¿Ajuste o sintonía fina?
Por Lucas Carrasco
La quita de los subsidios provoca que algunos usuarios
tengan que pagar más por los servicios públicos domiciliarios y de transporte. En el debate económico, esto se puede llamar
ajuste o actualización, pero en lo concreto se trata de un aumento del dinero
que cada usuario invertía en esos servicios.
Todas las tarifas estaban congeladas desde el año 2003,
basta recordar cuánto era el salario que cada uno cobraba hace 9 años, o cuánto
salía un café, una entrada a la cancha o cuánto uno dejaba en la parroquia.
Mientras ocurrían los aumentos, tanto de los precios como de los salarios,
muchas tarifas controladas por el gobierno quedaron, en cambio, congeladas. Si
uno calcula el porcentaje de aumentos de precios en varios productos y de
aumento salarial en un conjunto de personas (la familia de uno, por ejemplo) va
a notar que el porcentaje de aumento de las tarifas es menor.
El problema económico se originó cuando el crecimiento de
los salarios y de los precios dejaron desfasadas las tarifas congeladas. O sea,
habían crecido tanto los precios de la economía –también de los costos de esos
servicios específicos- que era cada vez mayor la cantidad de dinero que el
gobierno tenía que poner para mantener esas tarifas, volviéndose de a poco
injusto, porque el conjunto del gasto y la inversión del estado sostiene a la
vez muchas variables como las escuelas, las políticas sociales, la asignación
universal, las deudas de los anteriores gobiernos, los hospitales, etc.
La electricidad en mi casa de Capital era cinco veces más
barata que la que paga mi abuela, jubilada, en Paraná. Hace algunos años, cuando existía un alto
desempleo, mi abuela ya estaba jubilada y ganaba más que yo. Hoy, es al revés.
Porque hay más empleo, por lo tanto salarios más altos, etc. Hoy en una cena me
podía gastar prácticamente lo mismo que la boleta de un mes entero de
electricidad.
Pero mientras tanto, además, no sólo la ecuación energética
cambia en el mundo a cada rato (el valor del petróleo se define en las Bolsas
de Comercio y en los cuarteles generales, ni más ni menos) sino que aumentaron,
por suerte, los costos para las empresas. ¿Por suerte? Sí, aumentaron los
salarios de los trabajadores de EDESUR y EDENOR, los del correo que me mandan
la boleta, los bancarios donde voy a pagar, etc.
Los controles a las importaciones no son un invento de este
gobierno en la Argentina ni en el mundo, al contrario, los gobiernos
neoliberales los anularon como una rareza que produjo la debacle de la
industria, con sus costos sociales en el empleo y el salario, y en la economía
toda. Esa economía que nos hacía cantar “¿Dónde
hay un mango, viejo Gómez?”
Basta pensar en el trabajo de cada uno y cómo la importación
abierta en un mundo en crisis podría, rápidamente, reemplazarnos a nosotros
como trabajadores. En mi caso, mi trabajo es estudiar durante la semana,
entender las noticias, buscarlas y contárselas a usted los domingos. Pero si el
monopolio de Clarín en el papel o la importación abierta a países que pagan
salarios más bajos o en monedas devaluadas no se hubiera solucionado, habría
menos trabajadores que harían posible que usted nos leyera. Y este diario
quizás se vería obligado a tener menos páginas y yo a trabajar de otra cosa.
La regulación de las importaciones es, además, una medida
que están tomando todos los gobiernos en el mundo para proteger, ante la crisis
mundial, sus propias fuentes de trabajo.
El gobierno argentino, como es natural, intenta proteger las fuentes de
trabajo de los argentinos.
Si se mira más en fino, la regulación de las importaciones,
los derechos de exportación para productos sin elaborar (las llamadas
retenciones, que paga, por ejemplo, la soja a granel, sin elaboración. Es una
alícuota muchísimo menor si la soja es en aceite: porque su procesado implica
muchos más trabajadores argentinos y sale, por eso mismo, mucho más caro vender
aceite de soja que la soja a granel, que casi no emplea trabajadores gracias a
las tecnologías vigentes) las reservas del Banco Central, el subsidio a las
tarifas, el estratégico desendeudamiento son políticas económicas que acompañan
el valor del dólar. La cotización del dólar, de suma importancia para el
comercio exterior, tiene que ver también con el trabajo argentino. La mayoría
de los trabajadores no compramos dólares, pero el valor de esta moneda, aunque
no lo sepamos, determina también nuestros salarios, nuestro trabajo, etc.
Suena un poco amargo que sea el dólar quien marque nuestro
futuro laboral para los que no compramos dólares, pero además porque quienes
juegan a la bicicleta financiera son los banqueros, los propietarios de grandes
fábricas y grandes extensiones de campo, los organismos multinacionales y los
gobiernos extranjeros. La sintonía fina lanzada por la Presidenta busca adecuar
justamente todas las herramientas posibles, las anteriormente nombradas, en pos
del mismo objetivo macroeconómico, que nos parece tan lejano, tanto como de la
vida cotidiana: nuestro trabajo, sin ir más lejos. Y que no sean solamente los grandes jugadores
de la economía del mundo quienes definan nuestro futuro.
Hasta estos días, la crisis mundial más dura que vivió el
capitalismo fue durante fines de la década del 20 y el 30. En Argentina
coincide –y no casualmente-con el primer golpe de estado militar, que derrocó
al gobierno democrático de Yrigoyen. En el mundo, esa crisis fue detonante del
ascenso del nazismo, del fascismo, de dictaduras y guerras, hambrunas y desesperación.
Esa crisis fue de “sobreproducción” es decir, políticas económicas que
empobrecían a los trabajadores y entonces nadie podía comprar lo que se
producía.
La actual crisis mundial es de carácter financiero y abarca
las deudas externas de los países, principalmente europeos (pero no solamente).
Es decir, por ahora, es una crisis distinta, que la Argentina soporta sin
mayores pesares por el desendeudamiento que inició el expresidente Néstor
Kirchner y continúa Cristina. Pero las
recetas neoliberales que en Europa se están tomando –haciendo los clásicos
ajustes para pagar la deuda, que en Argentina vivimos en los años 90- pueden
derivar en una crisis de “sobreproducción”. O sea, por ejemplo: el país X
fabrica bicicletas que vende a la Argentina y compiten con las fábricas
nacionales, hay un ajuste en ese país que rebaja los salarios de la fábrica de
bicicleta, con lo cual pueden venderlas más baratas; peor aún, como el ajuste
salarial se dio en todos los trabajadores del país X esos trabajadores
postergan la compra de bicicletas, entonces la fábrica tiene más “stock” y las
trae a mitad de precio que las bicicletas hechas en Argentina. En este caso,
habría “ajustes” en las fábricas de bicicletas Argentinas, reducción de turnos,
etc, porque se fabricarían menos bicicletas porque la gente busca las
importadas, que son más baratas. ¿Cómo
salir del círculo vicioso? Controlando la importación de bicicletas.
Los neoliberales objetarían –es lo que le objetan a Cristina
ahora- que de ese modo no se perjudican los trabajadores de las fábricas de
bicicletas pero sí lo otros, por ejemplo, este periodista, que no puede comprar
las bicicletas más baratas (la verdad es
que mi poco espíritu deportivo afecta la industria nacional, ja). Claro, el problema es que si abren la importación
de bicicletas, ¿por qué no la del papel para diarios?, pero además, si quedan
sin trabajo los fabricantes de bicicletas lo joden a mi tío, que es ingeniero en
seguridad industrial, y si hay más trabajadores desocupados quizás se vendan
menos diarios (Crónica, justamente, el
preferido entre los trabajadores) y si hay más trabajadores en la calle
dispuestos a un menor salario pero conseguir laburo, seguro le bajan el sueldo
a mi hermano en su fábrica, que va a aceptar para no quedarse sin nada. Lo que
ya vivimos tantas veces los que ya no somos jóvenes. Y todo porque yo quería
aprovechar las bicicletas a precio de saldo del país X.
Lo mejor, es justamente, controlar las importaciones. Pero
no restringirlas. Porque si el país X no
nos puede vender ninguna de sus bicicletas, los fabricantes nacionales, que
siempre fueron pícaros, la van a vender con precios altísimos bajo cualquier excusa.
Si eso pasa, basta “liberar” una cantidad de bicicletas del país X, más
baratas, para poder regular el precio de los fabricantes nacionales.
Los grandes lineamientos de la economía tienen relación con
nuestra vida cotidiana, por eso es fundamental comprenderlos y saber valorar
correctamente. Sobre todo porque muchas veces los economistas hacen difícil la
comprensión de las cosas. Algunos,
incluso, de mala fe. Porque trabajan de lobistas de bicicletas del país X.
Otros, porque su jerga es sólo para iniciados. Pero yo no lo puedo echar la
culpa a los economistas por haberme comprado una bicicleta que duerme en el
balcón esperando mi espíritu deportivo que no aparece. Qué lástima.
Publicado en Crónica. Firme junto al pueblo
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