A veces, de verdad, me da miedo doblar la esquina. A la noche. En una esquina cerrada. Pienso, con terror, que voy a encontrarme con alguien que conozco y no quiero ver. Nadie específico, alguien, qué se yo, no tiene rostro, tiene varios, no tiene razones profundas ni, acaso, valederas. Está ahí. No es una sombra. Es un miedo.
Así que espero que todos se vayan de la oficina para salir, caminar a las apuradas -sonreír si llueve y hace frío y las calles, resbaladizas, están vacías- y llegar a la parada. Un viaje ideal es un asiento, que funcionen las luces. Para después de cruzar el túnel poder seguir leyendo. Una novela de tapas blandas, una novela negra. O un informe económico, o un libro de historia.
Las tres cuadras en el barrio Candioti, estar en mi casa. Acostarme, leer, hasta que se haga de día.
Esperar la siesta, al otro día, para hacer el trayecto contrario. Cerrar las ventanas. El gas; regar las plantas; mirar la heladera.
Hoy estaba en la terminal de Santa Fe y me quedé pensando, frente a la puerta de vidrio.
Un día, hace mucho, pero mucho de verdad, narraba la pelea de una familia, las capas sutiles y nubladas de las discusiones familiares, desde la mirada de un gato debajo de la mesa. Solamente veía los zapatos y escuchaba las voces. El gato que contaba.
En eso pensaba y una colegiala amable me dijo: señor, la puerta no es corrediza. Y empujó la puerta. Ya lo sabía, conozco esa puerta. Solamente me detuve a pensar algo ya viejo. No le contesté nada, seguí pensado: la puta madre, ahora soy un señor. Un hombre mayor.
Que tiene miedo, a veces, y otras está sacado. Putea al viento, se arranca los pelos y mira por la ventana, el día que empieza puede ser igual que ayer.
Siendo, o no, un señor; el día va a ser como siempre. Y aunque, a las risas, con Eliézer, me acordaba que no en vano me las arreglé 31 años para no trabajar, supongo que nadie puede estar contento con ser solamente esto. En este lugar. En este momento. O en todos los momentos y lugares.
Supongo, y sé que me equivoco, que todas las caras que cruzo en la peatonal son de gente que también planifica la huida, que también sueña con mar abierto, con puertos lejanos. Que también sabe que adonde vaya seguirá siendo la misma; pero obcecada sueña, pergeña, insiste. Supongo, y sé que me equivoco, que es así.
Un día habrá un hospital. Una cama, un velador. Ya nada más para contar. Un día todo se va a acabar, se irá a la mierda, al olvido. La terquedad de estos dedos, que machacaron teclados. Las camas que me abrigaron y las que me olvidaron. La furia, y la prisa. Esa urgencia imposible por quedarse sentado a planificar la huida.
Supongo, y sé que me equivoco; que todas las gentes se sientan a la ventana del Viejo Paraná y miran, por calle Rivadavia, en el vidrio del bar, la película de cómo será el gran, inmenso, potente y magnífico robo sin testigos ni heridos a la sucursal del Banco Nación. Supongo que todos, si están en sus cabales, sueñan con robar un banco. Con esa plata meterse en los bares más remotos de Portugal, besar una camarera y después, escondido en el baño, prender un cigarrillo y preguntarse qué será de todos los oficinistas que, boludos como nadie, se quedaron a consumirse la vida en oficinas sin ventanas, con aportes previsionales y sueños destituyentes contra el jefe inmediato, esa vida pequeña, marchita, equivocada. Esa vida que llevó adelante mi abuela, mi vieja, su hijo. Esa vida que, hasta quién sabe cuándo, todavía llevo.
Así que espero que todos se vayan de la oficina para salir, caminar a las apuradas -sonreír si llueve y hace frío y las calles, resbaladizas, están vacías- y llegar a la parada. Un viaje ideal es un asiento, que funcionen las luces. Para después de cruzar el túnel poder seguir leyendo. Una novela de tapas blandas, una novela negra. O un informe económico, o un libro de historia.
Las tres cuadras en el barrio Candioti, estar en mi casa. Acostarme, leer, hasta que se haga de día.
Esperar la siesta, al otro día, para hacer el trayecto contrario. Cerrar las ventanas. El gas; regar las plantas; mirar la heladera.
Hoy estaba en la terminal de Santa Fe y me quedé pensando, frente a la puerta de vidrio.
Un día, hace mucho, pero mucho de verdad, narraba la pelea de una familia, las capas sutiles y nubladas de las discusiones familiares, desde la mirada de un gato debajo de la mesa. Solamente veía los zapatos y escuchaba las voces. El gato que contaba.
En eso pensaba y una colegiala amable me dijo: señor, la puerta no es corrediza. Y empujó la puerta. Ya lo sabía, conozco esa puerta. Solamente me detuve a pensar algo ya viejo. No le contesté nada, seguí pensado: la puta madre, ahora soy un señor. Un hombre mayor.
Que tiene miedo, a veces, y otras está sacado. Putea al viento, se arranca los pelos y mira por la ventana, el día que empieza puede ser igual que ayer.
Siendo, o no, un señor; el día va a ser como siempre. Y aunque, a las risas, con Eliézer, me acordaba que no en vano me las arreglé 31 años para no trabajar, supongo que nadie puede estar contento con ser solamente esto. En este lugar. En este momento. O en todos los momentos y lugares.
Supongo, y sé que me equivoco, que todas las caras que cruzo en la peatonal son de gente que también planifica la huida, que también sueña con mar abierto, con puertos lejanos. Que también sabe que adonde vaya seguirá siendo la misma; pero obcecada sueña, pergeña, insiste. Supongo, y sé que me equivoco, que es así.
Un día habrá un hospital. Una cama, un velador. Ya nada más para contar. Un día todo se va a acabar, se irá a la mierda, al olvido. La terquedad de estos dedos, que machacaron teclados. Las camas que me abrigaron y las que me olvidaron. La furia, y la prisa. Esa urgencia imposible por quedarse sentado a planificar la huida.
Supongo, y sé que me equivoco; que todas las gentes se sientan a la ventana del Viejo Paraná y miran, por calle Rivadavia, en el vidrio del bar, la película de cómo será el gran, inmenso, potente y magnífico robo sin testigos ni heridos a la sucursal del Banco Nación. Supongo que todos, si están en sus cabales, sueñan con robar un banco. Con esa plata meterse en los bares más remotos de Portugal, besar una camarera y después, escondido en el baño, prender un cigarrillo y preguntarse qué será de todos los oficinistas que, boludos como nadie, se quedaron a consumirse la vida en oficinas sin ventanas, con aportes previsionales y sueños destituyentes contra el jefe inmediato, esa vida pequeña, marchita, equivocada. Esa vida que llevó adelante mi abuela, mi vieja, su hijo. Esa vida que, hasta quién sabe cuándo, todavía llevo.
muy melancolico,
ResponderBorrarmuy sincero,
muy egoista, en relacion a que nosotros lo tenemos todo, todo lo necesario y mas lo tenemos, al lado de los que tal vez jamas crucen el tunel, jamas lean un libro, jamas se sientan en un bar, jamas...
por naturalza siempre creemos estar incompletos...
totalmente compartido: la huida de lo cotidiano, la huida de lo rutinario, el escaparce de tal vez este mundo que a veces lastima y pesa tanto!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarMe volaste la peluca.
ResponderBorrarSiempre me hacés emocionar loco de verdad.
ResponderBorrarMás yo no estoy de acuerdo con vos nunca en la política pero de vez en cuando te mandas estos escritos urgentes que son geniales.
Estoy seguro que si te sentás a correjir y pensar tus escritos bien no tendrían esa magia.
Sos así de calentón e irreflexibo en la política y así de pasional en los otros escritos que son brillantes que emocionan.
La verdad es que no sé cómo usted, "señor", hace para resultar tan prolífico. Quizá por la mirada del río, o quizá porque tiene el tiempo envidiable de viajar cruzándolo. En cualquier caso me congratulo de que lo sea en sentido tan conmovedor, y lo agradezco, con un dejo de nostalgia por recordar la época de la primera vez que me llamaron "señor" hace varias décadas. Un cálido y nostálgico saludo de mi parte.
ResponderBorrarche, en serio eso no lo había pensado, me convenciste, he decidido anortame en la del banco ... un sola pregunta para el formulario: ¿en portugal también hay lindos "camareros" no?
ResponderBorrarEn verdad, Lucas, emocionante.
gracias.
Muy bueno!! emocionante, una se identifica... con los 31...y con planificar la huída...pero también albergo la esperanza de que llegue algo que me conmueva. Sos poeta man, yo pensé que hablabas de la lechería y de la soja...
ResponderBorrarMuy lindo lucas, siempre al borde de la lagrima.
ResponderBorrarSabes que Lucas? estoy buscando con mis 58 años utopías y no las encuentro. Buscando sueños y nos los encuentro. Soy un baúl lleno de rutinas. ¡Lo reparió!
ResponderBorrarExcelente.
Emocional hasta los putos huesos! Me hizo acordar mucho a un poema de Bukowsky.
ResponderBorrarNo sé si tiene relación o es que yo estoy medio obsesionada con un cuento que releí en estos días, Bienvenido Bob de Juan Carlos Onetti, que me encanta de la manera en que encantan las cosas que meten miedo.
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