Un saludable rato de hartazgo.

Se vienen días cargados de sobreinterpretación. En cierto campo de la filosofía, que derivó, de la crítica literaria a la crítica, a secas, del campo comunicacional, hay disponibles un montón de categorías para procesar lo sobreinterpretado. Naturalmente, a nadie le importa, a esta altura, nada de esto.

Digamos, a nadie que entre a este blog.
A este blog y a sus familias culturales. Cuyo corte narrativo no va, como prefieren los que esquivan la complejidad analítica, en favor de la complicidad ideológica, por las líneas paralelas y supuestamente antagónicas del campo estrictamente político. Como si las cosas del mundo, para decirlo con la altura que me falta, estuvieran ya dadas. Y solo bastara ordenarlas. En la aburridísima línea divisoria que traza la coyuntura.

¿Qué es lo importante?
¿Cuál es lo estratégico, qué lo coyuntural?


Y, lo más importante, para quiénes. Y desde qué lugar lo decimos.

Desde mi lugar, lo importante es la igualdad social.

¿En cuánto contribuye, a ese objetivo -la igualdad social- la forma que tomó el debate sobre la ley de medios y lo que puede suceder el 7D?

mmm...En casi nada.

Pero, por si fuera poco, además, esto deriva en un asunto de riguroso pequeñoburguesismo atontado: un asunto de abogados. Devenidos en Comisarios de la Revolución Semiótica.
Habría que moderar las expectativas. Lo único que está garantizado son los honorarios de los abogados.  El nivel de pobreza y desigualdad social, drástica y levemente, respectivamente, mejorados por este gobierno, se mantendrá exactamente igual. Pueden cambiar las condiciones culturales en que opere la desigualdad social, eso sí. Puede cambiar, para alertar en giles, en contra del gobierno. Pues se queda sin su discurso de barricada. Su eventual culpable. Su, también, excusa.
Y hay un pueblo que espera.

Los abogados creen que los sectores populares son una especie de gruppies de los funcionarios. El pulso de las cosas es difícil seguirlo desde los medios. No alcanza. Ni se puede tomar muy en serio. Ahí es donde hay un riesgo político enorme. Depositar muchas energías en algo que no vale tanto la pena. Y, poner toda la carne en el asador, eligiendo la parrilla equivocada. Veremos.

Siempre hay que tener en cuenta qué sucedería, en el terreno del sentido común, en la práctica, también, de lo social, conservando en el análisis el mismo objetivo, si el gobierno fuera derrotado en esta pulseada que ahora derivó al campo conservador por antonomasia: el de los abogados.

Bueno, en ese caso, las cosas serían más cuesta arriba para quienes pretendemos una mayor igualdad social. Que debería empezar por la igualdad ante la ley. Objetivo tiernamente imposible, claro está. Pero que jamás se debe perder de vista.

De manera que, en mi caso, estoy a favor del gobierno. Sin muchas expectativas por su "triunfo" (más bien pírrico, y creo que el ala del Ministerio de Realidad, lo sabe, pero hoy en día comandan las cosas el Ala Semiótica, que de vencer al Grupo Clarín, entrará, el futuro es imposible pero esta presuposición es bastante razonable, en declive. Pues no solucionarán los problemas estructurales de la economía argentina. Aunque sí, y acaso sin querer, hayan contribuido para que en la cima de la pirámide social haya una perspectiva más, ejem, liberal. Todo en nombre de una revolución imaginaria, pero qué hay. Eso es lo de menos) y con un susto anticipatorio sobre su, también posible, derrota. El problema es que, como acá ya hablamos de honorarios de abogados de ambas partes, esto se extienda. Se postergue. Lo que derive en un alivio para las tres partes en juego: los abogados, el gobierno y el Grupo Clarín.

Ahí, en ese supuesto, entonces habrá que esperar la reacción social No la que ya está, la de los sectores medios altos y altos de la sociedad, que abogan, conscientes de las jerarquías simbólicas que se han puesto en cuestión, por el Partido Clarín.

Sino, del resto de la sociedad, la parte más popular. Que los tres contendientes en juego dan por ya decidida a favor del gobierno. Y es cierto. Pero no con tanto entusiasmo como se pretende. Y esperando, también, el desenlace.