Quizás supere las dos docenas de años (quizás no y exagero) la reedición del libro clásico de Aldo Ferrer, La Economía Argentina. Le suele agregar anexos, prólogos, etc. Miles de lectores de la realidad se formaron con esos criterios didácticos. Pocos economistas.
Los economistas ya no venían -no sé cómo se estudiará ahora- con la comprensión de esa reliquia de la nostalgia por el futuro que no fue y que siempre se empeña en volver, que se llamó desarrollismo.
En mi fugaz y complicado paso por la universidad, eso no se leía. Se interpretaba, justamente, la economía argentina, en clave política, bajo la tutela de la sarta de boludeces de Luis Alberto Romero. Estudiábamos, entonces, la historia del fascismo que arranca un 17 de octubre de 1945. Reeditado con salvedades: los obreros estaban alienados. Los docentes, que nos enseñaban eso, hoy están al frente de un ministerio de subsidios a los empresarios primitivos en el Gobierno de Entre Ríos. Yo estaba convencido -no por leer esas cosas ahí, después de todo, ni las leía, la verdad- de lo mismo, pero desde un enfoque, rudimentariamente marxista. O pretendidamente marxista. Cosas de la vida. Tener 20 años es una alegría tan pelotuda que, por suerte, dura solamente un año.
La Economía Argentina siempre me llamó la atención. Porque es el punto de amalgama entre las complejidades de un período -el del estado de bienestar en la argentina- que atraviesa varias corrientes ideológicas o, mejor dicho, políticas. Ferrer fue ministro de una dictadura, como buen radical. Hoy es funcionario del kirchnerismo.
El desarrollismo era transversal al radicalismo, más allá de la franquicia del incomprensiblemente hoy reivindicado Frondizi (a mi no me gustan las dictaduras), y al peronismo, con o sin Perón, con o sin Vandor.
La izquierda dura, sobre todo el Partido Comunista, tenía, también, una mirada benevolente, capaz que por la resaca de los "frentes antifascistas" o por el auge del tercermundismo y la liberación nacional. Descolonizadora. Un abandono, certero, de tesis "polémicas" de Marx.
Siempre me llamó la atención que el libro de Ferrer podía leerse con dos claves de lecturas: acentuando más los capítulos de la balanza de pagos o acentuando más los procesos políticos intrínsecos. Como Historia de los Términos de Intercambio o como Historia de los Patrones de Acumulación. Ambos están, ineluctablemente, entrelazados. No, señora, bajo el método de tesis, antístesis, síntesis; pero sí, ineluctablemente entrelazados (qué linda manera de decir las cosas).
Más tarde, Ferrer torna más sofisticado el cruce entre economía y política con el concepto de densidad nacional. Y los modelos asiáticos.
Ya asomaba el auge de los gobiernos nacional populares en sudamérica, entendidos como "neodesarrollistas". O "neokeynesianos", es decir, keynesianos en el tercer mundo, ya sin el segundo mundo del socialismo realmente existente como contrapeso.
La "densidad nacional" se volvía un concepto valioso. El, perdón, ineluctable entrelazamiento de la econmía y la política. Categorías que, por disciplinarse en el estudio de manera acentuadamente distinta, en compartimientos acentuados -nunca mutuamente excluyentes, como pretende cierto extremismo de derecha- no están, en la "cosa" sociológica, nunca distanciadas. Aunque lo parezcan.
Existe una corriente política que tiene, hoy, mucha prensa y pocos votos, principalmente porque es la ideología funcional a los dueños de los medios de comunicación y por tanto a las principales pymes asociadas que lo integran. Esa corriente, la de la Tía Party, se autodenomina "republicana". Son los hijos y nietos de los golpes de estado. Son, como sus mentores, el Tea Party, "originalistas", en el sentido que consideran que en las tablas de moisés de la república -la constitución de 1994, pero sin toda la parte democratizadora- está todo escrito lo que hay que hacer. Más allá de (lo que ellos llaman) "la economía". Tiene pocos votos esa corriente republicanista porque aún está vivo el recuerdo del último presidente republicanista: Fernando De La Rúa, el socio de ese otra gran republicanista de la época: Chacho Álvarez (ahora, como corresponde, adhiere a la corriente de moda en esta época: el baile del caño).
Fue, también, un gran republicanista, aunque más parecido, hasta anticipatorio del Tea Party, Eduardo Duhalde.
Duhalde comparte el oscuro cinismo del originalismo, lo condimenta con el espíritu psicótico y perseguido de su esposa (Carrió llevaría este misticismo delirante al colmo) pero la característica que más lo emparienta es el antielitismo. Como el Tea Party, es "populista", en el sentido anglosajón del término.
Por Tradición, Familia y Propiedad, la Tía Party, nuestro Tea Party, no está a favor del estado mínimo y la reducción total como óptimo de los impuestos. No son protestantes. No tienen la ética del capitalismo, sino el opaco mesianismo del catolicismo cupular, enhiesto como viejo choto, patético y orgullosamente a contra mano de las últimas tendencias mundiales como por ejemplo la revolución francesa. Una propaganda de Benetton les parece la encarnación del diablo; más allá de su cerrada defensa de los pedófilos con sotana, del derecho de pernada y otras verdades que no están en las tablas del Corán de la batalla de Caseros, pero hacen al ser nacional.
Eso, señora, es el campo.
La Tía Party quiere un estado fuerte, más allá de los avatares de esa ciencia de dios que es "la economía". Su tipo ideal es franco, en el sentido español de la franqueza, y en el sentido español de tipo ideal. Se han aggionardo, ahora quieren, como Franco, su propio Pacto de la Moncloa.
El alto consumo les parece que va contra la república, pero uno no sabe si lo dicen de gorila, de católico preconciliar, de católico pre Adán y Eva, de pelotudos o por defensa propia. Favorecen, como nadie, a los ricos. Pero la riqueza, en el fondo, también, les parece pecado.
Jamás podrán entender que los senadores radicales y menemistas no hayan querido destrozar los derechos laborales sin cobrar coima. Qué corruptos!
Fueron parte importante del peronismo originario. Perón se los sacó de encima, cuando hizo buenos gobiernos. Los trajo, envejecidos y más peligrosos, en el 73. Es el Perón que se abraza con Balbín, para exquisitez de Mariano Grondona. El Perón que cierra su maldición rosista con su propio "ni vencedores ni vencidos".
La cosa fue más compleja. Sí.
Pero en esta clave de lectura, se simboliza lo que no se quiere decir (el amor que sienten por la Triple A) con el abrazo de Perón a ese dirigente político de persistente mediocridad que fue Balbín.
Marcos de lectura actuales, de dos fenómenos -la crisis financiera occidental y el triunfo de Cristina- son leídas, por la vocinglería de los medios dominantes, de este modo.
Como Historia de los Términos de Intercambio, que es la lectura "económica" de lo que se pretende política y es la Historia de los Datos que Demuestran que Argentina está Perdida; cuyo origen puede radicarse en la colonización de la decadente España a las Américas, el préstamo a Rivadavia de la banca inglesa, el discurso de Perón a la Bolsa, u otros clásicos del analfabetismo político que se reeditan cronológicamente. El Dato que explica Todo.
Contado por dos exponentes de la Tía Party, la Tota y la Pochola. En directo desde Miami.
Hola Marce!
Hola Marce!
Muy bueno, Lucas. Y como esa caterva sigue soñando con un régimen Franco, se consolará votando al hijo de Franco (sí, sí, el que piensa que su hijo es un FRANCO PELOTUDO).
ResponderBorrarLucas, no me funca hace unos días rss!
ResponderBorrarMuy bueno el post. Me dejó pensando en muchas cosas. No me sale decir nada porque no lo haría con distancia. Y si fuera suficiente con "qué hijos de puta" sería fácil
ResponderBorrarpero también sería demasiado elogio. A los hdp, de alguna manera, los respeto. Estos en cambio son ladinos, con el versito de que son (y, para ellos, todos somos) pecadores, pecan con gusto, justifican su mediocridad, chatura y arrogancia disfrazándolas de valores populares. Son chantas, pq no pueden ser otra cosa, lo son por default. Pero quieren parecer, quieren un ropaje, "institucional" que legitime
sus desvergüenzas, una "historia" de sloganes, faciles de retener y de repetir, que confirme que este país es una mierda y que Miami es otra mierda pero que huele bien. No quieren política por sobre la economía porque como bien dijo un personaje en una peli "hacer plata es fácil, si lo único que se quiere es... hacer plata" y sino esa patética tota con sus patéticos invitados y el patético productor de ese patético programa, no mostrarían tan patética y orgullosamente, su irrespetuosa vulgaridad.
Sí, muy bueno el post.
"Vivir con lo nuestro" de Aldo Ferrer me dejó un gusto muy amargo, en particular cuando hablaba de las pymes y la "ventaja" de que podían desaparecer cuando se acababa su nicho de mercado ("series cortas de producción") con bajos costos laborales...
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