viernes, abril 20, 2012

Vamos Menem!



Antes de que Europa y su barbarie genocida invadan américa, los europeos, señores de la guerra, o sea también del saber, creían vivir en un planeta plano. Cristóbal Colón, quizás el hombre más sobrevalorado de la historia, murió en su equivocación feliz, creyendo haber llegado a Asia. El "descubrimiento" de las razas, para usar las categorías racistas, o sea europeas, fue, a su debido tiempo, en su medida y armoniosamente, entre otras cosas más importantes, fue también un impacto profundo en el campo epistemológico. En el campo del saber sobre el saber: de cómo mirábamos el mundo. No nosotros, que aún no estábamos, no yo, que tampoco soy tan viejo, sino los humanitos que estaban en aquel entonces en Europa, los que estaban en América no eran humanos, tampoco esclavos, sino que dios los consideraba -dios cambió de opinión, por suerte, fue evolucionando- animales con alma. Una especie de intermedio entre los animales de carga -los de raza negra- y los seres humanos, los europeos (ojo, a no enojarse con dios: después dios renunció a la ciudadanía europea y se globalizó).
Supongamos que mañana se descubre vida en otro planeta. Y peor aún para la herida narcisista de la especie: que esa vida es industrial, tendiendo a desacralizarse, con algunos rituales estúpidos, con códigos comunicacionales y tecnológicos fácilmente asimilables para nosotros; en suma, ni muy mejores ni muy peores. Sería tremendo. Sería como, a escala menor, les pasa a los mersas que no van fin de semanas largos -oh, perdón- a Miami y antes de llegar y conocer ya están fascinados, porque están colonizados culturalmente, y morirán, como Colón, así. Sino como quien vive dos años en un país menos frívolo como, no sé, Dinamarca, y no sea hace neonazi con derechos de tercera generación. No idealiza las cosas. Es un impacto epistemológico como el que me sucedió cuando leí a Jorge Asís o Pacho O Donell, que fue cuando gobernaba Menem y ellos eran altos funcionarios. Asís, claro, cometió el imperdonable pecado estético de no mudarse al kirchnerismo, por lo cual debe ser lapidado sin piedad. Porque además es talentoso y dejará una estela cierta en la literatura argentina. Los escritores funcionarios, como Abel Posse -que aunque sí se mudó al kirchnerismo, cuando le sacaron el cargo, se hizo, por supuesto, antikirchnerista: como Alberto Fernández pero en escala escatológica- o el mismo O Donell, del menemismo, son poco denostados porque   aceptaron, siempre, mansos y pacatos, mudar de convicciones con prontitud. Pero cuando yo los leí, adolescente criado en una clase media que se caía, me sorprendí. A los 14, 15 años. Cómo un mememista, podía resumirse mi asombro, podía ya no pronunciar, sino escribir palabras esdrújulas. Yo era parte de ese clima cultural triunfante que se indignaba con María Julia posando para la revista Noticias con un tapado de zorro mientras privatizaba Entel: Entel sigue siendo privada y el zorro sigue estando muerto; la novedad con que se saldó el trauma persistente, es que murió la carrera de María Julia Alsogaray, por no mudar sus convicciones. Los convictos, en el peronismo, son los que mueren. Vieja lección de la historia. No los convencidos, esos mudan convenientemente, los convictos. Dentro de algunos años quedarán postales parecidas, quizás, los que viajaron en avión a ver un partido de la selección de fútbol en la reciente estalizada Aerolíneas Argentinas. Y seguirá, junto con la postal patética, siendo el estado la empresa de aviones.
La crítica estética, el asombro epistemológico, es un viejo problema del orden cultural que tiene distintas corrientes de abordaje. La vieja noción del crisol de razas fue perdiendo vigencia. En buena medida, también, por el triunfo irreprochable -gracias a Menem- del centralismo porteño. Consolidado, estructuralmente, por Menem, etapa superior de la dictadura militar.
Así son las cosas.
O tal vez, no.
Buen martes para todos.




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