martes, mayo 08, 2012

Tensiones



El imaginario profundo que constituye la nacionalidad ha resucitado, en su formato, complejo, mezcla de conservatismo y aspiraciones irredentas, irrealizadas, de los sectores populares. En rigor siempre renace, pero lo hace en la modalidad de resucitar.  Con ingredientes de la ideología new age -indigenismo, ecologismo, brasilismo, estupideces sobre el porro y derechos de tercera generación, como si nos pudiéramos dar el lujo de pensar posindustrialmente- que le agregan las clases medias altas, cuya ideología es el puerto. Hay una hegemonía -en el sentido gramsciano del término, no en el sentido pavote que se aplica- de lo nacional que impregna las zonas más significativas de nuestra vida en sociedad. No es un nacionalismo xenófobo, sí racista pero en el sentido clasista en que siempre lo fue. Corporativamente clasista en su sentido integrador, nacional popular. Donde hoy habitan, también, elementos iconográficos del nacionalismo revolucionario.
Es en este telón de fondo donde se encienden las alarmas: porque las viejas categorías, de cuando todo esto salió mal, vuelven, inconscientemente, a flotar en la atmósfera. Sea por lo que sucede en la CGT, o, aunque se diga menos, porque el país lo preside una mujer, viuda. El peso de las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.
Siempre, excepto que se haya sido de la UCEDE y hoy del ala radicalizada K, ahí donde no habita la memoria juzgadora, donde no se tramitan los expedientes de la querella, excluidos ellos, más que nada por necesitarse ser siempre, a los cincuentayalgo, ser joven, ja, vieja artimaña para una vieja estrategia integradora del conservadurismo popular, pero bueno; siempre, la formación política de la juventud es determinante en el devenir de la vida. Durante la juventud, esa forma de organizarse el mundo, después, se repite, más compleja, más sofisticada, a lo largo de la vida. Incluso para denostar esa misma formación de juvenilla. Pero, en la actualidad, hay dos generaciones interrumpidas en su formación. La de los setenta, interrumpida por la dictadura militar, ese espacio vacío en la memoria de los siempre valientes, nunca taxi y nunca menos. Y la de los ochenta, interrumpida por la culpa, otro espacio en blanco, renglón de la mentira, nuestro favorito por sus dosis de complejidad, la década posterior, la neoliberal. Que se extiende hasta el 2001. El alfonsinismo, con sus estrategia inaugurales -manera simbólica de clausurar culpas, del modo equivalente en que el kirchnerismo otorgó a la clase dirigente la coartada para clausurar culpas noventistas- y la juvenilla setentista. Con la subsiguiente represión, que ocluyó el debate sobre las oscuridades de esa juventud maravillosa.
El problema es que las especificidades nacionales, por su carácter traumático, ciegan el punto de retorno de las condiciones de posibilidad de la emergencia de estos imaginarios nacionales. Que por izquierda, en Sudamérica, o por derecha, en Europa, reflejan la crisis militar en la que estos mismos imaginarios sumergieron al eje anglosajón que domina, liderado por EEUU, al mundo. Eje donde está, debilitado culturalmente, Japón.
Y las compuertas que esta situación abrió para mirar de otro modo a China. La dictadura del Capital. En nombre de Marx.
Todas las luces de alerta se han apagado. Para bailar el candombe de lo nacional y popular. Lleve donde nos lleve.
Estos debates, setentistas, ochentosos, hoy no pueden darse. En nombre de la eficacia. Categoría propia de lo más terrible de la naturaleza humana. Ni hace falta remitir a los estantes congelados de nuestro pasado. Escribo demasiado. Tengo cierta adicción. Ahora que parece que nada queda por decir. Ante la amarga espera del último escandalito de cotillón, de folletín, cuanto más berreta, mejor.
Todo pasa, decía Grondona. El bueno.
Y tenía, amargamente, razón.


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