martes, septiembre 14, 2010

El pacto de olivos.

Nuestro sistema político es fruto del Pacto de Olivos. Un balance muestra que, el tercer senador, ha sido un fracaso. Diseñado para sostener el bipartidismo, cuando ése estalló por los aires, el senado quedó como una institución que más que representar a las provincias, representa a las corporaciones.
Los recurrentes problemas de gobernabilidad en la ciudad portuaria, muestras las limitaciones de la fantasiosa "autonomía".
Los desequilibrios estructurales del país no se resolvieron: más aún, se profundizó el nudo de pobreza en el conurbano y se consolidó en el núcleo de riqueza en la pampa húmeda. Mientras, las economías regionales se desmantelaron. La clave electoral es la provincia de Buenos Aires, desde la reforma del 94, y sin embargo.
Los partidos políticos quedaron reducidos a nada. El estado nacional, incluso en la etapa kirchnerista, perdió poder frente a las corporaciones de facto. La provincialización de los recursos naturales resultó un fiasco.
Luego de Menem, hasta el día de hoy, ningún presidente pudo ser reelecto. La creación del Consejo de la Magistratura volvió a los tribunales aún más corporativos, cerrados y berretas. La creación de la jefatura de gabinete no sirvió de fusible ni dio más poder al congreso.
La incorporación de derechos humanos, pactos internacionales y ambientales, derivó en nada por fuera de la materia prima de la política; que ciertamente, no es el voluntarismo legislativo. Un balance bastante desalentador. Y sin embargo, el Pacto de Olivos no es parte de la agenda de discusión pública. 
El delirio de crear una policía porteña que sea financiada por el resto del país (en vez de usar la policía que ya se usaba, sin pagar, a diferencia de, por ejemplo, los formoseños, los correspondientes impuestos para tener una policía) derivó en un escándalo institucional cuya raíz es el Pacto de Olivos: ningún fueguino o correntino va a votar en el congreso por financiarle la policía al distrito más rico del país.
En los planes del radicalismo, la ausencia de trabajadores industriales (el voto peronista de  años atrás) en la ciudad de Buenos Aires, consolidaba el coto radical porteño, con un progresismo de derecha que expresaron bien De La Rúa y Olivera y Telerman e Ibarra. Pero, no previeron que el radicalismo saltaría por el aire tras el gobierno más reaccionario de la historia democrática, que encabezó, precisamente, De La Rúa.
Sin embargo, de regalo, el alfonsinismo nos dejó, junto al menemismo, el lagado de hierro del Pacto de Olivos, que algunos juristas llaman, con voluntarismo, constitución nacional. Con voluntarismo y mayúsculas.
Las cláusulas democráticas de nuestra constitución siguen sin aplicarse, como por caso los juicios por jurados y el artículo 14 bis, y los charlatanes que se autodenominan "constitucionalistas", vendedores de gualichos técnicos, no andan muy sonrojados que digamos. Ahora, el tercer senador, el delirio de la "autonomía" , los débiles estados provinciales negociando con multinacionales por regalías, eso, sí, se aplica. Puntillosamente. Eso es el pacto de olivos. El progresismo declamativo de Alfonsín con la empomada bien real y reaccionaria de Menem. Y le dicen, también, constitución nacional.

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