jueves, octubre 01, 2009

El perfume de la inspiración


Hace unos años había leído el libro, días atrás vi una de las películas hechas en torno a ese libro. En verdad, un relato bastante lineal, pero con una fotografía interesante. Qué fea la palabra “interesante”. Nunca dice nada, más que expresar dudas. Cuando, de lo que sea que hagas hecho, y pedís una opinión, cuando te respondan: “es interesante”; lo mejor es desconfiar. Posiblemente lo que hayas hecho sea una brutal porquería.
Pero, en este caso, la fotografía de la película me gustó. Hablo de El Perfume.
Es así: un chico nace en las peores condiciones de miseria en una París nauseabunda (la versión original del libro es en francés) y nace con un talento innato que sin mayores desarrollos académicos o estéticos le permite reconocer, procesar y crear los mejores olores, en este caso, perfumes.
Hay cierta exageración, por supuesto: detecta o cree detectar el olor de las cosas y las personas, en su esencia, y trata de capturarlas, en un perfume.
Fuera de esta exageración, hay casos en la historia de grandes artistas, grandes políticos, pensadores, creadores que han nacido en la más profunda miseria. En la mayoría de los casos, de ahí han emergido y por casualidades diversas han accedido a cierta educación.
Pero hay casos, en la historia.
Sin embargo, aunque la historia de El Príncipe y el Mendigo, es en sí mismo un relato que, digamos, “vende”, estos casos son los minoritarios. Pero son apasionantes, porque exaltan la potencia del esfuerzo individual, del talento innato y de algún modo abrevan en ancestrales esperanzas de redención.
Casi todos los santos y dioses han sido, según la leyenda, pobres. O han optado, franciscanamente (nunca mejor usado el adjetivo), por la pobreza.
Y sin embargo, son también los menos. Por algo son santos. Son historias que conllevan la esperanza de redimirse para los oprimidos. Más cuando, así como en la CGT hay Gordos, en el campo están los Gordos de la Mesa de Enlace, y en la Iglesia los Gordos son, generalmente, los Obispos. Comparar a estos ancianitos panzones obsesionados con la sexualidad de los varoncitos púberes, con la historia (leyenda, mejor dicho) de los Santos, permite a muchos seguir siendo cristianos. Y si los santos no alcanzan, se los inventa. Como a la Difunta Correa o el Gauchito Gil (el santo pagano, no Alfredo De Angelli). Todos los países tienen este tipo de santos, o bandoleros que roban, como el modélico Robin Hood, a los ricos para darle a los pobres. Bairoletto, por ejemplo (más allá de las historias reales de estos tipos). Hugo Chumbita sabe de esto. Lo hemos leído, muchos, con pasión. También hay versiones un poco más truchas de quien roba para darle a los pobres, pero mejor no meterse con tantos compañeros legisladores, gobernadores, etc.
El “Sueño Americano”, ése que masacra y bombardea cuando siente el perfume del petróleo, tiene historias muy parecidas, en variante –diría Weber- protestante: el Tío Sam, compañero de sufrimientos con Rockefeller (¿se escribe así?), entra a trabajar en una fábrica, en el último puesto, ponele en la Ford (siempre y cuando, Sam no sea judío, ni negro como el Tío Tom, porque el bueno de Ford esas cosas no las traga) y desde abajo, va escalando puestos, cuelgan su cuadro de empleado del mes, y un día, monta su propia fábrica de autos.
Y sin embargo, son los menos.
Puede que Silvana Giúdice conduzca, con los nuevos dueños de TN, A Tres Voces. Pero los miserables que “triunfan” son los menos, y eso que la diputada de TN es una de las mejores miserables que haya parido la UCR y la dirigencia política. Miserable moralmente, no económicamente. No sé si, por eso, es válido el ejemplo. Sólo que, como excurso, cuando la UCR, el Grupo Uno yle Grupo Clarín, olviden a esta miserable, el campo popular no debería ser tan generoso: hay que recordarla, mucho tiempo.
En el ámbito del arte hay, entre nosotros, muchas creencias que nacen, me parece, del mismo tronco conceptual (y ancestral): el artista loco, o recontra drogón, que a partir de su locura puede crear obras superadoras. Son los menos. La locura es mucho sufrimiento y, muchas veces, la incapacidad de crear, o de salir de obsesiones neuróticas que, las más de las veces, paralizan en vez de dar esa patada inspiradora. De hecho, la noción de inspiración tiene algunas raíces en todo esto.
El estudio, la persistencia, el trabajo, la insistencia, moldean el talento. Una buena comida, desde el nacimiento, un ambiente propicio, una sociedad más sana, son mejores climas para la creación, y también, de paso, para vivir.
Supongo que la mitología siempre tendrá estas leyendas, más o menos ciertas, que suelen estudiar los antropólogos.
Sin embargo, tengo mis dudas de que, más que catalizar esperanzas, sean relatos constructivos.
La gris rutina, la templanza, la formación, la dedicación, cierta neurosis, un modo de saber llevarla, son elementos más constructivos. Creo.
También puede ser que deba aflojar con el whisky para que no se me sigan ocurriendo estas ideas brillantes. También puede ser.
Pero en todo caso, que la vida es más administrativa y gris que las leyendas, es un hecho. Sino, para qué habrían de existir las leyendas?

9 comentarios:

  1. Brillante. Culpa del wisky seguro, pero brillante.

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  2. tiene el brillo que produce la luz a través del cristal labrado de un vaso de whisky. saludos

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  3. urribarri se compro un campito de 18 palos verdes, cristina alberga en su hotel a los pilotos de aerolineas y les cobra fortunas, sun secretario se hizo una casa de 3 gambas verdes,etc...SON TODOS CHORROOOOOSSS

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  4. Una pequeña corrección, Carrasco: el título original del libro es "Das Parfum", que de francés tiene poco.

    Pero sí, transcurre en París.

    Y el autor, Patrick Süskind, tampoco suena muy afrancesado.

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  5. Lucas:
    Muy bueno,pero un consejo ,no mire peliculas de libros leidos,casi siempre son una cagada.
    Y guarde la botella del escoces,que qwert se la afano y se mamo temprano.
    Saludos

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  6. El Perfume me lo lei en 4 dias. El Violinista es igual de demente.

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  7. Hay bornca con el whiski, eh!

    Gracias, Diego, tenés razón, claro.

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  8. Y la película termina en una colosal orgia en la que participa toda una ciudad, todo el pueblo. Lo que se diría: una orgia peronista.

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