sábado, febrero 05, 2011

Viernes 3 AM

Pocas décadas atrás era un lugar común dar por sentado que había una crisis terminal del concepto estado-nación. No una crisis conceptual, que necesitara de otra recategorización, sino una crisis de tipo transitiva hacia realidades diferentes que requerirían de un nuevo arsenal teórico que, a la postre, ya se insinuaba. Se trataba de la batería de mecanicismos posmodernos que articulaban bien con el entonces neoliberalismo reinante.
De esas discusiones ha quedado poco; no así de esas intuiciones que se buscaban aprehender. Por ejemplo: el proceso de individuación es un hecho, que lejos de parecer retroceder incluso se renueva con aires inaugurales, desparramándose -a nuestra vista, no en la realidad en sí- en impensables como las manifestaciones tunecinas o egipcias o jordanas. Esto se superpone -sólo en el sentido físico, no geométrico- con una revaloriación de lo colectivo y más aún de su entidad material: el estado. Que evoca para su legitimidad el reverdecer de lo nacional, en tanto patrimonio simbólico común.
Aún en las manifestaciones de este proceso que asoman por la derecha, el ideario neoliberal minado conserva su facultades e ilusiones punitivas, y éstas se legitiman desde ese patrimonio simbólico supuestamente común. Lo cual reflota otra naftalina: la discusión histórica.
La avanzada secular, profundizaba (a mi juicio de manera positiva) los postulados revolucionarios burgueses del siglo 18 y hoy convive en tensión con fanatismos apocalípticos que cruzan el planeta: desde la criminalidad mística de los Estados Unidos a las multinacionales del terrorismo que aunque globalizadas tienen sus oficinas comerciales en las dictaduras petroleras de medio oriente y desde ahí aplican políticas de dumping de precios predatorios según la conveniencia de libros escritos hace milenios y libros contables de las principales bolsas del mundo.
Las guerras se privatizaron pero siguen siendo movidas por los estados nación de las potencias imperiales, generalmente para impedir la conformación de nacionalidades como en el caso del África subsahariana u oriente medio.
En latinoamérica, los movimientos nacional populares se organizan en torno a revisionismos históricos que van de la guerrilla del Che y Fidel en Cuba, Getulio Vargas y las comunidades cristianas de base o los sindicatos de los setenta en Brasil, Perón y Evita en Argentina, Bolívar en Venezuela, la revolución mexicana en el zapatismo, los pueblos originarios en Bolivia, el artiguismo /partido Banco en Uruguay.
En el BIRC más Sudáfrica -donde la internación de Mandela causa conmoción nacional, en un gobierno presidido por ex guerrilleros- esto se patentiza en la nostalgia de Rusia ante el estado de bienestar autoritario y expansionista, la primacía del apellido Gandhi (y en especial, al igual que en el caso de Sudáfrica, los movimientos armados independentista) en la India, o las reformas de corte neoliberal autoritario en nombre de Mao Zedung en China.
Mientras, el debilitamiento de la hegemonía del terrorismo de estado yanqui -que no se expresa por el chusmerío de wikileaks sino por los civiles masacrados antieconómicamente en Afganistán e Irak, elevando la inestabalidad en la región y los precios de los insumos energéticos (lo que a su vez disparó la crisis financiera internacional con el correlato -menor- del alza de los comoditties primarios, por caso la soja)- es paralelo a la crisis del Euro y por tanto la razón de ser del estado de bienestar europeo.
Son momentos raros, históricos.
Uno se ve tentado a decir: momentos de transición.
Quizás.
Aunque, en todo caso, nadie sabe cuánto puede durar esta tensión que atraviesa el planeta, no sólo por la sencilla razón de que el futuro es impredecible, sino porque hurgando en la historia y con todas las salvedades del caso,las líneas maestras de lo que acontece fueron resueltas otrora con grandes guerras de potencias en disputa. No con acuerdos de comercio u organizaciones de tipo institucional multinacional.
Quizás el grado de globalización de la economía y el desarrollo revolucionario de las nuevas tecnologías comunicacionales operen como incentivo para contrariar la historia y poner el caballo delante del carro: es decir, negociar instituciones de nuevo tipo siempre sobre las relaciones de fuerza, pero sin el Tratado de Versalles, la República de Weimar o las bombas atómicas de Nagasaki e Hiroshima como antesala del cónclave de negociación.
Quién sabe.
En todo caso, Ojalá.
  


1 comentario:

  1. Lucas, si "transición" te complica mucho usá una palabra más sencilla, como "cambio".

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