La siesta

Imaginate a tu hijo, con siete años, durmiendo. En la otra habitación. Una ráfaga de aire, que preanuncia una tormenta, entra sin pedir permiso por la ventana. Y sacude la cortina. Y un trueno, brutal, salvaje, como son los truenos mirados desde los siete años, sacude los techos. Entonces, el nene se despierta. Al despertarse, como duerme con la mano debajo de la almohada -costumbre infantil que, en mi caso, todavía conservo- siente una suavidad, una textura, algo caliente y más bien, al tocar más, pegajoso y peludo. Entonces levanta la almohada y hay una rata. Está agarrando la rata!
El chico, lejos de llorar y patalear y querer ir a dormir a la cama de papá, lejos de eso, grita, victorioso: "mamá, llegó el ratoncito Pérez!"
Sí, macabro, casi imposible. Pero, attenti, las huevadas que les decimos a los chicos pueden tener este efecto.
Al otro día, el nene, sale a la siesta, porque como todo nene racional de este mundo, NO QUIERE DORMIR LA SIESTA, porque descubre la treta: importa tres cominos a la salud, la educación o las buenas costumbres que el nene duerma la siesta, simplemente lo obligan los padres porque ELLOS quieren dormir. Y entonces, el nene, con el teléfono en la mano, en comunicación directa con la UNICEF, amenaza a sus padres con denunciarlos si no lo dejan salir a jugar a la pelota, porque está cortada la luz -por la crisis energética- y no puede boludear en la Play, y sus ojos de nerds sacan chispas y se le cae la baba de rabia y hace muecas alucinadas porque no puede jugar en la play así que se decide por el más boludo de todos los juegos, la pelota. Pero la vecina, que le pincha las pelotas porque no le deja dormir la siesta, obliga, al nene, que ya sabía antes de decir "mamá" cuidar la propiedad privada -el drama es que considera no sólo a la pelota su propiedad privada, sino también el auto de papá, los cosméticos de mamá y la parjeta de crédito del abuelo- a jugar un poco más lejos, en el baldío de la esquina donde todavía no construyeron una fantástica playa de estacionamiento.
Y viene una vieja, onda Pepita la Pistolera, y le dice al nene: "pibe, vení conmigo". O bien, si está en Santiago del Estero: "chango, venga conmigo". O En Entre Ríos: " gurí, vamos pa las casas" Y así. ¿Qué hace el nene? Sonríe y va gustoso de la mano de su secuestradora, contento de que La Solapa lo lleve porque no quiso dormir la siesta.
En defensa de esas criaturas terribles que son los niños, debemos parar de contarles mentiras.

Jorge Mockert fue un gran músico entrerriano. Una noche, hace varios años, estábamos en un tugurio tomando cerveza y jugando al pool, y me contaba anécdotas de La Solapa. No me acuerdo bien las anécdotas. Era de madrugada -amanecimos ahí, había otro amigo, también, pero no me sale el nombre- y habíamos tomado bastante. Mockert falleció hace dos años,  tenía 49 años.El Candombe de La Solapa es una obra suya. En el video está con una camisa anaranjada. Recién, estaba escribiendo una cosa para una revista: "La siesta más larga del mundo"; que transcurrió, cuando era chiquito (habré tenido unos 9 o 10 años), en los mismos escenarios del Parque Urquiza y el Río Paraná. Qué cosa, eh. Lucio Albornóz todavía cuenta esa historia, Sebastián no sé, ni sé qué es de la vida de Sebastián.