viernes, agosto 20, 2010

Las mujeres me tienen podrido 2




Estoy leyendo la novela El Chino. De verdad, qué hijo de puta Henning Mankell, no puede escribir tan bien. Y el primer capítulo, por dios, si existieras, deberías leerlo: un zorro, un zorro de verdad, un animal, cruzando la frontera y comiéndose cadáveres.  Dios no puede existir, aunque es raro que en los lugares donde occidente hace masacres que sonrojarían a los nazis, en Guantánamo, en Irak, en Afganistán, en Nigeria, hay cadáveres y creen con fuerza, los masacrados, y los masacradores, en dios. En dios con mayúsculas. Cómo puede ser, entonces.
Hoy tenía ganas de creer en dios.
Tenía muchas ganas.
De pedirle por mis amigos que están tristes, por las chicas que me odian, por la prótesis de mi vieja, por los viejos que duermen en la calle, por los que están solos, por la clase de matemática de mi sobrina, para que Josefina arregle las cosas con su novio y que todos los pibes tengan hoy una moneda y una chica porque estalló el verano. Hay cadáveres y hay tristeza. Estoy escribiendo cualquier cosa, blogger K. En Yibuti caen, después de caminar a veces 800 kilómetros, los refugiados de la guerra entre Somalía y Etiopía. En el culo del mundo. Donde dios, si existe, hace masacres. Y si no existe, que lo sepa: en su nombre se hacen las más bravas atrocidades. Quería hablar de otra cosa. No sé de qué.
Ultimamente, pienso, con ternura, que quizás no debí haber herido tanta gente. Un fuego así, me viene de adentro, una locura, una cosa sacada, que me quema, que me lleva, que me obliga y tengo ganas de putear y romper todo.
A eso, le contaba a Laura en Córdoba, se le llama, sabelo, talento. Ojo, pará: nada de agrandarse, soy un chico del interior, detestado en sus pagos, que va y viene y vive de hablar y escribir y sin mucha relevancia. Pero. Aún así. A veces me sorprende. Yo quería, como Neruda, ser un marinero con una amante fatal en cada puerto, y escribir una biblia que haga llorar a las mujeres, a las camareras y a las mozas y a las estudiantes de ciencias sociales -tengo debilidad por las estudiantes de antropología-. Así que devoré La Atención de Alberto Moravia y los 120 días de Sodoma, hasta soporté El Hacedor de Borges -"no recuerdo, Macedonio, si esa noche nos suicidamos"- todo para perfeccionarme, para darle a la tecla, y pasé noches enteras sin un peso buscando un verbo, en un cuaderno viejo, marca Rivadavia. La gente que yo quiero, esa en abstracto, la gente que no me gusta, tengo ganas de ir a comer un helado con una chica que me prometa el cielo y para siempre. Tomar un helado, eso nomás. En una vereda. En una silla de plástico. Pedir frutilla y vainilla, algo así de insulso. Y mirar los geranios del balcón de enfrente. Conversar de las cuotas de Megatone. Sonreír. Mandar un mensaje de texto. Darle un beso. Mirarle el cuello. Mirarle las tetas como una promesa vieja que todas las noches cálidas se renueva. La puta madre. No paro de escribir. Nunca releo. Me da verguenza. Siento demasiada verguenza y demasiada culpa, tengo, también, de vez en cuando, un poco de orgullo: me da risa, una risa sarcástica, saber que todavía voy y vengo. A ningún lado.





Cómo quisiera sentarme a charlar con Lorena, ahora. O con Morena. O con José. Tengo buenos amigos. Ingeniero. De paso: Raúl, Carla, el domingo voy, todo bien. Decía. Qué decía. No voy a tomar helado con nadie.  Bueno, me perdí. ¿Faure, qué es de tu vida? Ahora me voy, a Paraná. Siempre me muevo por el río Paraná. Cuando me alejo un tiempo, del río, empiezo a extrañar. Esa sociedad conservadora, la gente que no me quiere, las chicas que me dejaron, los laburos por dos mangos, los fracasos, la policía y los hospitales. Y sin embargo, un rato cada día, el río me puede. Qué hubiera sido sino fuera un peleador. Un boxeador, un vendedor ambulante, de humo. De semáforos. Franco, Patucho: sé que deben estar en la parrilla de Parque Patricios, con Carlitos (ése pibe tendría que estar en la tele) y después se van a la milonga.
Yo me voy a tomar un helado. De limón.
Frente a la terminal.
Después, capaz, termino la novela El Chino.
Cuando llegue a la casa de mi vieja, tal vez me quedo ahí, y mañana voy a mi casa. Dejé, en mi casa, comida en el horno. Y hace unos 10 días que no vuelvo. El olor a podrido.
En mi casa tengo un cuaderno.
Y un frezzer.
Con helado.
Las cremas para la cara que mi Pequeña se dejó.
La cama que está llena de historias.
Un jabón, un cajón lleno de libros, el plato donde comió Polémico, la carta  manuscrita que nunca te mandé. 

8 comentarios:

  1. Me encantó fantástico escritor cuando escribe así de la vida. Lo que querés de la chica ... denota ya un poco de vejez. Por otra parte algunas partes mario benedettianas

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  2. Yo también ando siempre cerca del Paraná. Saludos. Faure

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  3. el talento y las contraindicaciones... en definitiva, todos buscamos alguien que nos quiera. Así, con la mierda y todo. Catártico Carrasquito, catártico lo suyo.

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  4. Me gustó. Mucho. Y me deja cavilando por el resto del día... Justo hoy que prefería no pensar.

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