Vivir con hiperdesigualdad

Recién cerrando los años 90 se me empezó a escuchar "hipermercado". Hubiera dado hiperhumor utilizar esa palabra en el final -precipitado- del gobierno de Alfonsín y el inicio del de Menem, cuanod reinaba la hiperinflación.

La mayoría de los lectores de este blog no habían nacido o estaban en su primera infancia en aquellos días de inflac9ión del mil por ciento.

Desde entonces, para los conservadores, hablar de hiperinflación es imposible, si no se llega al descalabro de Alfonsín. Les trasladan, así, a las nuevas generaciones, sus frustraciones. 

Este gobierno que integra la lista negra de los gobiernos más asesinos, junto a Yrigoyen, Isabel Perón y De La Rúa, pone como vara para medir los desaparecidos a granel de la dictadura. Desde entonces, para los conservadores, como Estela De Carlotto y Luis D Elía, ningún asesinado vale el millón de pesos que Menem pagaba a cambio de firmar que tu hijo no estaba desaparecido sino muerto y punto final. 

Durante ningún gobierno, aunque el de Menem se le acerca bastante, en la historia hubo tantas abrumadoras pruebas de complicidad del gobierno con el narcotráfico. Pero probablemente, desde el retorno democrático, nunca hubo tanta censura en los medios de comunicación como desde el giro a la derecha de Cristina.

Mientras Cristina se encarga de arruinar los logros del modelo, enterrando además la ideología que de manera oportunista abrazó, las nuevas generaciones se van educando en el terrorismo simbólico de estado que produce la desigualdad y la amenaza de la exclusión. 

Con cantitos, pecheritas y milicos para hacer de este entorno miserable lo suficientemente amenazador. 

Ser joven y ser pobre es un delito de lesa humanidad. Pasible de ser asesinado.  Y hasta festejado por las máximas autoridades. Como la bailantera Crisitna.

Que, por ahora, tolera movilizaciones al museo del kirchnerismo (su despacho) siempre y cuando sean de la clase social a la que ella pertenece y quier cotejar. 

Cuando empiece a llegar la negrada, se terminará de arriar la bandera de asesinar con patotas o en enfrentamientos: la dueña de 230.000 hectáreas quiere al ejército cuidándole las propiedades a la oligarquía que integra con mucho orgullo y banalidad.