Clausurar la calle

Martín Rodríguez escribió en twitter algo que pasará desapercibido para la alcahuetería gubernamental -que se quedó sin quién piense el conflicto social y el devenir del kirchnerismo: claramente, el disciplinamiento mesiánico derivo en estos pelotudos mercenarios que ante toda evidencia de que narran un país imaginario, responden churin churin fun flais, siempre aclarando que están en contra de lo que el gobierno ese día haga- y es que los últimos combates de los simióticos, se dan en la calle. Contra la gente que sale a la calle.
¿Que arruinan las banderas alquiladas del campo nacional y popular por defender sus parcelas de poder e impunidad? Y sí, por algo quedó solamente la resaca mercenaria repitiendo en contextos tan distintos los argumentos que creamos -y ellos, admirados, repetían- muchas años atrás.
Pero todo eso es una anécdota menor.
La Licenciada Vacacionante, por temor a ir presa como cualquier ladrón de esas características humillantes, no va a renunciar. Aunque tampoco, está claro, va a gobernar.
El resultado es el desprecio por las vidas que se cobra la irresponsable actitud de Cristina de usar la institución presidencial como agencia de viajes, jefe de familia, estudio jurídico, control remoto y cuanta boludez se le ocurra en sus taaaaaanntos ratos libres, pero todo en beneficio de ella y su parentela. Pues a nadie se le escapa que no hay una medida de gobierno desde hace un año que favorezca a los sectores populares. Al contrario.
Incluso, la nueva borrada monumental hace temer que la ola de castigos por no votarla aún no terminó: que habrá más aumentos, zonas liberadas y desprecio por la vida, para acomodar los desastres de su gestión a nuestra costa y luego volver, con esa imbecilidad mediática con que piensa su trabajo como empleada púnblica, a inaugurar un semáforo rodeada de aplaudidores, esta vez metidos en el baño de la estación de Once. Porque hasta los patios del despacho que le prestamos le están quedando chicos.