lunes, mayo 24, 2010
La distribución del ingreso
Anoche me guardé el atado de cigarrillos y me abroché la campera. Hacía frío por la esquina de mi casa. Se rompió el foco. Caminé dos cuadras, hay un bar donde a veces me siento. Había tres parejas. Una, se notaba, recién se conocían. El tipo tanteaba, la mina se reía, como una boluda. Si habré estado, también, algunas veces, así, con la espalda como si tal cosa. Otra pareja ya no hablaba. Seguramente, años atrás, se reían y conversaban. Ahora intercambian análisis financieros y electrodomésticos en cuotas. Salí a fumar un cigarrillo. Sin ganas de tomar más cerveza, y sin ganas de irme a mi casa. La humedad dejó las veredas pegoteadas. Las camisas, colgadas en los balcones, no se secan.
Me siento un rato en la plaza. El banco está frío. Enfrente hay un nene de no más de tres años. Tiene un chupetín, se mancha el buzo. La mamá lo limpia. El papá le patea una pelota.
En este mismo momento debe haber un chico que quiere invitar a la compañera de la facultad a algún lado y no tiene plata.
Habrá quienes trabajan de mozo y a fin de mes nadie te da propina.
Estará la mina que prefiere el chico del auto al gracioso del grupo. Y en otro lugar, capaz que por acá cerca, es probable que alguien fanfarronee sobre un pasado glorioso. Así funciona. Algunos tienen, otros no tienen. Y las calles están listas, en este barrio seguro, para que las parejas consuman como excusa, como modalidad social, como si nada.
Siempre están los que quedan afuera.
Esos también ven las publicidades de jabón en polvo por la tele. También se enamoran con la reedición anual de Casablanca. Y sueñan y viajan soñando con que son otros, con que te dan un beso, con que el tiempo se vuelve quieto.
Las minas que buscan ofertas en las ferias, los pibes que se juntan en la esquina. Se inventan oportunidades perdidas como para tener el lujito de la nostalgia. Los que pasillean hospitales de niños. Los que se sientan en el cordón de la vereda. Ese que cuida coches en la puerta del boliche, desarrolla el músculo de la astucia, de la sobrevivencia: a los 20 años va a estar muy enojado, y despojado de pasado. El que vende hamburguesas en el carribar. También se enamoran, se desesperan, se van amansando. Sueñan al pedo. Es duro saberlo, pero se aprende: no tienen adolescencia ni la oportunidad de equivocarse. Sueñan completamente al pedo.
Limpian casas de familia, pero esas chicas también tienen familias. Juntan la basura orgánica de otros, pero esos chicos también sacan la basura de sus casas. A ninguna parte.
Y reparten pizzas, arreglan cerraduras, amontonan cajas de supermercado, y también quieren comprar en cuotas, ir al cine a ver el último bodrio, abrazar a la mina de la esquina en una vidriera del shoping, que de lunes a viernes sea domingo, que la costanera se llene de luces, que el río tenga carabelas, un gol entre vinchas y garrapiñadas. Con timbales sonando y zapatillas de marca, bailando. Una moto para ir a laburar, un juguete para el pibe, tampones, aceite en aerosol, un lavarropas, sueños así, modestos. Un viaje a Carlos Paz. Un celular con cámara de fotos. La entrada para Leo Matiolli.
Ojalá no hubiera enamorados ABC1 y enamorados de segunda clase. Ojalá no hubiera príncipes azules que pasan los viernes a la noche y frenan en la esquina, donde los pibes garronean cajas de vino, para preguntarles donde vive Jimena. Ojalá las princesas desencantadas que sólo quieren mudarse de barrio no tuvieran verguenza de hacer cola en la Anses, ojalá optaran como en las telenovelas, ojalá no fuera tan cierta la humillación.
Ojalá se supiera que muchos se hacen milicos o canas para poder sacar a la mina que aman a comprar copos de nieve en las plazas todos los domingos de la vida.
Y en colectivo viajan a Misiones y hacen cálculos que con un quilo compran una casa usada del Fonavi. Y caen presos de la Gendarmería. Y el sueño se acaba.
O sigue, en talleres mecánicos, como cadete de la despensa, ayudante de albañil, vendiendo turrones en los micros soñando con algún día ser empleado municipal. Muchos sueños se consumen así. Muchos se desesperan. Los sábados a la noche las comisarías están llenas de enamorados frustrados, los hospitales están llenos de jóvenes desesperados, las esquinas se pueblan de pibes que comparten una hermandad frágil pero casi única. Los padres quedan impotentes para siempre, las madres piden audiencia con el concejal. Y afuera, todo es afuera. Cuando no tenés nada cada puerta tiene cerradura, cada boliche un patovica, cada heladería un cartel con derecho de admisión. Menos vos, cada pibe bien vestido tiene una mina de adorno. Quizás, esa mina, sea tu hermana menor. O la chica que te dio un beso en la escuela primaria. Hoy se va con otro, con otros, con todos los otros que quisiste ser y no te salió. Fracasaste. No tenés zapatos ni esa suficiencia que te da la tarjeta de débito.
En mi casa pongo algo de jazz, no tan fuerte para que no joda el vecino. El camión de la basura dobla donde se quemó el foco. Otra noche que me olvido de sacar la basura. Recaliento una boga a la parrilla. Mañana juega argentina contra Grecia. Destapo un vino.
Mañana será otro día.
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Parece una variante seria de la famosa frase de DOLINA: "TODO LO QUE HACE EL HOMBRE ES PARA LEVANTARSE MINAS", solo que agregándole lo de los copos de nieve y la distribución del ingreso...Fuera de joda me gustó la imágen de todos laburando con la pregunta atrás del también famoso "y para qué?"
ResponderBorrarSL2
Lucas:
ResponderBorrarExcelente relato. Me transportó a ese bar, a esa plaza, a la mirada triste de quien sueña con lo imposible.
Pensé no leerlo porque era largo, pero valía la pena.
Lucas que te paso ? te dejaron ? me suena a que tu nena te dejo por alguien mas delgado, mas buen mozo y con un futuro economico promisorio o por lo menos mas seguro...una vez se lo escribí a ella en su blog.Yo hoy me enteré desde aca(Bs.As) que mi primo de 21 años en Formosa chocó con su motito un domingo a las doce de la noche con otra moto conducida por un vieja de 50 años...motitos... viste como se usan las motitos en el interior no? son el biend e consumo que te sacan del ultimo escalon CCC3 y te ayudan a levantar alguna Jimena antes de que se aviven y suban al auto...el murió un 24 de Mayo del Bicentenario ...ahí tenes otra historia de pobres para algún Tarantino Tercemundista
ResponderBorrarUn saludo y si es asi que esta herida cicatríze rapido...es el precio que tenes que pagar por todos nosotros (inclusive ella) quienes buscamos seguridad.
Un abrazo rebelde del SIEMPRE INCOMODO.
este relato, a esta altura literariamente hablando, es, creo, el que más me gustó
ResponderBorrarcongratulations lucas.
y un abrazo, claro
Comprendo lo que transmitís, y realmente es muy bello y triste el relato.
ResponderBorrarVivo en una zona céntrica. Y por las tardecitasnoches, escucho los cascos de los caballitos de los carritos, mientras preparo la cena, mientras estoy calefaccionada, mientras disfruto de una vista razonable, o estoy viendo una peli en mi tv, con mi dvd.
Los cascos de los caballitos alquilados para tirar de los carritos me taladran el cerebro. Pienso en esas vidas, en los sueños que tendrán esas personas. Con qué cosas pensarán que "se salvan".
Que vidas podrán desarrollar. Quien es la mujer que lo acompaña, al lado de quien conduce el caballito.
Cómo se pueden compartir esos sueños, de a dos.
Y en la calle codo a codo, como decía aquella canción de Nacha Guevara, son mucho más que dos.
que lindo escribis, me atrapan tus relatos
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