Alicia Castro se presenta de manera inesperada ante el Canciller Británico. Lo incomoda. Solamente el desprecio imperial puede explicar cómo, un canciller británico, se comporta de manera tan irrespetuosa y falto de cintura política, o de calle. La presidenta argentina, a su modo, remarca el hecho y remarca que entiende la molestia de los ingleses (desde el mismo formato nacional y popular, claro, es aplicable la comprensión completa) pero le "sorprende" la reacción de medios argentinos. Contra Argentina.
Eric Calcagno, perpicaz, dice en 678 ayer que la política exterior es la continuidad de la política interna, en el exterior. Hay, ahí, una concepción, nada ingenua, una mirada sobre el mundo contemporáneo y una actualización, una especie de F5 sobre las relaciones diplomáticas en un mundo globalizado.
Cuando hace un par de semanas España vivió una huelga general contra los ajustes neoliberales de profundización del modelo socialista obrero que ahora hacen los nacionales y populares en el gobierno, desde la prensa progresista -la que está a favor de la revolución francesa, pero que todo lo que vino después le parece una mierda- y desde la prensa pre 1789, surgieron las preocupaciones de còmo quedará España ante el mundo. El mundo es el Consejo de Seguridad de la ONU. El G20 es un decorado astuto para hacer turismo. Y la Asamblea de la ONU es una especie de Inadi mundial: goza de una prestigiosa irrelevancia. El mundo es la guerra, el petróleo, las finanzas, el sometimiento, las multinacionales.
Para las viejas derechas conservadoras la patria era algo ontológico. Indivisible (de clases) y estatuto del orden natural y, a veces, del derecho divino. Los conservadores con su liturgia del Cura, el Milico y el Gaucho eran los custodios del neoclericalismo nacional, apéndice de la mundialidad católica. Por eso los conservadores más violentos no eran nazis: Alemania había roto con la dictadura Vaticana, cuando Hitler dejó de ser democrático, y creó su propio catolicismo. Estuvo a un paso también de hacerlo Mussolini. Nunca llegó a eso, ni a amagar, Franco, el prócer de los españoles. Nuestra derecha conservadora era, entonces, franquista.
La derecha posmoderna es globalizada. Globalizadora. Es una derecha multinacional y como tal, en Argentina, no es la excepción. Tampoco en sudamérica. Lo que explica, en parte, cómo y cuándo las izquierdas en sudamérica se apropiaron de lo nacional y, en estos tiempos que nos corren, captaron para el sentido común lo nacional con el archivo adjunto de lo popular.
La integración del capital accionario de los grandes medios gráficos, radiales y televisivos más sacados contra el gobierno nacional, contra todo lo que haga, no tiene tantos componentes globales como en otras ramas monopólicas. Como los tubos de acero o hasta ayer nomás el petróleo. O la soja. O los autos. O los teléfonos. O la electricidad. O las notebooks que reparte entre estudiantes el gobierno nacional. O los aviones. Sin embargo, el escenario político, en estos sectores hoy marginales culturalmente, sin correlato con su débil situación jurídica y despliegue de licencias privatizadas en el espacio público radioeléctrico, se dejan llevar por la tesis ciega de la oposición totalizante, de barricada. Y por otro lado, han, quizás, tomado nota de un registro que habrá que ver si dura: ya no conducen a la oposición institucional, la que también cogobierna aunque en distintos grados, tal como indica la constitución.
De modo que aplicar todo el combo de las categorías con las que pensábamos el país hasta ayer nomás no es del todo eficaz. Hay matices, hay sutilezas. Hay previsiones.
Nada más. Buenas noches.
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Eric Calcagno, perpicaz, dice en 678 ayer que la política exterior es la continuidad de la política interna, en el exterior. Hay, ahí, una concepción, nada ingenua, una mirada sobre el mundo contemporáneo y una actualización, una especie de F5 sobre las relaciones diplomáticas en un mundo globalizado.
Cuando hace un par de semanas España vivió una huelga general contra los ajustes neoliberales de profundización del modelo socialista obrero que ahora hacen los nacionales y populares en el gobierno, desde la prensa progresista -la que está a favor de la revolución francesa, pero que todo lo que vino después le parece una mierda- y desde la prensa pre 1789, surgieron las preocupaciones de còmo quedará España ante el mundo. El mundo es el Consejo de Seguridad de la ONU. El G20 es un decorado astuto para hacer turismo. Y la Asamblea de la ONU es una especie de Inadi mundial: goza de una prestigiosa irrelevancia. El mundo es la guerra, el petróleo, las finanzas, el sometimiento, las multinacionales.
Para las viejas derechas conservadoras la patria era algo ontológico. Indivisible (de clases) y estatuto del orden natural y, a veces, del derecho divino. Los conservadores con su liturgia del Cura, el Milico y el Gaucho eran los custodios del neoclericalismo nacional, apéndice de la mundialidad católica. Por eso los conservadores más violentos no eran nazis: Alemania había roto con la dictadura Vaticana, cuando Hitler dejó de ser democrático, y creó su propio catolicismo. Estuvo a un paso también de hacerlo Mussolini. Nunca llegó a eso, ni a amagar, Franco, el prócer de los españoles. Nuestra derecha conservadora era, entonces, franquista.
La derecha posmoderna es globalizada. Globalizadora. Es una derecha multinacional y como tal, en Argentina, no es la excepción. Tampoco en sudamérica. Lo que explica, en parte, cómo y cuándo las izquierdas en sudamérica se apropiaron de lo nacional y, en estos tiempos que nos corren, captaron para el sentido común lo nacional con el archivo adjunto de lo popular.
La integración del capital accionario de los grandes medios gráficos, radiales y televisivos más sacados contra el gobierno nacional, contra todo lo que haga, no tiene tantos componentes globales como en otras ramas monopólicas. Como los tubos de acero o hasta ayer nomás el petróleo. O la soja. O los autos. O los teléfonos. O la electricidad. O las notebooks que reparte entre estudiantes el gobierno nacional. O los aviones. Sin embargo, el escenario político, en estos sectores hoy marginales culturalmente, sin correlato con su débil situación jurídica y despliegue de licencias privatizadas en el espacio público radioeléctrico, se dejan llevar por la tesis ciega de la oposición totalizante, de barricada. Y por otro lado, han, quizás, tomado nota de un registro que habrá que ver si dura: ya no conducen a la oposición institucional, la que también cogobierna aunque en distintos grados, tal como indica la constitución.
De modo que aplicar todo el combo de las categorías con las que pensábamos el país hasta ayer nomás no es del todo eficaz. Hay matices, hay sutilezas. Hay previsiones.
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