Piel

Hay un aire nuevo, no necesariamente fresco y liviano. Tampoco sería bueno exagerar en las promesas de tormenta, que sin embargo tiñeron los últimos movimientos políticos del 2011. Ese aire da signos contradictorios, dispares y por varios lados. Hay, para empezar, un dato que es que la maduración de todo proceso político que se alarga en el tiempo lleva en su marea cada vez más cosas, es un torrente más caudaloso y menos límpido (y eso es un elogio, y marca toda una diferencia ética y estética, políticamente hablando, frente a los que siguen pensando en términos de “mi límites es…”). Lo que era novedad se vuelve costumbre, algunos perfiles iniciales se desdibujan y otros se ponen más filosos. Kirchnerismo, podríamos decir, es todo lo que nos pasa, y definirlo es algo a lo que renunciaron hasta los opositores. La cara oculta de ser mayoría. Por ahí ronda el problema de fondo de la Plataforma 2012: los argumentos son remplazables, los nombres son remplazables. Podrían hablar de la Barrick Gold, como de infinidad de tantos temas no resueltos o mal resueltos, o que no se quieren resolver por parte del gobierno. Pero enumerar antojadizamente un par de esos casos no les da un criterio, una posición, menos una Plataforma. Los nombres, por eso mismo, también sin intercambiables, podrían firmar ese documentos intelectuales un poco más de izquierda o un poco menos. Da lo mismo. Un conjunto de malestares, de “observaciones”, no se convierte en algo útil para construir un proyecto político. No logran construir un “otro” político. Lo cual hace probable que sigan siendo los medios de comunicación los que le bajen línea a los partidos de oposición, algo que no es una buena noticia.
Los reacomodos que vienen con el fin de la minoría intensa tienen sus tiempos. Entre la minoría intensa y la sintonía fina hay un pequeño abismo que transitar. Es sacarse la pintura de la cara que se usó durante la guerra de posiciones, y pasar a la otra instancia. ¿Cuál es la otra instancia?  Hay signos “temáticos” de eso: el federalismo y la política en las provincias, el debate por el relato, el lugar de los sindicatos en un proyecto político, asoman como problemas políticos de gestión pero también como problemas de interpretación, de análisis, de posicionamiento. Hay muchos más, pero éstos tienen la característica de que no se arrastran desde el big bang de 2003. O sea, son más hijos del triunfo. Si hablamos de federalismo,  ¿cuál es la relación política, económica y poblacional que se tiene que construir entre el interior y el AMBA, qué es tener sobre eso una posición “nacional y popular”? ¿Hay algún consenso al interior del 54% para pensarlo?  Ahí, en Twitter, Lucas Carrasco mete el filo, cuando corre la discusión sobre los aumentos del subte del lugar apacible de “Macri ajustador”, y festeja el fin del derroche porteño y su servicio de transporte Premium a precio socialista. Pero es mucho más que ese caso puntual. La situación fiscal de las provincias parece que va a ser un tema recurrente para el 2012. Y ahí, pregunta interesante: ¿Cuántas provincias hicieron kirchnerismo puertas adentro en estos 8 años? ¿Cuántos poderes políticos locales se enfrentaron a “sus” corporaciones provinciales? ¿Muchos, algunos… ninguno?  Segundo tema: El debate sobre el relato y la historia también marca otro momento, otro aire. Otras incomodidades, acá y allá. La incomodidad de los historiadores y ensayistas no oficialistas ante el revisionismo tiene la antesala del revisionismo callejero que ocurrió durante el Bicentenario. Ése sobre el que se hicieron algunas preguntas interesantes en el 2010 y que ahora parece haber quedado tapado por el fuego cruzado entre el establishment académico y el grupo del instituto Dorrego, donde ambos pueden refugiarse más cómodamente en sus verdades inamovibles. La calle, siempre, mete más preguntas. El revisionismo silvestre de los días del bicentenario, el que pasó más allá de los cálculos, el que tuvo un relato de imágenes más que de textos, que tuvo su posmodernidad tecnológica, que tuvo un protagonismo popular calmo (tan alejado del 19 y 20), sobre ése es más complicado tirar dos frasecitas resolutivas. Porque deja incómodos a los dos lugares, o al menos les exige preguntas a todos. O sea, el punto es que todavía en ese debate histórico lo más nuevo es lo que está afuera, lo que todavía no entró a pensarse como “parte de la historia”, y que podría formularse así: ¿De donde y por qué salió toda esa gente? ¿A festejar qué patria? ¿Cuánto hay de “continuidad democrática” en los obeliscos de los cierres de campañas del 83 y el del bicentenario? ¿Qué puentes simbólicos hay con los festejos populares del peronismo clásico? El deber revisionista, tal vez no sea ahora develar los ocultamientos documentales que impiden descubrir el verdadero pasado, sino renovar, revisar las preguntas. Tercera y última: La cuestión del sindicalismo también, si podemos sacarle un poco de dramatismo coyuntural, tiene esa característica de incomodidad y de novedad. ¿Desde dónde lo pensamos? ¿Desde el esencialismo del peronismo del 45, desde el Congreso de la Productividad? ¿Desde las obras sociales (que son la base económica de la fortaleza política de los sindicatos)? ¿Desde la revalorización del rol de la actual conducción de la CGT durante el menemismo?  Hay algo que es casi casi indiscutible, y es que “esto que pasa” es fundamentalmente un proyecto de reconstrucción estatal. De retome del control político de ese Estado. Y como tal, quien conduce políticamente ese Estado debe subordinar a quienes con malas o buenas intenciones obstruyen ese proceso. La delgada línea roja (por la que pasan éste y casi todos los gobiernos de la región) es que esa subordinación recorta el poder de fuego de la “corporación” sindical frente a las corporaciones empresarias.  Es, de alguna manera, una tensión irresoluble, que sólo puede tener en  la fuga hacia delante, el control de daños y ciertos terrenos de autonomía  las variables para que la tirantez no se vuelva ruptura. Y con el correr de los meses, se verán los resultados, que van a ser simples de ver: el poder adquisitivo del salario,  el de desocupación, el de trabajo en negro. Todas materias donde ese proyecto de reconstrucción del Estado, que se conoce como  ”kirchnerismo” fue, hasta ahora, subiendo escalones. Desde hace 8 años.
Del blog Acquaforte (el subrayado es mío)