lunes, julio 07, 2014

Fútbol y politólogos

Como  su pasión por el balompié, es de sospechar que hay un registro de los politólogos –esos chamuyeros palermitanos-  donde se sienten maternalmente acurrucados.  Es posible que sea por la simpleza del fútbol y la posibilidad de establecer leyes, por lo general falsas, dentro de un marco acotado de posibilidades. Como una especie de ratas de  laboratorio,  es necesario dotarlos a los futbolistas de una complejidad que no tienen. Y  acá el asunto, al entroncase con la demagogia militante del onegeísmo –esa enfermedad infantil del consumismo-  que se conoce bajo el oxímoron de “periodismo deportivo”. Se entronca por la necesidad de legitimarse “científicamente”.
Notará el lector entrenado en epistemologías del lenguaje, que la caterva de sandeces que son los relatos deportivos, se nutren de un Saint Simón en su etapa máscándida. Aunque los máapaldidos de los locutores sean los comtianos: que no es que plagian y exagera, sino que atrapan, jeje, una semiosis social.
Tilinguerías de bajo costo, señora.
No hay de qué asustarse.

Antes s8ucedía con los sociológos. Aunque no eran tan pavotes, eso es cierto. Buscaban más en los alrededores de lo que exageradamente se llamaba la “cultura del fútbol”, una chapa popular que carecían por su origen de clase.
Incapaces de cuestionar el estatus que los legitimaba (que el saber es poder y el poder nace de la desigualdad social y a la vez la recrea y reproduce) no dejaban, sin embargo, de encontrar saberes altamente valorables en su producción intelectual.
Los politólogos, con su 442, 123, y demás banalidades, solo lograron hacer resurgir las viejas tesis militaristas y reaccionarias del deporte como continuación de la guerra.
Una pelotudez atómica propia de demagogos y alcahuetes del patrioterismo más arcaico. Que exalta la irracionalidad como un valor y sublima toda esa carga de violencia metafórica más propia de las religiones.

El fútbol, como hecho meditativo del  país burgués, no tiene nada para decirnos.  Sin embargo, está bueno mirarlo. Porque sí, sencillamente. 

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