martes, junio 26, 2012

Un tal Lucas





Los pasajes te remiten, supongo, querida, al psicoanálisis. Al pasaje al acto. Los pasajes tienen, según mi estudio de campo, un montón de secretos. Y además, la ventaja, de que uno, parado en la esquina del pasaje, no se pregunta adónde morirá esta calle. Como si se pregunta, sobre su final, en cada esquina de cada ciudad. A mí me gustaría, como se hace desde Santo Tomé a Santa Fe, o desde Vicente López a la casa de Cherubito, desde la escuela y la polvareda de San Benito a Paraná, tener la posibilidad de cruzar de una ciudad a otra caminando. De todas las ciudades a todas las ciudades. Y que el campo, ese territorio mítico al costado de las autopistas, quede verdaderamente lejos. Verdaderamente aislado. Tipo en la concha de la lora.
Los estudios de campo, en el campo de la sociología, tienen esa reminiscencia a la biología, emparentada, pero como parientes pobres, con el positivismo. Fin del espacio académico.
La patria, para Lucas, el personaje de Cortázar que escribe post, antes de que existieran los blogs, intimistas, sobradores, cancheros, arriesgados, con ideas saludablemente audaces, la patria son las tías muertas. El patrioterismo -nótese el cambio del articulado, del LA en referencia a la maternal patria (minúsculas del original) a EL para esa actitud María Mrta de patotear, patriotear- es un asunto episódico de copas deportivas y batallas militares. El patiotismo, es, como el resto, una nostalgia, pasajera.
En ese lugar donde los conejos pastan entre rejas, el zoológico, al doblar por Avenida Las Heras se llega, al fin, a Ninguna Parte. Tenía que existir Ninguna Parte. No podía ser, apenas, un delirio de poetas. Al doblar, un cartel indica, con corrección y publicidad, que se está llegando al fin de Av. (abreviatura del original) Gral (idem) Las Heras. Su cartel antagónico, con el que no conversa, en estricto azul policía federal, anuncia: Calzada Circular.
¿Cómo es posible que exista, una calle que se llame, ridícula y vulgar hasta el colmo, Calzada Circular? Es, claro, Ninguna Parte. La nada. El lugar donde no pueden cargarse significados. La calle donde los revisores de la historia no ajustan cuentas con los liberales. Hasta las rejas, todas las rejas -y desde ese lugar, con las manos en los bolsillos, uno entiende el mundo: alguien tiene las llaves que abren todas estas puertas, no queda claro si es propiedad pública o privada, no es, se entiende en esa esquina del infinito, la contradicción principal, lo principal, hoy, acá, en Ninguna Parte, es que uno está excluido- sirven de metáfora. Los conejos, por suerte, ni bola.
Ninguna Parte se llama la novela de Ricardo Romero, la primera. La segunda, creo que es la segunda o tercera, que habla de Paraná (un Paraná que no existe) me parece mejor. Mucho mejor. Pero Ninguna Parte tiene la frescura del compromiso, acaso ingenuo, con el poder de la literatura. Ese compromiso te hace arrobar convencionalismos. Es mi postura. No es la hora, ni el momento, ni el lugar, para discutirlo. Acá, en Ninguna Parte. Una vez que al fin lo encontré.
Dice, Cortázar, en Un Tal Lucas "En algún lugar debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones". Y luego, vaticina este post, inquietante: sí, acá está ese lugar. Explicado. Av. Gral. Las Heras y Calzada Circular.



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