Chucherías

A Ricardo Lordenzetti nadie lo jode con cuestiones molestas como su agencia de autopublicidad pagada con la plata de los jubilados, su oscuro pasado, la tercer reelección donde se autoeligió como presidente, el presupuesto misterioso de la corte, sus horarios de trabajo, sus extensas vacaciones, que no pague impuestos y que la parentela se maneje como si fueran la monarquía. Ni conferencias de prensa, esa bandera idiota de los idiotas, le reclaman.
Más bien, al contrario.

En la agencia de autopublicidad de Lordenzetti reparten fotos donde, más que parecer presionado o trabajando, está siempre comiendo sanguchitos con un aire a Brad Pitt de hace 20 años. Se lo ve bien.
Rodeado de lobistas y señoras de doble apellido, o sea, doble herencia. Con más operaciones en la cara que un libro de 500 páginas de Majul, como la esposa de Nolasco.
La vida fue generosa con el carancho.
Lordenzetti no ha demostrado ninguna cualidad intelectual ni moral, más que capacidad para la rosca y el acomodo, un trepador de tapiales que sabe acomodar los bolsillos adecuados para justificar el asunto.
Y todo parece ir bien.
Las corporaciones más oscuras la pasan bomba.
Puede, bah, nadie lo piensa, y para qué joderles la vida a sus señorías, que allá en el Poder Tribunal viven la impunidad del monasterio aristocrático como si sus rostros hubieran esta ya escritos en las tablas de Moisés, pero puede que este clima tan armonioso, de intercambio de chucherías por cautelares, sea el prólogo de un cansancio moral de la población con estos delincuentes que hablan engolado.
Y puede que la campaña electoral de este año para elegir legisladores derive en una discusión sobre los privilegios de los bufones de los ricos que en sus autopromociones se creen cortesanos.
Una campaña electoral de las principales fuerzas políticas enfocadas en cómo modificar el Poder Tribunal -sin dudarlo, la mayoría de la población votaría por mano dura contra los jueces- sería pura y exclusivamente mérito de esta autoengañada corte suprema de pollo. Que, al contrario de su autohagiografía, haya traspasado tanto los límites que sean el comienzo del final.
Suele pasar, en la historia, este tipo de cosas.
Se verá.
Por lo pronto, los únicos que tienen algo para perder son los bufones del Poder Tribunal. Nosotros, ¿qué? Nada. Y ellos, todo.