Siempre -es la clave de interpretación inevitable- es demasiado tarde para aprender a vivir la vida. Por, la vida, siempre, sobretodo cuando estás feliz, cuando estás alegre, enamorado, recibiendo un premio, aprobando, contento, siempre es un rato menos hasta el tránsito final, hasta el fin de la angustia, hasta la nada o lo que simbólicamente reemplace la nada. Hay un cronómetro en algún lado. No sabemos cuando. Pero en algún momento, se para. Vivir la vida es vivir con la acuciante angustia de saberse, más bien pronto que tarde, un poco muerto, un poco en el fin, un poco olvidado.
Patear una piedrita entre las baldosas y ganar un oscar al mejor actor porno tienen, desde la perspectiva de la muerte, la misma dimensión: valen casi nada. A veces dudo si vivir la vida es ganar en intensidad, creérsela, considerar que uno se aferró a lo que nunca eligió -vivir- o si por el contrario es saberse el resultado de un destino incierto, arrojado a una existencia que no elegimos ni quisimos ni sabíamos de su existencia. No sabíamos de la existencia hasta que existimos. Por eso, en el fondo, es algo tonto que esté tomando mate, pensando en qué voy a hacer a la noche, planificando el año que empieza. El año que puede ser de mi muerte. Algunos me llorarán pero pronto y por suerte, continuarán con sus vidas. Las vidas que no eligieron.
Como nunca elegí vivir ni fui consultado por este bonus, la verdad, a quien sea que me dio la vida -convengamos que podría haber sido otro: no yo siendo otro, sino directamente otro en lugar de yo y de todos los yo que sido a lo largo de la vida- no me siento en deuda ni agradecido. Si me hubiera consultado y yo supiera lo que es la vida, habría dicho, sin dudas, que sí, y hoy estaría dándole las gracias a quien me dio la vida. Pero no fui consultado. No hay proceso químico, ni biológico ni religioso que apañe -desde un punto de vista ético- mandar a alquien a vivir sin cunsultarlo. Ojo, puede que filosóficamente, uno no haya sido nada -esa nada, esa ausencia absoluta-y luego, al vivir, uno es, y en tanto es, elige, también cómo y cuando dejar de ser. No puedo elegir cuando seguir siendo -puede caerse el techo en este momento, suerte que bloguer guarda las entradas, y yo, la verdad, elegiría seguir siendo, pero eso no puedo dominarlo- y sin embargo, ahora que estoy siendo, podría elegir dejar de serlo.
Yo no sé si no elegimos dejar de ser porque nos gusta seguir siendo o porque tenemos miedo a dejar de ser, o mejor dicho, a qué hay cuando uno deja de seguir siendo. En todo caso, para mí, es muy complicado.
Así que me invento un montón de teorías que, en algunas ocasiones, hasta llego a creérmelas. Por ejemplo, la felicidad, el amor, la amistad, los afectos, las ideologías, una causa, las deudas bancarias, las deudas morales, todo eso. Que puede, quién sabe, también existir. Pero a mí, que elijo renunciar a dejar de ser pero sé que no puedo elegir seguir siendo, que en algún momento dejaré de seguir siendo, a mí, te decía, no me consta.
viste que todas las preguntas y/o respuestas siempre pasan cerca de la palabra "elección".
ResponderBorrarAh me mató este post. Je.
Gabriel