sábado, septiembre 10, 2011

La crisis radical

El partido más viejo de la argentina sigue siendo la única alternativa con capacidad de gobernar por fuera del Frente para la Victoria, variante del peronismo.

Tiene dirigentes experimentados, pasado, implantación territorial, contactos internacionales, relaciones con corporaciones y actores económicos y una mochila, reciente, del fracaso del menemismo blanco que intentó Alfonsín a través de la unión de Chacho Álvarez y Fernando De La Rúa y terminó el propio Alfonsín, a través de una nueva alianza con Chacho Álvarez y Eduardo Duhalde, esta vez para voltear a De La Rúa.

La continuidad del menemismo quitándole el componente bárbaro, salvaje, grasa; esto es, el poco y hueco componente peronista del menemismo, fue un proyecto que terminó con los asesinatos progresistas del 20 de diciembre de 2001 y la huida de De La Rúa y los alfonsinistas residuales de la Casa Rosada. De La Rúa quedó en la marginalidad histórica, y los alfonsinistas volvieron, por la puerta de atrás, a la Casa Rosada con el gobierno de Duhalde.

Claro que la tesis nueva de Alfonsín (dejar de lado el menemismo blanco para convertirse en duhaldistas disidentes) servía para salvar la ropa del partido, aún cuando esa ropa sólo sirva para mostrar que viste a un fantasma. El duhaldismo disidente –sea en cabeza de Lavagna, de González Fraga, de De Narváez o la variante que encuentren de acá en más- parece, hoy, una estrategia agotada. Fundamentalmente porque las condiciones políticas que posibilitaron la alianza entre Alfonsín y Duhalde – a pedido de sus propios dueños: la UIA, AEA y lo que hoy es la Mesa de Enlace- variaron en la provincia de Buenos Aires. El radicalismo ya no es clave en la legislatura bonaerense y esa ausencia de poder político deschava la precariedad de cualquier estrategia nacional.

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