sábado, noviembre 28, 2009

Me estoy haciendo viejo 2





Tenía doce años yo. Mi vieja escuchaba, en un cassette, a Silvio Rodríguez. En el patio. Atardecía. De ahí que el atardecer, ojalá, no me agarre fuera de un techo, en el inmenso patio donde mi vieja consumía lo que le quedaba, la soledad. Me agarra en bares. En mi casa. En ningún lado.Ojalá no me agarre mirando un cuadro, me entristecen los cuadros, todos los cuadros, detesto la pintura: tengo una rara habilidad para comprenderla. Tenía una novia imaginaria. La rescataba de los malos, en el continente africano. Tenía una contradicción: ella era una nena, de once años, muy pendeja para mí. Yo era un jubilado, un hombre fuerte y maduro, de doce años. Conocía, yo,  la luna, el centro de la tierra, un mundo submarino, la vuelta al mundo en ochenta días, no me rompan las pelotas: yo era un hombre, hecho y sobretodo, derecho. Trabajaba. Por el barrio. Vendiendo plantas. Y robando. Robábamos mucho. También trabajábamos. No necesitábamos plata, sino pulsión existencial. Mi vieja, cuando nos agarraron en un supermercado robando, ¿9 o 10 años tenía yo?, nos hizo ir, vergonzozamente, a devolver las cosas. Mi viejo, en Rosario, cuando nos agarraron, ¿teníamos 5 o 6 años ahí?, hizo lo mismo. No me sentí traicionado. Sentí que traicionaba.
No he dejado, en cierto modo, de ser el muchacho soberbiamente herido, que está en cama, con respirador, del asma y del miedo al castigo de dios. He dejado de salvarte de los malos, en plena selva africana. He dejado de escribir cosas con placer, he escrito tonteras, cosas pasatistas: como el PBI deflactado o la sensación de inseguridad, como la interna peronista o la ecología sentimental, todas boludeces. Me he vuelto bastante tonto, acumulando triunfos, escondiendo fracasos, lo que hacen todos: tonteras. Es una boludez, después de todo. He pasado acá el día, mirando el pasado, tomando cerveza, leyendo novelas negras. Hoy mi pequeña me preguntó si estaba depre. Dije que no. Ni sé qué es depre. No interesa. El mejor de los nuestros, el más alegre, pelea por su vida. Yo que siempre fui un bajón, tengo cierto margen, menos culpa. Hoy un amigo me decía que la muerte no es para tanto, el problema es el instante anterior, el misterio, esa cosa: porqué. La inmensidad de eso, de éso: cómo. Y hablábamos de vos, Viejo, porqué.
Ya estoy fumando dos atados y medio. Me angustia saber que no son esas las cosas que te matan, que nos matan, nos demuelen. Nos morimos, también, nosotros, un poquito.
Otro amigo me llamó para preguntarme porque llevo dos meses sin salir de casa. No es cierto, le aclaré. Ni sé cuánto hace. Pero es menos. Me siento en mi escritorio, al mediodía, cuando me levanto, a inventar una comida. Y una bebida. Y miro el balcón. Las hojas del árbol, los bichos que trae, los mails que me llegan, las noches que pasan. Los días que ni torpes, así, iguales, tranquilos, con, no sé, mansos. Con nada. Me quedo acá. Nada de viajes, de colectivos, de terminales. Que secretamente, siempre, detesté. Poner la valija en una pista de avión me rompe las bolas. También me rompe las bolas Mi Pequeña cada vez que me voy. Y adonde vaya tengo que llevarme las penas, los dolores en la espalda, la carga pasatista de ser yo. Y que apague el celular, que señor esa botella acá no, fumar es imposible, vayansé a la puta que los parió. Generalmente a fin de mes me recluyo, porque no tengo plata, y soy un militante también, y hay que poner. No me averguenza. Para nada. Me da bronca por los que esta noche no tengan para una botella. Me da bronca, de verdad. Por los que duermen en la calle, en los centros de inundados: por ellos, salud. Está lloviendo y puse la calefacción, pasa que al whisky también le puse mucho hielo, se calienta, como un adolescente, y bajé el aire acondicionado. Tengo un sofá y una novela negra. Un manojo de llaves y otro manojo de culpas. Unas abren, otras cierran. Cuando estás en la calle, ahí recién entendés que todo, pero todo eh, tiene dueño, tiene llave, tiene custodios, tiene derechos. Todo, menos vos. El que no me leerá. Sería imposible. Tanto como, aquella chica, a los doce años, que no quiso bailar conmigo en la escuela Sarmiento. Y al otro día, a la tarde, ya roja la tarde, quise contarle a mi vieja. Pero mi vieja lloraba, antes de ir a trabajar a una escuela nocturna. Y todo siguió igual, fuimos todos arrugando la cara, los nervios, endureciendo tristezas, haciendo callos, pero iguales, de vulnerables, de tontos, de extremadamente frágiles.  Nada fue en vano. Muchas cosas, tampoco, fueron necesarias. Pero a quién le importa, a esta altura, de las cosas.

6 comentarios:

  1. Un unicornio azul ,da melancolia ,llorona llevame al rio,de rafael .da mas ,quizas por eso siempre preferi el rocanrol.
    Abrazo.

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  2. Yo antes de leer esto me sentía bien, y ahora me siento mal.
    Usted sí que sabe escribir, amigo.

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  3. Qué sé yo, no te entiendo, pero estoy borracho, y me siento igual que vos, o no, no sé, pero qué mierda esta vida. A mí me duele el amor no correspondido, y a los demás les duele el hambre no correspondido. Y ahora que escribo parecido a vos me pregunto si no escribirás vos también como yo ahora, borracho y enamorado y hastiado de tanta injusticia.

    Perdoná que desafine.

    Un abrazo peronista y catártico.

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  4. que bárbaro lucas, lo más copado de tu estilo es el ritmo que no se detiene nunca, atropella la lectura como un imán que va jalando hasta el final y se precipita ya desbocada (esa es la sensación que tengo cuando leo estas cosas tuyas)

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  5. recuerda mejor a sus ex-s..q a la pesada de su novia actual
    no eh?

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