miércoles, septiembre 08, 2010

Una excursión a los indios ranqueles




Me miraba al espejo de la barra, y tranquilo, muy tranquilo, tomaba una cerveza. Mirándome, yo mismo, en un acceso rabioso pero sutil de vanidad. Hasta que lo vi. Tremendo hijo de puta. Mirá, después de tantos años, dónde te vengo a encontrar. Y lo miré fijo. La pudro, calculé. No, ya está. Pero, podría, a ver, mirarlo con un poco de asco, no está de más. Pará, Carrasco, que es groso. Regulalo, que te mata. Pero, mirá vos, en vez de encontrar, de aquel pasado, no sé, a Laura, con esos ojos claros como una ventana de La Giralda, o al narigón Ascúa, o, ponele, al verdulero de Almagro que vendía merca, a la rubiecita que se llevó mi edición subrayada de Respiración Artificial, lo vengo a encontrar a este gil. Inconfundible. Aunque pasaron, no sé, 10 años, 11, o 13. La naríz aplastada. La cara redonda, feo, el tucumano, bien fiero. Y tan dispuesto a chuparle la pija al patroncito. Lo vuelvo a mirar. Me mira. Sí, hijo de puta, soy yo, me reconociste. Sonríe. Es grandote, el tucumano, bueno, en fin, vuelvo a mirarme en la barra. A pensar en cosas, chiquitas. Me mandó por facebook un mail, un pibe, preguntándome si era yo el que, cuano teníamos 16 años, nos rajamos de un campamento en Calamuchita, copado por el PCR, y recorrimos Córdoba a dedo, riéndonos, ya de pibes, de esa secta de fanáticos. Sí, soy yo. Algo más crecidito. Igual de soberbio. Lo hice llorar, al tucumano, estaba borracho, él, yo también, tenía 19 años, trabajábamos en Barrio Norte, mi etapa proletaria, qué botón este tucumano, sí, un gil. Me hizo echar, a los 15 días. Salíamos a la noche, a tomar cerveza, en la estación de Constitución. Le dije que no podía, no podés, le dije, ser tan buchón. Nadie te pide que vayas delatando quién trabaja lento, quién sale a fumar un pucho. Eso no se hace. Me dio la razón. Se largó a llorar. Me contó que, cada vez que cruzaba el puente La Noria, se sentía frustrado. Y que los hijos, la familia. Que yo era un buen tipo. De otro ambiente, pero defendía a los compañeros. Al otro día llegué al trabajo. Estaba despedido. El tucumano, detrás del vidrio, agachaba la cabeza. Me quedé un rato, para mirarlo. A los ojos. Estaba, yo, no furioso, sino dolido. Gil. Mirá dónde te vengo a encontrar. Si anoche hubiera tomado un taxi en seguida, en vez de decirme que estoy podrido de no caminar un cacho, sentarme un rato, bueno, no te hubiera encontrado, tucumano. Fue así: Julia se enojó conmigo, y aunque Patucho la agarraba, me gritó de todo, estaba enojada porque le dije que no me cerraba que Guillermo Moreno sea candidato a Jefe de Gobierno, y le pidió al guardia de seguridad que me saquen inmediatamente de ahí. Pobre Patucho, que es mi amigo, pero bue, Julia no me puede ni ver. Entonces, por calle Santa Fe,  al lado de la federal, hay un bolichito, a veces van unos conocidos, que trabajan en una cadetería, que está a la vuelta, y lo encontré, inconfundible, a este gil. Mi etapa proletaria me dejó varias enseñanzas: una, no idealizar a los trabajadores, dos, hacerme periodista. Mi espíritu delicado, soy asiduo lector de El Principito, no podía ser arruinado por un sistema socialmente injusto, como es el capitalismo. Lo comprendí cuando volví a escribir pavadas: no me dolía la espalda ni se me caía la corona ni tomaba cervezas de tres cuartos en Constitución. Me reí, como un loco, mirándome, vanidoso, sofisticado, en la barra. La venganza será terrible, tucumano buchón. Y con la naríz aplastada, gordo, de orejas lombrosianas, se me acercó, el tucumano. Sí, soy yo, qué hacés. Trabajás por acá, le pregunto, como si me importara. Buchón. Ah, mirá vos, pudiste traer tu familia; claro, si seguro, pensé, habrás hecho méritos para ascender. Bien ahí, vivís en Floresta, capo total.
Y vos, me pregunta, dónde trabajás. En una fábrica, en Campana. Le miento. Y le digo al mozo, traé otra cerveza. Así hasta la cuarta. Lo abrazo, al tucumano, y le digo que me gustó volver a encontrarlo. Y cuando me tomo un taxi, mirando la ventanilla, pienso que capaz, capaz que sí, que es verdad. Me gusó volver a verte, tucumano hijo de puta.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          

4 comentarios:

  1. CAMPEONES MORALES!!

    SIGAN MAMANDO!!!

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  2. A mi también me pondría loco que Moreno fuera candidato. En cuanto al tucumano, lo hubiera reputeado y rajado, para no cobrar. Pero no hubiera sido falso. Ah! tampoco idealices a los periodistas.

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  3. Pobre Lucas!
    No conoce España y no sabe que paga la comida y la ropa mas cara en Argentina que en Madrid.
    El país nacional y popular tiene precios elitistas para lo mas básico.
    Sigan mamando!!!

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  4. A pesar de q te comiste los mocos con el Tucumano, coincido con tu opinión respecto del compañero Moreno en Capital. Parece joda eso.
    Saludos.
    pd: al gorila de arriba q la chupe toda.

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