Recién crucé a comprar cigarrillos, con una camisa a la que le falta un botón. Me di cuenta por que la señora de la despensa me lo hizo notar. Hace calor, hay humedad. Dice que un señor como yo no debería ser tan desprolijo. La señora cree que soy alguien importante. Porque el viejo del edificio, que es un crítico de cine perdido en las páginas de un diario que cada necrológica que publica es un lector menos, le dijo que yo era una gran promesa como escritor. Si es por prometer, nadie mejor. Lo sabrán tantas chicas que en estas calles, ahora lejanas un poco porque va pasando, cada vez más rápido, el tiempo, lo sabrán si es de promesas la cosa. Chicas que deben estar en algún lado con remeritas sin mangas, de otoño tardío, en los pasillos de un edificio dando besos a algún chico ilusionado. Y los de la pensión dicen que me veían en la tele, cuando era más gordo. Y hay una pendeja hermosa que sale a fumar al balcón y ni me mira pero me descoloca y yo frente al teclado largo todo y la miro como compungido de estarme perdiendo algo con metáforas cursis como la arena esa que se escurre entre los dedos y a mí nunca me pasó, yo odio profundamente las playas. Creo que desde la remota infancia no voy a una playa. Odio, con odio de odiar, de masticar, no con la insolvencia fiscal del odio posmoderno, que va y viene, como, justamente, las olas. Yo odio la playa, la de río sobre todo, por razones fóbicas, particulares, que probablemente nunca cuente. Total a nadie le importa. Aunque, siempre sospecho, esas cosas se cuelan, más que nada, en las ficciones. Aparecen encubiertas, resumidas y presumidas. Y en cierto sentido es inevitable que sea así. Estoy, otra vez, diciendo boludeces. La imprecisión es un recurso de la argumentación. Una manera. Y dejé la camisa, la que le falta un botón, tirada sobre la cama. Y me puse a escribir. Mañana será otro día, pero la noche recién empieza. Capaz que ya lo sabías. Capaz que no te importa. A mí, en el fondo, tampoco.
Twittear

Vea, Carrasco, yo soy un asiduo seguidor de su espacio. He dejado muy pocos comentarios, y siempre para expresarle la fascinación que me produce leerlo. Y esta vez no va a ser la excepción. Yo no soy escritor, jamás intenté serlo, ni lo intentaré. Pero cuando escribo algo tan trivial como, por ejemplo, un mail, siempre trato que quede lindo, que al releerlo me guste un poco. Y últimamente me he dado cuenta, no sin cierto pavor, que cuando trato de escribir algo que me parezca decente, se me pega, en cierta manera, su estilo, hasta el abuso de las comas, vea. No sé si eso le agrade o no, me tiene sin cuidado. Pero por alguna razón me pareció que tenía usted derecho de saberlo.
ResponderBorrarLe mando un abrazo.