Por Raúl Degrossi
La
reforma electoral que impulsa el gobierno deja mucha tela para cortar, y cada
quien trata de llevar agua para su molino, señalando lo que le falta o porqué
no la acompañó aunque (como muchos) diga “estar conceptualmente de acuerdo” o
haya propuesto proyectos iguales o similares, o más aun, aunque se beneficie
con su instrumentación como es el caso del radicalismo pero, ¡Dios los libre de
decir en público que acuerdan con algo propuesto por el oficialismo, salvo que
sea la reapertura del canje de deuda!.
Entre
las críticas que se escucharon al proyecto sobresale por ejemplo (por su
suprema estupidez) la formulada por el presidente de la UCR quien criticó que “la
norma no contenga los temas de las “reelecciones indefinidas o las leyes de
lemas”, vigentes en varios distritos”, a lo que habría que señalarle que,
siendo la Argentina
un país con régimen federal, no puede el Congreso Nacional inmiscuirse en las
leyes provinciales que establecen como se eligen las autoridades de cada uno de
los distritos, sin posibilidad de intervención en esos asuntos, del gobierno
federal (artículo 122 de la
Constitución ).
Tampoco
puede pensarse que el senador Morales se refiera a los cargos electivos
nacionales, porque no rige ahí la ley de lemas (sistema de doble voto simultáneo
para ser más precisos), y las posibilidades de reelección indefinida no se dan
en el caso del Presidente y Vice de la Nación , y sí en el de los Senadores y Diputados
nacionales, pero surge de la misma Constitución y para modificarlo, obviamente
no bastaría una simple ley del Congreso como la que se está discutiendo.
No me
voy a detener en cuestiones como el voto electrónico (fuertemente cuestionadas
en países que lo implementaron como Alemania, por la posibilidad cierta del
fraude electoral), o la boleta única, un cómodo atajo de los partidos que no
pueden garantizar una estructura de fiscales para controlar la regularidad de
los comicios, y que parece obviar que, de ese modo, es más probable lograr el
efecto de la confusión del electorado (sobre todo en ciertas franjas etáreas y
sectores sociales determinados), que con el método tradicional de una boleta
por partido que postula candidatos; quizás promover esa confusión sea el
propósito secreto e inconfesable de algunos.
Reflexionemos
un poco sobre la crítica a las tan vapuleadas “listas sábana”, entendiendo por
tales aquéllas en que se presentan en la boleta una cantidad importante de
candidatos, de los cuales el primero o los que ocupan los lugares más
expectantes son conocidos o potables, y detrás de ello irían de contrabando una
caterva de impresentables.
Dejando
de lado que ese es un distingo netamente político no siempre fácil de hacer por
la ley (y que en cierta medida no menor condiciona las opciones electorales del
ciudadano, haciendo en consecuencia inocua la maniobra del que la promueve, e
innecesaria una arquitectura legal para evitarla), la tensión entre
expectativas electorales, y desempeño político de los electos, no es algo que
se resuelva fácilmente y menos con alquimias legislativas.
Se dice hasta
el cansancio que esta reforma electoral está hecha a la medida del oficialismo,
pensando en las elecciones del 2011, con lo cual hay que reflexionar sobre qué
elegimos entonces, y en qué condiciones.
La
elección más relevante es, sin dudas, la de Presidente y Vice de la Nación , que de acuerdo con la Constitución integran
una fórmula elegida por el pueblo en forma directa, a simple pluralidad de
sufragios pero en doble vuelta, con el particular sistema de ballotage diseñado
por la reforma de 1994 (artículos 90, 94, 87 y 98 C .N. y sus correlativos del
Código Electoral Nacional Ley 19.945).
Como
para esa elección el país entero conforma un distrito único (artículo 94 C .N. y 148 del Código
Electoral), no hay ahí lista sábana que valga y tampoco importa (a los fines
legales claro) de qué lugar del territorio provengan los votos de los que
ganan, como sucedía cuando regía el sistema de colegios electorales que
reproducían el sistema de composición de las Cámaras del Congreso, y el mayor
peso demográfico de algunas provincias, se compensaba con el elemento
igualitario que aporta el régimen federal a través de la representación en el
Senado.
Y ya que
de Senado hablamos, en 2011 se renueva un tercio de su composición de acuerdo
al orden establecido por sorteo conforme lo dispuso la cláusula transitoria
Quinta de la Reforma
del 94’ , y
a los fines de su elección cada provincia conforma un distrito único porque la
representan en su totalidad (artículo 156 del Código Electoral), y la Constitución
establece en su artículo 54 como se distribuyen las tres bancas de cada
provincia (como es sabido, dos al partido con mayor número de votos y el
restante al que le sigue en orden); a lo que hay que agregar que conforme a
eso, cada elector vota por una boleta con dos candidatos de los tres a ser
electos (artículo 157 del C.E.), así que tampoco allí hay sábanas que valgan.
Y quedan
las elecciones de Diputados nacionales, donde también cada provincia es
considerada como un distrito único (artículo 45 C .N.) y los que le corresponden
a cada una son determinados por una ley luego de cada censo (artículo 47), con
un piso mínimo de representación (3 diputados) para las provincias chicas, más
allá de la proporción que les correspondería estrictamente por su población.
Vamos a
suponer que ahí si podríamos hablar de listas sábana, a condición que la
provincia en cuestión tenga un número importante de legisladores, y sin olvidar
que lo que elegimos cada dos años son la mitad del total, con lo cual si por
ejemplo tiene diez diputados, en el 2011 votaríamos cinco; de ahí para abajo no
parece serio hablar de “sábana”.
Sería el
caso de las provincias más grandes caso Buenos Aires (tiene 70 diputados
nacionales, renueva 35 cada dos años), Santa Fe (que tiene 19), Córdoba,
Mendoza, Entre Ríos, la Ciudad
de Buenos Aires y alguno más que se me escape, pero no creo.
Esos
diputados se asignan a los diferentes partidos por el sistema proporcional
D’Hont o del cociente de acuerdo al artículo 161 del Código Electoral, lo que
asegura (a partir del piso mínimo del 3 % del padrón electoral del distrito de
acuerdo al artículo 160) las bases legales para la pluralidad política de
representación, lo demás depende de la voluntad del electorado.
Habría
que modelarlo matemáticamente en cada distrito, pero el piso del 3 % es inocuo
en las provincias chicas (o sea que esté o no, no altera el reparto de las
bancas) por menor cantidad de legisladores, y en las grandes solo juega
(excluyendo a los que no llegan) si y solo sí se dan dos condiciones: gran
fragmentación electoral y número alto de legisladores que correspondan a la
provincia. De lo contrario los cocientes hacen su trabajo, a favor de los que
más votos sacaron.
¿Cuáles
serían en esos casos las alternativas a la “sábana”?, dos: las borratinas por
los electores (pudiendo tachar pero no sustituir candidatos) y las
circunscripciones uni o plurinominales.
El
primer caso está expresamente prohibido por el Código Electoral Nacional en su
artículo 157 para la elección de Senadores, y 159 para la de Diputados, y el
proyecto del gobierno no plantea modificar eso, que de todos modos tendría (de
hacerse) dos inconvenientes: complicaría el escrutinio y significaría en cierto
modo una intromisión de los ciudadanos en la interna de los partidos (a menos
que se lo contemple como posibilidad ya en las internas abiertas), que en
consecuencia resulta incoherente que lo planteen justamente los que pretenden
que los candidatos de los partidos sean elegidos exclusivamente por los
afiliados.
Pero
además significaría simplemente correr hacia abajo la “sábana”, porque no se
puede pensar que se les permita a los electores sustituir candidatos de la
lista (escribiendo por ejemplo nombres escogidos por ellos en sustitución de
los que tacharon) porque sería introducir candidatos fuera del plazo de
oficialización de listas por la justicia electoral, con el agravante de que por
ejemplo eligiesen a alguien inhabilitado para ocupar el cargo, o que no
reuniese los requisitos exigibles.
Y queda
el caso de las circunscripciones uni y plurinominales.
El
primer caso se daría cuando cada provincia (distrito) se divide en secciones
electorales, tantas como cargos se vayan a elegir (en el caso de Buenos Aires
por ejemplo, en 35 partes) y el electorado de cada una de esas secciones vota
por un solo candidato, en este caso a diputado nacional y no por la “sábana” de
la lista completa, y dentro de la sección se adjudica la banca a simple
pluralidad de sufragios (el que más votos saca en la sección, se la lleva).
El
segundo es parecido, pero en cada una de las secciones se vota por más de un
candidato (dos, tres o más) de acuerdo al número total de cargos a elegir por
el distrito (provincias) y la cantidad de secciones en que se lo haya dividido,
y dentro de cada una de ellas se aplicaría el sistema proporcional de los
cocientes para determinar cuantos cargos le tocan a cada partido.
En el
primer caso se podría pensar que se gana en cercanía o mayor conocimiento entre
el elector y el candidato, pero con riesgo cierto de suprimir el pluralismo y
aumentar la hegemonía política: supongamos que un mismo partido gana (aunque
sea por un voto), todas las secciones, se quedaría con la totalidad de las
bancas en juego.
Aun sin
llegar a eso, puede suceder que gane un número de bancas mayor al que
porcentualmente le correspondería aplicando los cocientes en un sistema de
distrito único, por la sencilla razón de ganar en un buen número de secciones,
por escasos votos. En el ejemplo de Buenos supongamos que gana en 21 de las 35
secciones, se llevaría el 60 % de las bancas, casi con toda probabilidad con un
número de votos muy inferior a ese porcentaje, o aun teniendo menos votos que
otro partido en el total provincial.
El
sistema de las circunscripciones plurinominales disminuye los riesgos de
hegemonismo, pero lejos estarían de desaparecer porque dependerá de cómo se
conformen las secciones geográficamente, si se toma o no una base demográfica
(poblacional) común para todas y del grado de desarrollo territorial de cada
fuerza política.
Todo
parece indicar que son alquimias que lejos de favorecer a las fuerzas menores,
podrían perjudicarlas y es que en el tema de las llamadas listas sábanas pasa
como con otros (como los ya nombrados del voto electrónico y la boleta única).
Si bien
es legítimo hasta cierto punto que cada fuerza política especule con los
sistemas electorales, acerca de cual le resultaría más conveniente (y sin que
esto implique aprobar a libro cerrado la reforma planteada por el kirchnerismo,
y el modo en que trata de conseguirla), esas especulaciones no pueden reemplazar
a la construcción política, y menos cuando se asumen clichés o zonceras (como
el latiguillo de las “listas sábana”) que tienen un fuerte tufillo del discurso
anti-política.
Si los
fines son nacionales (presentar una candidatura presidencial, llegar a gobernar
el país, desarrollando o planteando un proyecto de pretendido alcance
nacional), los medios deben serlo: hay que conformar una estructura política
territorialmente presente en todo el país, en condiciones de presentar
candidatos con posibilidades en todas las provincias, para construir una
mayoría parlamentaria que respalde una eventual acción de gobierno, a menos
claro que se repitan otras zonceras como “la escribanía del Poder Ejecutivo”, o
cosas por el estilo.
Así como
no se puede agitar al voleo el fantasma del fraude cada vez que se aproxima una
elección porque se socavan las bases mismas del sistema democrático, no se
puede encubrir todo el tiempo la propia incapacidad de construcción política y
la resignación de esa construcción al espacio mediático en reemplazo de la
verdadera militancia.
Peor aun
si, desde la política, se apela para eso al discurso sospechoso de ciertas
ONGés que en realidad encubren un ideal de política y políticos sumisos, como
garantía de un Estado débil y bobo, que vive con complejo de culpa por su
corrupción o ineficiencia; el atajo ideal para dejar crecer libremente al Dios
mercado y mantener en las sombras (donde mejor se mueven) a los detentadores
del poder verdadero.
Muy buen post! Saludos
ResponderBorrarLucas mira esto que mal le hace a la república http://www.lacapital.com.ar/ed_impresa/2009/11/edicion_401/contenidos/noticia_5001.html
ResponderBorrarNo acuerdo con la idea de que la boleta única sea un cómodo atajo de los partidos que no pueden garantizar una estructura de fiscales para controlar la regularidad de los comicios. Por el contrario pienso que en el fondo de esta frase está la aceptación tácita de que el estado es incapaz de garantizar la distribución de los votos de los partidos menores, ya sea por error o por omisión.
ResponderBorrarEn realidad la tarea de los fiscales debería ser otra diferente a la de estar recorriendo cuartos oscuros para saber si les robaron los votos o enterearse si el correo envió o no las boletas, lo cual es una soberana pérdida de tiempo y esfuerzo.
Por otra parte no han sido las fuerzas menores las inventoras de la mayoría de las listas espejo, listas canasta o sumatorias, sino que tanto el PJ como la UCR potenciaron deliberadamente estos sistemas con el visto de bueno de juzgados electorales que les respondían políticamente. Ahora, como los sellos de goma ya no son funcionales, el costo de su supresión lo deben pagar los partidos políticos no tradicionales y que nunca tuvieron ni el interés ni la voluntad de avalar semejante despropósito.
Con un poco de ingenio, se pueden crear sistemas mixtos. Es mentira que existen solamente como alternativas a la lista sabana circunscripciones unominales o plurionominales.
ResponderBorrarPero suponiendo que fuese asi (que repito, no lo es), si el gobierno con la reforma electoral, busco eliminar partidos, entonces, cual es el problema con las plurionominales?
Defender a la lista sabana por 1 o 2 diputados por districto, que puede llegar a sacar como mucho, los partidos chicos, no me parece relevante realmente.
De hecho, seria una medida coherente con otras tomadas por la reforma politica.
Buenas
ResponderBorrarCuando leo o escucho comentarios sobre como implementar el acto eleccionario,simempre me pregunto cuantos de los que opinan alguna vez participo en uno como fiscal o autoridad de mesa.
Del 83 al 99 fui fiscal por la UCR en casi todas las elecciones,tanto internas como generales.
Hacer un escrutinio es aburrido y cansador sobre todo si hay solo una autoridad de mesa,ya que teoricamente son los unicos habilitados a manipular los sobres y las boletas.
Por si alguno no sabe el proceso,se los resumo
- Contar los sobres y que coincidan con los votos emitidos,te la regalo contar 300 sobres.
- Abrir cada sobre y acomodar las boletas por partido,siempre y cuando no haya cosas raras,doble voto para una candidatura,corte de boletas(les meteria las tijeras en el upite,no es muy democratico pero te rompe las pelotas).etc.
- Contar los sobre abiertos de nuevo y ponerlos en la urna.
- Hacer el escrutinio propiamente dicho,si tenes suerte y te toco una escuela acordarte de llevar tiza y borrador y rogar que alguno no se haya llevado matematicas ,sino el conteo es eterno.
- Rogar que todos los numeros te coincidan,sino a empezar de nuevo todo.
- Si todo va bien,tipo 9 de la noche firmas todo,cerras la urna y lo entregas al Correo.
Ahora que esta claro como es,las objeciones:
Las tachaduras,olvidate,quien hace el conteo.
La boleta unica,aca en provincia en una gral con todo tenes minimo 6 campos,o sea que si mal no entendi serian 6 boletas sueltas (una por campo)y marcado el candidato.Un quilombo,cuando haces el conteo miras el numero de lista y es mas facil,en el caso de la boleta unica tendrias que leer cada boleta.No olvidar que mucha gente vota lista completa.
Y todo esto sin contar discusiones entre fiscales por cuestiones nimias,por interpretaciones a la ley electoral,etc.
Antes de opinar seria bueno que participen y vean de que viene la mano.
Perdon por la extension ,gracias