Antes de publicar este post le saqué varias partes. Una estupidez. Es sólo un blog. Pero estoy podrido, ya, de tener quilombos por lo que escribo, como hobby acá. Y le quité toda la parte donde hablaba de Juan Cabandié, mi amigo, con quién recién estuvimos en un bar de, creo, Recoleta o Barrio Norte. Esos barrios de mierda. Creo, igual, como aconsejó Roberto Arlt, hay que escribir como "un cross a la mandíbula".
Éramos pibes y en un barrio alejado de Paraná, de casas construidas por el gobierno, ya despintadas y viejas, en los años neoliberales, cuando llegaba a los barrios la violencia y ser joven era sobrevivir, hacíamos, a la parrilla, cualquier cosa. Nunca asado.
Reuniones semanales.
Era una costumbre regalarse libros.
Ya leídos. De vieja literatura. La poesía, primaba.
La Cofradía de la Hermandad Anarquista. Así se llamaba.
Yo era el más pibe ahí. Escritores de provincia que nunca llegaríamos a nada.
Había, en todo el barrio, separado de la ciudad, un teléfono público. Con monedas. Frente a la plaza. Ningún negocio. Tomábamos vino tinto, barato. Los profesores universitarios, lo pagaban. Fumábamos cigarrillos baratos. Nos metíamos en discusiones intelectuales, estéticas, pequeños rencores sobrevolaban contra otras sectas y grupos. Éramos amigos. Íbamos a hacer una revolución, era el horizonte. Escribí una mala novela contando eso, está perdida en los almacenes editoriales, por suerte. Los años 90 fueron un espanto. Mi formación política viene de ahí: libros viejos, mucha literatura fuera de moda, espíritu federal (en sepia, en solitario, a veces me pregunto porqué me empeño en ideas que no tienen ningún arraigo y me traen problemas. Supongo que por eso, al repasar las cosas, umm, viene una guapeada al pedo, pero: entiendo que quedarme solo no me molesta y me sobra cuero para aguantarla, aunque no sé si eso es bueno o es malo para la salud mental: en todo caso, a quién le importa) mi formación política viene del desempleo, de pucherear con el periodismo, de ser una joven promesa pero, ay, entre nosotros, tiene problemas con las drogas y la conducta.
Había un árbol en el patio vecino. De la casa de Hugo, donde yo vivía. Después de estar en una pensión donde nos peleamos todos, precozmente. Por cuestiones políticas, literarias, absurdas. La vida tiene esas cosas. Raras. Ya son pocos los que viven en la misma ciudad, se han ido, a ciudades más chicas, Hugo y Marcelo, Andrés quedó en paraná, se hizo algo troskista, los barrios lejos del río, en toda ciudad entrerriana, son barrios pobres. Obreros. Estatales. De los 90, cuando lo estatal era el desprestigio, el último conchavo para perdedores. Había, en la vereda, autos parados, oxidada la pintura, el motor robado. En las esquinas pendejos violentos que tomaban en tetra brick y soñaban con triunfar en bandas de punk. Por la mañana un montón de gurises jugando en el asfalto a la pelota, soñando con salvarse, con ir a Buenos Aires a probarse en Boca. Paraban la pelota cuando pasaba el único colectivo de línea.
Había mamelucos, electricistas, pintores de brocha, albañiles, peones, administrativos municipales, recolectores de basura, indemnizados de las empresa privatizadas, devenidos en remiseros de autos viejos. Un teléfono público, en la puerta del almacén. Con monedas. Frente a una iglesia evangelista. Adolescentes que estrenaban tetas y soñaban con irse del barrio al casarse con un cordobés. Los que venían del centro, en auto, los que tenían zapatillas de marca, nos sacaban a las pibas del barrio. Y nosotros mirábamos la tarde. Caminábamos kilómetros, regateábamos en los bares, nos dolía la vida, nos sentíamos estúpidos, torpes, fuera de tiempo. Leyendo a Bakunin. A Marx. Y Paco Urondo.Y a los escritores entrerrianos que descendían de la inmigración anacoreta, tiempos idos, muertos en la vulgaridad de la moda, tiempos nuestros, sabidos que estábamos ni a la contra, sino al costado. Nadie quería estar afuera. Nosotros estábamos, forzadamente, afuera. Menos que afuera, al costado de la vía. Pero caía el atardecer y nos resignábamos. Llenos de sueños. De trompadas en la espalda. Llenos de afectos, condescendencias, favores, tristezas raras. Tristezas compartidas, profundas. Las paredes despintadas. Los muebles viejísimos, la pata rota de una mesa, el sarro en el baño, las aberturas hinchadas, los libros de saldo. La computadora que me vendieron, en mi ausencia, para comprar merca. El timbre descuajeringado que no andaba. La vecina de enfrente, gorda y llena de hijos, que vendía tortas fritas y empanadas. Y nos fiaba. Las mujeres que nos quisieron. A pesar de eso. A pesar de todo. El basural de la esquina. El descampado después del asfalto. Los caballos, las jerarquías, el paquete de arróz, la boleta vencida de la luz, la mañana imposible, el día como un fastidio, la lenta lucha de sorportarse diariamente. Los putos que soñaban con juntar guita para hacerse las tetas. La comunión de los chiquitos. Las señoras gordas que paraban la olla, qué valentía, la puta madre, la de las señoras gordas de mi barrio. El olor a guiso antes de la siesta. La represión moral, el vecino que era sargento, de la comisaría quinta. El chamamé, la cumbia, la concha de la lora. El grito desesperado, la mierda de los 90. El sol que mataba a los viejos en enero. La mansa pero feliz estadía en la plaza, cuando salían las chicas a lucir sus vestidos lavados a mano, heredados de alguna prima, peinadas con gomitas baratas, todas lindas, sonrientes. Chamarrita entrerriana.
Nuestro refugio. La fundación de la Cofradía de la Hermandad Anarquista.
Fui joven.
Es algo que, con el tiempo, se te pasa.
Podía caminar los baldíos, atravesar los campos, ir a comer a lo de mi vieja. Cagarme en los profesores universitarios. Mandar fruta. Bardear. Cogerme a la mitad del barrio. Comer de fiado tortas fritas. Tomar mate en la vereda, con una reposera remachada. Fui joven. Pasa, con el tiempo, esas cosas se van.
Como me fui, sin pagar, de muchos bares.
Hice goles en contra. Amé desesperado a una mina. Hace poco me llamó, produce el programa de otro que era mi amigo. Ella era virgen. Yo era un pelotudo. Después terminé viviendo con ella. Hace un par de días, me hicieron una nota. Sobre los bares, que ya no frecuento, su relación, con la literatura, que ya no escribo. Ahora estoy expuesto a la verguenza. Al ridículo. Ella fue mi primer gran amor. Y él mi primer mejor amigo. Las cosas entonces eran diferentes.
No me llaman porque me aprecien, sino por un par de apariciones televisivas que salieron bien. Las que salieron mal les sirvieron para burlarse. Me dediqué a burlarme entonces yo, resentido, con algo de culpa, de ellos. La vida es así. De retorcida. Pasa que, no sé ellos, pero yo me estoy haciendo viejo.
Rencoroso, así de vulgar.
Acaban de asaltar el kiosco de la esquina, le tiraron, al brazo, un tiro al pibe que atiende. La policía acordona la zona. Mi casa, hasta dentro de un par de días, sigue estando en la esquina. Hay una ambulancia. Peritos. Milicos. Curiosos. Hay un viejo, barbudo y viejo, toba, que duerme en esa esquina, entre cartones. Ahora acordonada, la esquina. Le doy unos pesos. A veces viene a casa a comer. La madrugada se nubla. La ambulancia parte a toda prisa. Pasando semáforos. Un par de vecinos hablan de la inseguridad. Un taxista, libre, para. Estoy a pocas cuadras de Retiro. Me tomo ese taxi, me voy. Vuelvo en 15 días. Vuelvo en 15 años. Me tiene podrido la inmundicia, la cloaca, la estupidez. Mientras el toba duerme en la calle. Me cuesta dormir. Porque estoy loco. Porque tengo una compulsión a escribir, a narrar nada, a soportarme, tratando, de no traicionarme. Al pibe que fui. Arrodillado, el gurí, frente al altar, tomando la comunión. Al adolescente que la rompía en los medios. Al joven en bancarrota. Al loquito que tuvo espaldas para aguantar.
Acá estoy, Pelirroja, voy tratando de agachar la cabeza pero cada tres meses termino metido en un quilombo. Si me tomo ese taxi, me voy a Retiro, tengo amigos en muchas ciudades. Paro el taxi. Me arrepiento Me putea el taxista. Que se vaya a la mierda.
La ambulancia ya partió. Algunos canas dan vueltas, al pedo.
Meto las manos en los bolsillos del pantalón. Hace rato que no salgo con forros. Me acostumbré a lo que ya fue. Camino una cuadra. Hablo con el guardia de seguridad. Subo en el ascensor.
Me pongo a escribir esto.
No me importa tanto que la promesa que fui vaya cayendo, biológicamente, en el olvido. Me da bronca no poder decir, no saber decir, intentarlo y que no me salga. Una cosa. Dolorosa y tierna.
Una sola cosa.
Indefinible. Tiene una magia. La pienso en la ventanilla de los colectivos de larga distancia, mirando las luces arriba de un taxi, tomando un café solo en una avenida, es algo.Una sola cosa. Y no sé cómo decirla. Escribo un montón y no sé cómo decirla. Ni sé si a alguien le importa. Pero tiene una potencia, una magia, un encanto, eso que siento, a veces, muy pocas veces, y nunca puedo decirlo del todo. Nunca me sale escribirlo.
Arlt y cierto vitalismo metafisico...los 90 acá...uf...se dio el cross a la mandibula.
ResponderBorrarY como duelen algunas minas.
Donde andaran esos amigos...y en que?
Y còmo sería ser la promesa cumplida? El saco y la corbata? La oficina grande y luminosa? La palmeada del superpowerboss?
ResponderBorrarEl día que puedas escribir eso que no sabés cómo, pero que está en germen...Ya no serás éste Lucas. Te faltará ese germen pues eso que no podés escribir brotará y ya no te reconoceremos.
ResponderBorrarExcelente Lucas, Felicitaciones!
ResponderBorrarMe sentí muy identificado con tu literatura.
Los 90 en Paraná o conurbano, somos fruto de eso, aunque duela tener esa composición.
Un abrazo.
a veces, en el final de estos textos tuyos, parece que lo que está por salir no es el final de una crónica o una narración. Sino un poema. Uno que arranca ahí. A veces se ve...
ResponderBorrary saludo compartir ese sentimiento. en estas madrugadas. escribir mis poemas es mi tragedia. y compulsivamente abro una entrada nueva y escribo. y después digo "callate, perra..."
pero a vos que te importa esto? dirás. y con razón.
yo sólo me siento acompañada. en estas madrugadas. esa compulsión a escribir. y ese sentir que no hay caso.
pero para mí. esos puntos. y esas comas. de los finales de estos textos tuyos abren a la poesía. y ahí capaz... es otro reino. más libertad, más anarquía, mas nosotrxs, las palabras y eso que se recibe verdadero como (y te pido permiso y disculpas por atrevida): "Una cosa. Dolorosa y tierna.
Una sola cosa.
Indefinible."
eso decía.
eso me llega a mí. te copie tal cual. no será eso que no podés escribir, pero es bello. y es poesía.
disculpa el atrevimiento...
flora
"Una cosa.Dolorosa y tierna.
ResponderBorrarUna sola cosa.
Indefinible."
disculpa el atrevimiento, lucas. de recortar asi tu texto. pero esta copiado tal cual. eso es un poema... y en todo ese final. y en el "pelirroja". y esas palabras cuentan algo verdadero que llega.
yo no sé si cuentan lo que querés contar. seguramente me dirás que no. pero siempre estos textos tuyos terminan con algo que abre a la poesía. una vez te puse: carrasco poeta. y el lenguaje en la poesía es otro viaje. a mi me tiene sufriente pero se busca más adentro. con más libertad. con esos puntos y esas comas anarcas tuyas, que son casi el mayor motivo que me provoca leerte.(dije el mayor no el unico). digo yo... y a quién le importa? pues en esa paradoja andamos nadando siempre.
salúd!
flora
disculpa a esta atrevida, que también escribe compulsivamente todas las madrugadas. y sufre como una perra. por eso. a esta hora me declaro impune.
si te llegaron dos comentarios sobre lo mismo, es que se me tildo la maquina y nunca supe si fue el primero y lo escribi otra vez. salute
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