miércoles, enero 11, 2012

Vocación por la Arrogancia (3)



Los dos intelectuales -casados, pero ya no en pareja- Laclau y Eldiego, siempre cuestionaron los medios de producción que hacían posible su enriquecimiento. Bajo una lógica, entre equivocada y simple, de que los productores del dinero y la magia maradoniana debían obtener la mayor tajada. Laclau no la juntaba pero la cuidaba, y según dicen las malas lenguas, la reproducía, y Eldiego jetoneaba y, por suerte, pateaba la más maravillosa música, el fútbol. Era, Eldiego, marido en ese entonces de Laclau, de los que metían la pata en todo el asunto. Los que corrían en la cancha. Los que brotaban de lo imposible, como Eldiego. Yuyo bravo de las malezas pampeanas. Demagogia con los pies.
En términos marxistas, hecha así la formulación, "el hacedor del producto debe llevarse la mayor tajada de la mercancía" estoy, claro, de acuerdo. Claro. Pero. El fútbol -esa vulgaridad que fanatiza a intelectuales culposos- no es 22 millonarios pateando una pelota sino, como quedó claro en ocasión del Fútbol para Todos y los berretines del Grupo Clarín, es básicamente un programa de televisión. 
¿Quién "hace" los programas de televisión? ¿El protagonista o la maquinaria que lo posibilita?
La discusión, en el campo comunicacional, es vieja. Una expresión, popularizada, dice que el medio es el mensaje. Otra, ya caía en desuso, antagónica a la anterior (que también está un cacho añeja), habla de emisores y receptores. En el campo aristotéticamente intermedio, está la tensión dialéctica. Yo, si me dieran a esconger, me paro ahí. Donde está el quilombo. Como siempre. 
Ninguno de los dos, ni Laclau ni Eldiego, produjo ningún bien tangible. No es una crítica, ojo al piojo, López, sino, digamos, una observación. Sobre la modalidad de hacerse millonario en los tiempos que nos corren. Con la escoba. Y la modernidad.
No habré de ser yo, justamente, o injustamente, quien cuestione que un hombre no haga mercancías tangibles. Yo, que me como las uñas. Culpa de estos brotados nervios existenciales. 
La producción intelectual tiene hoy nuevas mediaciones, del campo de las tecnologías comunicacionales. La crítica a esas condiciones de producción, está, brillando por su ausencia. La ausencia que brilla. Qué linda expresión, señora. Igual que "valga la redundancia". Frases huecas. Como el hueco de la ausencia. Que se hace presencia, justamente, por el quiebre. 
Viene, a continuación, una serie de epístolas -aburridas, para quienes no tienen ese interés, tan específico y añejo- sobre la novela burguesa. Salteemos, señora, ese paso (en la pestaña respectiva, podrá leerse, si es de su gusto, ese asunto sobre la novela burguesa, sus inicios, devenir y decadencia). Basta observar que esos artefactos -la novela- no han muerto. A diferencia, por ejemplo, de dios. Ni, creo, morirán. Aunque, eventualmente, cambien de soporte. Una cosita sobre dios y su ya desmentida muerte: ¿cómo puede ser que dios muera en cada campo de batalla y resucite para seguir haciendo guerras?
Volvamos. Siempre habrá historias por contar, para contar, avidez de leerlas, de adquirirlas, ilusión de vivirlas. Usos y abusos de la lectura. Esa fascinación. Tan moderna. Y encantadora. 
Pero puede que, es mi apuesta, se vaya hacia una doble convergencia: de soportes y de géneros. Algo de eso ya hay, de manera acentuada (después de todo, siempre estuvo presente, todo siempre: ¿o acaso sin la invención de la imprenta hubiera sido posible la novela?). La doble convergencia refiere, por un lado, a los soportes, a su, digamos precariamente, fusión: tanto de soportes duros, del papel a la pantalla, como de soportes visuales: texto, imágenes, sonidos, etc. Y por otro lado, otra convergencia, convergente con la anterior. De géneros. Del periodismo, de la poesía, de la musicalidad, de la ciencia, hacia la novela. 
No es, en el sentido económico del término, la decadencia de la novela burguesa. Sino, su crecimiento, a través de la destrucción de sus antiguos medios de producción, señora, ¿le suena?.
La crítica a estos medios de producción intelectual ocurre. Pero por fuera de los circuitos del saber. Lo que deriva, según nuestra siempre humilde apreciación, en la crisis del saber institucional. Esta crisis es provocada por la destrucción creativa, por parte de la burguesía, de los anteriores medios de producción.
Sus efectos, las consecuencias de este problema, no sé en qué derivarán. Nadie tiene la bola de cristal. Pero   es una pena que hoy, ahora, se pueda constatar que la producción de esos saberes críticos sobre las condiciones de producción cultural estén siendo absorbidas, mayormente, por el propio mercado. Por los grandes jugadores en su estrategia de posicionamiento. Por caso, gracias a Google, usted tiene la amabilidad de leer estas consideraciones. Pretenciosas. Sí. Pero así están las cosas. Hasta el próximo capítulo.


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