En los galpones de la escuela Don Bosco -adonde yo iba- se hacía una feria del niño, en Paraná. Tenía 10 años y antes de entrar le pedí a un amigo, que vivía en la esquina de casa, que me atara los cordones. Antes de pagar la entrada, yo quería estar presentable. Era un gurisito chiquitito y bien educado. No sé cómo fue que terminé así, pero a mí me educaron bien. No entraba a ningún lugar con los cordones desatados. Claro que no sabía atarmelos. Aprendí, recién, a los 12 años. En Carlos Paz, en el viaje de estudios. No me quedaba otra. Ir al boliche (de 20 a 24 hs) a escuchar Lambada con los cordones desatados no daba. Pedirle, ya no a mi hermano o algún amigo del barrio, con plena conciencia de cuán pelotudo era yo, es una cosa, pero pedirle a cualquier de los pendejitos de mi curso, no señor, jamás. Aprendí. Entré, a la feria, erguido. Compré una torta frita. Saqué mi Yo-Yo (había un campeonato de Yo-Yo, mi tierno juego de una infancia ególatra, y una vida ególatra) y esperé mi turno. Subí al escenario, previsiblemente, gané. Un juguete grande, tosco y feo. De colores brillantes, un cachivache. Después, sorpresivamente, pidieron desde el micrófono, chicos para un concurso de baile. Yo, en esas mariconadas de chicas, no me metía. Pero, de pronto, al cosa se puso heavy, más metal, digamos: no era bailar cualquier cosa, como hacían las chicas, esas criaturas bíblicas tan lejanas y sensibleras (yo tenía 5 hermanos varones e iba a una escuela religiosa donde sólo se aceptaban varones), sino que, atención punkitos, había que bailar al Gran Majestuoso Yonny Tolengo. Me subí al escenario. Gané. Mi vida de niño fue un certero dardo al triunfo. Después, por esos raros destinos de las cosas, me transformé, kafkianamente, en esta piltrafa. Derrotada. Amargado. Resentido. Lamentable. Pero bueno, el caso es que recién hoy me doy cuenta que en este video, de una leyenda del rock nacional combativo, está Silvia Suller.
Fue un golpe.
Yo estaba mirando, lo más pancho,el video, mientras me tomaba un recreo para las notas que tengo que escribir para mi trabajo, un recreo de unos 4 días, comía galletitas del año pasado que encontré abajo de la cama, tomaba coca cola, la meada del imperio, me rascaba la panza, con los pies sobre el escritorio, tiré el celular al tacho de la ropa sucia para poder concentrarme mejor, vi esa rubia, dije, me dije: "mirá qué linda" Y agrandé a pantalla completa. Y escupí. Las vueltas de la vida.
Yo la ví caminando por Santa Fé, es un escracho, "parecía un gallo desplumao, mostrando al compadrear su cuello picoteao"
Hermoso el cuento. Debe haber alguna cosa especial en eso de no aprender a atarse los zapatos de chico. Sólo ví un chico con ese problema, igual que vos, mi hijo.
TEnía 5 años y decía que se quería quedar solo en casa cuando yo iba al supermercado, y salía al pasillo a tocarle el timbre a los vecinos para que le aten los cordones. Los vecinos me miraban mal y yo no sabía por qué. Hasta que una vecina una vez me dijo: cuando deje al nene solito, por lo menos átele los cordones.
Tengo un hijo de 24. Tardo tanto como vos en aprender a atarse los cordones y tenia un argumento blindado: el dia que en el jardin de infantes enseñaron, el faltó. en cuanto al exito y al fracaso, chico listo, si pasaste de niño de escuela de varones a ser el objeto de deseo de las groupis de la colonia virtual local, a vos no te va tan mal,gordito. Un cariño, nilda
Yo la ví caminando por Santa Fé, es un escracho, "parecía un gallo desplumao, mostrando al compadrear su cuello picoteao"
ResponderBorrarHermoso el cuento. Debe haber alguna cosa especial en eso de no aprender a atarse los zapatos de chico. Sólo ví un chico con ese problema, igual que vos, mi hijo.
TEnía 5 años y decía que se quería quedar solo en casa cuando yo iba al supermercado, y salía al pasillo a tocarle el timbre a los vecinos para que le aten los cordones. Los vecinos me miraban mal y yo no sabía por qué. Hasta que una vecina una vez me dijo: cuando deje al nene solito, por lo menos átele los cordones.
aprender a atarse los cordones conlleva el riesgo de hacerte creer que no necesitás más de nadie; el abrojo es un error
ResponderBorrarTengo un hijo de 24. Tardo tanto como vos en aprender a atarse los cordones y tenia un argumento blindado: el dia que en el jardin de infantes enseñaron, el faltó.
ResponderBorraren cuanto al exito y al fracaso, chico listo, si pasaste de niño de escuela de varones a ser el objeto de deseo de las groupis de la colonia virtual local, a vos no te va tan mal,gordito.
Un cariño, nilda