Cuarto día sin agua. Limpian los tanques. Me acordé de una cosa. Y me enojé. Me desperté y me enojé y me levanté. Ni 5 horas, durmiendo. La puta madre. Cuatro días sin agua me hicieron querer un helecho que está casi marchito. Un regalo, desafortunado. La verdad. Pobre planta. Más abandonada que Rossi al cerrar las mesas de votación. Pero, sino tengo agua, me dan ganas de regarlo. Al helecho. Todo triste, marchito, tanguero, ahí, solo, en el rincón, tan parecido, a mí. Dando pena. Acobardado. Mudo. Bueno, en eso no es parecido. Yo hasta hablo solo. Cuando ya nadie quiere escucharme, hablo solo. Abro la ventana, grito un poco. El portero del edificio de enfrente cree que estoy loco. Me divierte. Sé que se junta con el de la farmacia a reírse de mí. Qué más da.
Me voy a la esquina, al bar, a desayunar. Me estoy enamorando de la señorita que vende flores en esa esquina. Lástima que sea tan fea. Y radical. No me acordaba haber escrito ésto. Vivía en un piso muy alto, bajar era un incordio. Es cierto, no hay nada tan importante, que decir. Se me fue el enojo.
Si tuviera una flor me la pondría en el ojal.
Que es un milagro despertar y todo eso. La sensación de estar colgado de un avión.
Buenas noches.
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