. Por cosas obvias después Selva me detestó, no la vi más, la leí, como espiando por la cerradura. Tanto Ricardo como Selva querían ser escritores. Amaban eso. Lo lograron. Y a esta edad, aunque ellos son más grandes, vuelven, desde la frialdad de Buenos Aires, la mirada a Paraná. A una Paraná distinta que la que nos narraron los escritores al servicio de la oligarquía rural. Que ellos, creo, no deploran, pero no le dan bola, tampoco. También está el Flaco Pena y sus historias, ahora las escribe por Facebook. Tiene una novela en gateras. Pero sus tangos. Tienen esa cosa.





Juan es más parecido a mí. Allá era, digamos, polémico. Pero todo eso quedó atrás, ya. Me quiso presentar el nieto, la viejita. Huí. Al final no fui a ningún lado. Me senté en una heladería nueva que han puesto en la esquina donde va terminando la autopista que bordea el río.
Hay un mate gigante, que de este lado, tapa una cosa ridícula que se llama "llave de la ciudad" y es una escultura de una llave. La puso, creo, el hermano de Raúl, Julio Solanas, que fue dos o tres veces intendente. Creo que ahora es diputado nacional, no recuerdo. Fue, en su juventud, un futbolista de cierta relevancia. Un tipo que me cae bien. Pero que me cagó varias veces. Cosas de los políticos. Bah, no, no todos.
Me quedé pensando en la viejita. Estoy seguro que llegaré a esa edad. Y llegaré con tranquilidad. Con la plenitud de la misión cumplida.
No me gusta el helado.
Pero puedo tomar de limón, el que me gustaba cuando me gustaba. Enfrente había una pintada, en aerosol, que había hecho mi amigo Quinoto, que decía "tiemblen gorilas, Tarzán es peronista".
La avenida Ramírez, en ese tramo es una cuesta arriba tan pronunciada hasta el punto que un edificio de acá a dos cuadras -el único edificio en esa parte- no se alcanza a ver. Lo tapa la lomada. Ramírez, ahora que me acuerdo, fue boulevard, no avenida. Creo que lo siguen llamando así. Un boulevard es la calle doble mano, la avenida, digamos, que está sobre el final de la ciudad, si mal no recuerdo o si mal no sé. El boulevard Racedo, donde vivía con Malala, era el final de la ciudad hace muchos, muchísimas décadas. Donde está la principal estación de tren. Y da a Ramírez, unas 30 cuadras más allá. Que desembocan en el boulevard que da a la costanera.
Me gusta mirar los camalotes.
Tienen algo de arrojado al destino. Cruzando tranquilos. Me gusta pensar que tienen algo de mí. Pero no es cierto.
Si tienen algo de mí se lo llevó la correntada hace rato.
De todos modos, se respira bien, acá. Voy a quedarme un rato largo mirando esta esquina. A la noche me tomo un micro, si se levantó el paro, me voy a Buenos Aires. Adonde ninguna mujer me espera. Pero acá tampoco. Y en ningún lado nunca, si afino la mirada.
Antes y después de la rubia me enamoré profundamente de Julia. Todavía, aunque ya no siento más que el paso olvidadizo del tiempo, sigue siendo hermosa, mírenla:



4 comentarios:

  1. A dónde llevo mis dólares negros para entregarselos al confiable Estado argentinos en su época más korrupta?

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  2. Respuestas
    1. Libro? Quien lo va a comprar?

      Este no entiende nada. Lucas tiene espacio porque se lo pagamos todos, nadie lo lee.

      Un libro alguien lo tiene que pagar.

      Aparte con la recesión que hay y la que se viene........

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  3. Es raro que te acusen de tener miles de kilos de dólares guardados con los que no sabes ni que hacer y sacar una ley para blanquear dólares.

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