Por Raúl Degrossi
Muchos se preguntarán por que, en
estas pasadas fiestas de fin de año, el Episcopado argentino no dio a conocer
su tradicional comunicado en el que aprovecha para exponer la visión de la Iglesia Católica sobre la
actualidad nacional.
Muy simple: porque los miembros
de la Conferencia Episcopal
no pudieron ponerse de acuerdo en un texto definitivo, pese a que concordaban
en la idea de pronunciarse.
El más enfático fue el propio
cardenal primado, monseñor Bergoglio, quien señaló: “en estos momentos de
confusión, zozobra y desasosiego, el pueblo espera la palabra tranquilizadora
de sus pastores, y como Iglesia faltaríamos a nuestra misión trascendente si
calláramos, y no interpusiéramos nuestra autoridad moral para iluminar el
oscuro panorama argentino, con la luz del Evangelio.”
Claro que, aun estando todo de
acuerdo en la necesidad de emitir un pronunciamiento, lo complejo era
consensuar los términos del comunicado para cumplir con tan levadas metas.
En las deliberaciones, algunos de
los obispos propusieron insertar un párrafo en el que denunciasen “las
lacerantes situaciones de injusticia social y pobreza, con las profundas y cada
vez mayores desigualdades que existen entre unos pocos, que cada día poseen más
bienes, y los muchos que carecen de lo mínimo e imprescindible para vivir,
situación particularmente aguda cuando se repara en que éstos últimos tienen
dificultades para acceder incluso a los alimentos esenciales para la
subsistencia…”.
Pese a que la mayoría acordaba
con el texto, hubo quien propuso suprimirlo. “Nos enrostrarán el apoyo que
dimos a la protesta agropecuaria contra la Resolución 125, donde
algunos sacerdotes llegaron a rezar misa a la vera de los caminos en apoyo al
reclamo de la Mesa
de Enlace” dijo un obispo, y su opinión fue compartida por sus pares.
En otro párrafo el documento
aludía a “la necesidad de establecer límites a un modelo económico asentado en
el monocultivo y la explotación irracional de la tierra y otros recursos
naturales, cuya voracidad llega al extremo de avanzar sobre los derechos
seculares de nuestros pueblos originarios y afectar gravemente el ambiente
mediante el uso de pesticidas y otros productos contaminantes…”; pero hubo
quien hizo ver que era inconveniente ponerlo, porque no faltaría quien diga que
el presidente de Cáritas Nacional es un poderoso empresario del rubro de los
agroquímicos, que la propia Iglesia tiene campos sembrados con soja, y que la propia
Cáritas apareció poco menos que auspiciando el último acto de la Mesa de Enlace en Palermo.
“Es menester terminar con todas
las formas de privilegio, dádivas y prácticas clientelísticas existentes, para
garantizar plenamente la plena dignidad de todos los ciudadanos” decía otro
tramo del documento, que tampoco fue incluido en la redacción final.
“Con esas palabras -explicó un
obispo que mocionó su supresión- nos exponemos no solo a la crítica de la
colecta Más por Menos, sino a que haya quienes propugnen la abolición de los
subsidios estatales a las escuelas privadas, la separación de la Iglesia y el Estado y el
cese de la contribución del gobierno para pagar los sueldos de los obispos y
sacerdotes, con lo cual nos veríamos forzados a depender de la generosidad de
los fieles.”
En otra parte el fallido
documento rezaba: “sólo podrá ponerse un freno a la inseguridad que agobia a
millones de argentinos cuando se acabe toda forma de complicidad, por acción u
omisión, con el delito en todas sus formas, y cuando los delincuentes no sean
protegidos por falsas garantías y reciban no solo su justo castigo, sino la condena
de la propia sociedad de la cual provienen.”
Uno de los prelados asistentes
-para fundar su propuesta de que éste párrafo sea también suprimido- señaló:
“es más que obvio esperar que, ante éstas palabras, se nos recuerde nuestro
silencio y complicidad con los crímenes de la dictadura militar, nuestra
bendición a los vuelos de la muerte, nuestro silencio frente a la condena de
Von Wernich, nuestros constantes reclamos de amnistía y olvido para los
crímenes de lesa humanidad y la actitud que asumimos frente a todos los casos
de pedofilia y abusos sexuales que involucran a obispos y sacerdotes, por no
mencionar el aval de monseñor Aguer a los hermanos Trosso, o los desfalcos del
Banco Ambrosiano.” Su idea cuajó, y el párrafo no figuró en el documento.
Otro grupo de obispos propuso el
siguiente párrafo en el texto del documento: “Debemos expresar nuestra más
enérgica oposición a toda forma de sexualidad desviada, alejada del mandato
divino de la procreación, y a una cultura de exaltación desenfrenada del sexo,
que no respeta ni siquiera las etapas del desarrollo psicológico natural de la
persona humana para satisfacer pasiones innobles, desentendiéndose de las
responsabilidades morales en la comunicación de la vida.”
Pese a su estricto apego a los
cánones de la ortodoxia, el párrafo no fue incluido porque hubo obispos que se
opusieron, con un razonamiento práctico: los casos cercanos, públicos y
notorios de monseñor Maccarrone, el mismísimo presidente del Paraguay Fernando
Lugo, el padre Grassi y el más reciente de monseñor Storni -entre muchos otros-
colocan a la Iglesia
en una posición incómoda para abordar esos temas.
Finalmente hubo quienes
propusieron un párrafo en el documento, reclamando “la más amplia autocrítica
del poder político y de todos los sectores de la vida nacional con
responsabilidad en el estado actual de cosas -incluyéndonos nosotros mismos
como Iglesia-, como paso previo
imprescindible para su superación.”
Pese a la solemnidad que una
reunión de esa naturaleza supone, la carcajada en que estalló el plenario de
los obispos al leerlo, dio por sentado que no iba a figurar en el texto
definitivo, y así fue.
Finalmente y tras largas
deliberaciones, los prelados llegaron a un texto consensuado, que decía más o
menos lo siguiente: “En estas tradicionales fiestas la Conferencia Episcopal
Argentina ruega al Señor sus bendiciones para el pueblo argentino, para el que
hace llegar sus más sinceros deseos de feliz Navidad y un próspero Año
Nuevo.”
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