lunes, julio 04, 2011

La mayoría de las cosas desmesuradas, incluso las más ridículas, tienen una explicación relativamente simple. Hay gente que, se da cuenta, o piensa hartamente que todo esto -la sensación de la totalidad perceptible- es poco. Nada más.

Claro que dicho así es como un corte en seco, un golpe bajo. Hacer, de una carencia -los mundos, digamos, imposibles en lo real- una especie de virtud. Pero, bien pensado, es un error.
Porque inventarse desmesuras, atrevimientos de la imaginación, no es un antídoto contra el hastío. Sino una compulsión. No una necesidad, sino, apenas -y con la carga de lo indecible-una compulsión.

Ahora las teorías que depositan en el lenguaje al sujeto han atenuado su éxtasis; incluso, parecen en retirada. Aunque tienen una carga de escepticismo que sintoniza con la rapidez de estos tiempos inmediatos. Yo no las daría por muertas, sino por acorraladas. Y quizás, los ciclos, exageran, hasta que se estabilizan. O sea, hay en el lenguaje las cosas del orden de la ideología, de la manera de ver el mundo, donde están los problemas, capaces de resolverse, y los dilemas, esas prisiones intelectuales con las que convivir.

Nada más, corazón. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario