martes, noviembre 05, 2013

Tapiales para la gente que no sabe lo que quiere


A mi amigo Zambayonny, que cuando nos vemos por el barrio, el va cantando, yo mirando señoritas, pero jamás de los jamases nos servirán un peceto seco. Ahí es espalda contra espalda. Porque a los gustos de poesía hay que dárselos en vida, pero también hay que cagar a trompadas a un par de giles.




El esquema fiscal de nuestro país es regresivo. Profundamente regresivo. Antifederal. Aún cuando Cristina mitigó, un poco, eso,  con algunas medidas durísimas para el orgullo miope de las clases propietarias, en un impulso que se fue desvaneciendo y aunque quedaron los anclajes de consuelo federal, dejaron, de camino, una notalgia que con el tiempo se hizo decepción.  El criterio estructurante del país: la aduana. Llegó a temblar. Desde el primer Perón que no pasaba. Y toda la cursilería cultural que rodea al puerto arrojaron su desprecio extorsivo con la eficacia histórica indiscutible de los aliados del poder económico y coercitivo. Los portuarios llaman a esa tilinguería "progresismo". Desde tiempos inmemoriales que estar con el poder y victimizarse, o estar con el otro poder, todo muy border sin traspasar jamás los límites de la correción de modales ingleses de los conservadores, a ellos, desde tiempos inmemoriales, les está reservado un panteón prestigioso en el andarivel de lo decible. No hay que desanimarse. Estas cosas fueron siempre así.


Y tienen sus diarios, su trincheras de mármol, sus sistemas universitarios, sus premios, sus becas, sus agendas, sus editores, sus circuitos, sus bares, sus embajadas, sus patotas frágiles.
Los nichos donde resistir tienen una complejidad de saberes adelantados que denota un repertorio viejo y equivocado, anclado en la derrota. Un imaginario del imposible. Y eso, si proviene de los rincones de la patria, está mal. La extorsión es muy grande. Muchos agachan la cabeza aunque saben que cargan, sobre la espalda, una traición a sí mismos irremontable.
Un barrilete hecho con cartas de amor.
Cuanto más sube más duele, y en la habitación de servicio de nuestro corazón, un manso silencio se vigila rutinariamente para que nunca estalle. La gente que no estalla tiene su condecoración en la sala de espera. Pasan a retirarla el día antes, incluso.

No son ansiosos. Son pelotudos.

Barrio, barrio quieto. Me habrán visto por la tele diciendo cosas complejas. Y habrán pensado que siempre tuve ese aire, sin combinar con mis zapatos rotos, de lector oscuro, de barbudo lejano. Esa arrogancia de los que hablan como abogados. Eso que soy. Aunque no solamente.
Todavía doy el asiento del colectivo a los mayores.
Aún ayudo con las bolsas de la despensa a las señoras.
Todavía hago trámites de cosas sociales para los necesitados.
Mis amigos son los mismos. Tengo la soberbia de siempre. No la pude, bah no se si quise, corregirla. Sigo siendo desagradable, patotero, hiriente. Pero también sigo siendo honesto. Y no me hago el boludo cuando alguien necesita una mano. Me sigo metiendo en quilombos ajenos. Me chupa un huevo que haya pasado de moda luchar contra las injusticias. Gané dinero. Lo presté, lo regalé, no me importa. No quiero tener nada. Ni casa, ni auto, ni créditos ni tarjetas. Eso sí: siempre reclamo, como todo trabajador, lo que me corresponde. Por la explotación. Sigo siendo marxista. ¿Y qué?
Estoy medio pelado, más panzón, fumo mucho, escribo todo el día, ya no ando con libros para todos lados: leo desde internet. Por eso tengo este teléfono.
Y a veces extraño las vidas que pude haber vivido y desperdicié.

Cuando era más chico, cuando era joven, desabrochaba más rápido un corpiño. Era un pistolero del lejano oeste. Ahora tardo. Un poco más. Para todas las cosas cotidianas de la vida.
Es un asunto previsible. No hay que alarmarse. Se irá agravando.
Sirve de consuelo que puedo besar mejor los pezones. Aunque no se si es tan así.
Tampoco tiene mucha importancia. La cualidad del tiempo es que es inevitable. Tiene una voluntad de verdad arrolladora. También es su defecto, claro.
¿Qué se puede hacer contra eso?
Nada.
A veces me quedo pensando en el balcón.

Tengo el prestigio del fracaso. Mi falta de ambición. Esa terquedad que traigo desde gurisito. Me habrán visto, atacado de todos lados y habrán sonreído. El pibe tiene aguante. Les va a ganar por cansancio.
Hay que dejarse arrastrar por el terciopelo del tiempo. Dejarse ir. Liberarse. De esos miedos torpes. Dejar que pase. Dejar que se vaya. Nunca apurarse.

Anoche me quedé dormido en el balcón. Con los pies sobre la baranda. Mirando la enredadera del vecino.

Se escucharon tiros, me contó el de la carnicería. A la madrugada. Parece que hubo un muerto. Yo abrí los ojos, estaba la luna estúpida, me sentí una mierda. Me levanté, agarré el cenicero, un libro, entré la reposera, me acosté en la cama.
Pude dormirme enseguida. Encontré un método: me abrazo a la almohada, fuerte, pensando que es alguien que extraño. No te pienso decir quién es. Así, me duermo. Me muero por seis horas. Total el mundo sigue como si nada.- Hasta el otro día. la mayoría de los días, cuando me despierto, me parece raro. Que todo siga. Que todavía esté vivo. Puede sonar triste, pero yo me río, apenas me levanto. Otro día más. Las batallas de hoy. Un repaso. Un listado. La mayoría de los días me sale bien. No gano, pero no pierdo tanto.

Además, tengo amigos. Por muchos lados.

Las tribunas se callaron la boca. Algunos hinchas, incluso, se abrazaron, fue increíble, con el rival. Un sacerdote que nunca se reía, no fueron carcajadas pero se rió, en el patio de la escuela, lástima que lo vio solamente el más mentiroso de la clase. Igual, doy fe.
Los barrabravas depusieron las armas, se arrodillaron. Un ministro analizó decretar asueto. Quedó en resolverlo.
Todo el barrio estaba prendido a la tele. Los de casas con ladrillos y los de techo de chapa.
Nadie dijo, en todo ese instante eterno, que hay una mitad del barrio que vive de la otra mitad. Incluso la mitad del barrio que mantenía a la otra mitad, que ni sabía poner ladrillos, se unió, desde el otro lado de las vías, a la expectativa universal. Si hasta los gorriones dejaron de cantar. Por un paro cardíaco, masivo, total. Cayeron, todos juntos, de las ramas. Como aviones japoneses.

El penal, alevoso, fue en el último minuto. No quedó más remedio para el árbitro que cobrarlo. Ni siquiera tardó. Lo cobró. A la mierda.
Crónica del árbitro que da cuerda al mundo.

Y puso la pelota en el punto del penal mientras nadie nunca, absolutamente nadie en todo el planeta, habló ni se movió ni protestó ni festejó ni nada, estricto silencio del planeta, solamente, esperar, que suceda: si la metía, si hacía el gol, campeones mundiales, si la tiraba afuera, listo. Que ardan todas las galaxias, que se quemen, que sufran, todos los seres vivos, hasta los insectos y los ratones, que se acabe la vida y que parta, hasta siempre, como anécdota, a la infinidad de estrellas, esta etapa breve y milenaria de artefactos perfectos que salieron mal: crearon sin querer la poesía y eso le dio sentido al mundo y eso lo terminó destruyendo. Perder la final de un mundial es un desperfecto técnico de la obra del creador. No puede ser otra cosa. Es como enterarse que Jesús se suicidó y mandó un fake a la cruz.

Adiós a la copa del mundo, señores. Si erraba ese penal.
Me acomodé la raya y me peiné, con disimulo y saliva, el jopo.

Yo llevaba la 10, planchada y limpia, Maradona tenía la 9, Valdano la camiseta 11, Burruchaga se había lesionado. Por eso había entrado yo. Había empatado el 0 a 4 en 15 minutos. Pero, ojo, no hice los 4 goles, hice solamente 3.

Le di, para el cuarto golazo, un pase para levantar a Maradona. Lo merecía. Maradona, generoso, me devolvió la pelota sobre el arco. Me dio cosa, ¡es Maradona!, se la devolví, con cara de metelo vos, Maradona hizo una vuelta de puerta giratoria, volvió hacia atrás, la pisó, se la dejó al arquero, tirado sobre el césped. El arquero se agrandó. Agarró la pelota, se burló de Maradona y la boleó. Bah, creyó que la boleó. No entendí qué carajo pasó pero cuando el arquero esperaba el cabezazo en la media cancha, se tapaba el sol con la mano, buscaba la pelota entre las nubes, estaba adentro de la red Eldiego sentado sobre la pelota tomando mate. Laclau lo aplaudió desde la tribuna. Eso sí qué era una cadena equivalencial.

Golazo tropical.

Sacaron de media cancha, estábamos distraídos, llamándolo a Maradona que se había encontrado con Fidel en la tribuna y no nos daba bola, los adversarios -ya estábamos en democracia, no eran enemigos: eran adversarios- aprovecharon,  llegaron al área, bajé, defendí, me llevé la pelota hasta el arco iris contrario, mirando cómo se iba ordenando el ataque. Admito que me corrieron las marcas, Valdano y Olarticochea. Seguí y seguí, dominando la pelota como el Marqués de Sade.
Metí un caño que ni obras sanitarias creía posible, amagué con el empeine, la entré con el tobillo, me fui solo. El arco entero y acercándose, esa sensación de barco lejano para el náufrago. El arquero movía las rodillas, inseguro. Miré a un policía, mandaba msj, en los alambrados, miré una publicidad de cerveza y saludé al alcanzapelotas que tenía una hermana en mi colegio, acomodé la zurda...me bajaron, ingleses colonialistas ¡en el área!
Sino me bajaban era el mejor gol de la historia del fútbol. De la historia pequeña que el pequeño que fui conocía. A través de álbumes y figuritas, radio y baldíos. Y esa biblioteca universal de la imaginación que fueron todas las siestas que no dormí. Engañando a mi abuelo. Cerrando los ojos. Abrazado al muñeco con el que dormía. Para después irme a jugar un mundial en el patio. Y ganarlo. Siempre.

El penal. Ese penal fue lo más importante de mi carrera como futbolista imaginario.
Miré al arquero, sus guantes. Se había disfrazado de mancha de humedad en el tapial, era alto, amenazador. Me acomodé las medias. Tomé distancia. Escuché discutir, otra vez, desde la cocina, a mis padres, pateé.

Mi papá y mi mamá se gritaban. Se gritaban mucho. Yo pateé llorando. Pero pateé.

Fue gol. Pateé la tierra. la pelota fue lenta, se rieron todas las tribunas, se decepcionaron conmigo en el barrio, mi papá y mi mamá dejaron de discutir para remarcarme lo tonto que yo era. Pero, cuando la pelota avanzaba como una tortuga vieja y ciega, el arquero, ese que fue soberbio y todo eso, no quiso atajarla. Se enojó con todas las tribunas. No le gustó que se burlen de mí. Y miró la pelota. Hasta la sopló. Y la pelota quedó al borde de la raya. Lo silbaron tanto al arquero por su actitud que recontrafurioso pateó la pelota hasta el fondo de la red y nadie gritó ese gol y yo me largué a llorar pero fui, caminando, le di la mano, como un caballero, al arquero. Y me fui con él, abrazados. Nunca más jugamos ningún mundial imaginario.
Mi viejo y mi vieja reanudaron su discusión y la vida siguió.

Hay gente que está tan sola. Se vuelve débil. A merced de la sádica promesa del amor. ¿Hay que creer, a pesar de todo, en el amor; hay que creer que llegará? ¿Por qué?
Gentes comunes, de suburbios, que no entendieron que el seguro del coche es más importante que las flores que hace tanto nadie te regala, sufren por esa creencia. Lloran en el subterráneo. Miran telenovelas. A veces es gente buena. A veces es gente egoísta.
Con ninguna costa remando contra la corriente. Disciplinados, solos, sintiéndose, en la cola del banco, en la cooperadora de la escuela, en el tren al trabajo, en la ducha, sintiéndose solos. Amenazados. Frágiles. Tontos. Más tontos que el resto de la gente.

Hay gente que no se siente sola. Que viola adolescentes en los parques. Y a veces, las matan. O hacen discursos y los aplauden. O tramitan, en sus altares, el perdón de un dios que no tienen el gusto de conocer. O matonean en la cancha. O buscan que sus empleados los admiren. O le cortan la yugular a un gato que se comió la comida de la basura con la que cartonean.
Esa gente sabe que el seguro del auto es más importante que las flores que alguien, de todos modos, te regala. Y se marchitan. Tarde o temprano.

Esa gente tiene razón. Su perspectiva de la vida es correcta.
Pero me caen mal.
No puedo ser amigo de esa gente.
Seguramente es un defecto mío. Se que soy yo el equivocado. Y bue...
Así son las cosas.



Todos los tapiales tienen un poco de un lado y un poco del otro. Son sujetos divididos, los tapiales. Ja. En realidad, los sujetos divididos son los que miran los tapiales. Los hombres. La especie.
Los muros ni se enteran. Son el colmo de la discreción: no saben escuchar. Ni siquiera saben que no saben.
No saben que de un lado, mis padres se peleaban. Del otro lado, me esperaba el mundo.
El tapial que me dividía fue arquero, fue límite, fue misterio, orina de perro, tristeza de casa vieja.
Habitado sin saberlo, por la contradicción. Sin cobrarle alquiler.

El arquero imaginario todavía espera atajarme el penal. Bajo la enredadera. Y el cielo. Y la membrana
El pibe se sienta, sobre el suelo de tierra del patio y espera. No sabe qué espera pero espera.

Timbre-reloj-agenda-radio-cámara (de fotos y video). En un solo atefacto.

Quién sabe si los animales tienen ese ruido, no el ladrido, el insulto, el graznido, el rebuzne, el mugir, sino el ruido interno, ese que gira, en círculos melancólicos, adentro: ése que nosotros, para simbolizar el sufrimiento, resolvemos en el lenguaje. Posiblemente, aumentando el grado de sufrimiento.
¿Tendrán, también, eso, los animales?
¿Tratarán de resolverlo -con la sospecha de aumentarlo- a través del relincho, el cacareo, el maullar, el ulular del viento, sufrirá el viento; será nomás, el viento, un lamento, así como se despliega, con furia de adolescente?

Quién puede, más allá de nosotros, en una exterioridad superior y objetiva, saberlo.  Nadie, creo.
Pero quién mierda sabe adónde esconderán la clave. De la vida. La llave de las cosas. La nave de los mares. La face de las paces.

Mi amigo Zambayonny, creo, nunca se lo dije, pero creo que no entiende del todo, básicamente porque no le importa estudiar esos rincones de la literatura sin lectores, porque le chupa un huevo casi todo y todos , no entiende mucho mis combates pero siempre está de mi lado.
Yo no entiendo del todo este combate.
Pero quiero decirlo claramente: yo estoy a favor de Zambayonny aún antes que empiece el pleito. Ni me importan los motivos. Ni me importa que haya hecho tal o nadie. Ni me importa que la amistad haya pasado de moda. Que me digan y tengan razón, que escribo textos larguísimos e incomprensibles. Pecetos de Palermo, secos.
Para mí las cosas son salvajemente más simples: me basta con entender esa materialidad de las cosas de la que hablaba Marx, que es la conducta y la ética de las personas. Esa es la materialidad emocionaliad que compone la superestructura de la cultura.
Y el boludo que es peceto de Palermo Seco acá, aun antes de que salga el disco de Zambayonny, en este territorio donde escribo lo que quiero, no tiene más cabida. Ni hay diálogo posible.
Hay un tapial.
Asomate desde el porche con tu traje psicobolche y te cagamos a tiros.



El problema es para los que no son dueños de nada en el mundo. Hay gente así. Suelen dormir en la calle. Orgullosos de su parte humillante del capitalismo: también, siempre, hay alguien más abajo para mostrar nuestra colección de propiedades. Propiedades banales. Boludas. Pero son propiedades. Qué importa su ilógica. Si sos el dueño de la pelota en el baldío, si compraste la manguera para el asentamiento,  si desfilás el trabajo esclavo, si metiste preso al dealer de la competencia, si enamoraste el gato de un empresario, si cagaste al que te pagó la campaña.  Qué importa. Hasta el último desagradecido que quedó afuera de las maravillosas estadísticas, tiene un cartón resistente, una bolsa con biscochos nuevos, un alacrán dentro de un frasco, un sacerdote al que chuparle la pija por 20 pesos.

Todos somos dueños de algo.

Muy pocos son dueños de su libertad.

Lo único que de verdad importa.
En primera, los asientos, son más anchos que en turista.
Pero van igual de lentos en el aire o en la pista.


aunque los satélites nos miren
aunque sepan cómo, dónde  y cuándo
aunque los sistemas nos vigilen
no podrán nunca saber por qué brindamos.

8 comentarios:

  1. Nadie es dueño de la libertad, estimado Lucas. La libertad como la comunicación y como la relación sexual.. NO EXISTEN.

    Te saluda, como flor hijo de puta que sos, el desagradable Gorilindo.

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  2. El ingeniero no hace alianzas con Moyano, es el verdadero renovador. A recordarlo en el 2015.

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  3. ¿Ingeniero en qué es che?

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  4. Cuando llegué a : "Mis amigos son los mismos." confirmé que estás bolaceando como siempre y dejé de leer. Me aburre la ficción autojustificatoria.

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    1. ¿Cómo entrás a este blog? PonésLUCASCARRASCO.BLOGSPOT y etcétera. Digamos, es medio boludo entrar a un blog de una persona y decir "leí hasta".
      Yo que Abal Medina trataría de manejar el narcotráfico con mayor inteligencia. Y a quienes le objetan traer la criminalidad mexicana acá, refutarlos con argumentos más fundados. Más allá de que a él como servilleta del tipo más rico del mundo, nunca vaya a pasarle nada. Los 50 mil asesinados por año en México corren otra suerte. Pero que se jodan por no ser megamillonarios.

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    2. No entendí nada. Si leí hasta ahí, ¿Que mierda se supone que querés que te diga Carrasco? ¿Leí todo y me encantó? Yo no estoy acostumbrado como vos a mentir descaradamente. Ahora resulta que por comentarte eso, decirte la verdad, o mi verdad relativa si querés, pasé a ser un narcotraficante a sueldo de Abal Medina. ¿No te das cuenta lo bajo que es esa manera de "defenderte"? Bue, que te voy a hablar de bajo a vos, si ya mas bajo no podés caer.

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