jueves, agosto 21, 2014

Calamaro contra el desprecio inquisitorial

QUÉ FARSA!

Por Andrés Calamaro













Soy carnívoro cultural, no me confundo pensando (ni mucho menos ventilando alegremente) que soy un cazador que necesita de la ingesta de carne -de mamíferos- para sobrevivir; como carne y derivados animales (como queso o huevos) para deleitarme con suculentos platos preparados con artesanía y con ciencia culinaria, por restauradores o personas que saben preparar comida rica merced a la tradición o la práctica. Se que compartir un opíparo asado es un ejercicio pornográfico y cínico en un mundo que muere (literalmente) de hambre, aunque no por eso repudio a otros como yo que comen rico, ni a aquellos que riegan sus comilonas con caldos añejados en roble, fermento de la vid, otros seres vivos: las uvas.




Desde mis lejanas y púberes vacaciones que me permito pescar con boyita o plomada sin culpa, y me gustaría tener un fin de semana para practicar la pesca del dorado, o el surubí, en el Paraná correntino. Y volvería a deleitarme con la parrilla -o la milanesa- mesopotámica, aun sabiendo que aquellos peces pescados murieron para mi placer deportivo o sibarita, puesto que comiendo hierba (pasto) podría alimentarme y crecer fuerte como un caballo, grandioso como un elefante o cualquier otro animal vegano de respetables hechuras.




Otro asunto que no levanta ampollas en la opinión publica es el uso de cosméticos o cremas para mejorar la piel, para cuya ciencia se sacrifican ya no miles, sino millones de mamíferos en Europa o donde sea que los laboratorios desarrollan asuntos cosméticos o medicinas de otra índole, incluso aquellas que salvan vidas humanas, solamente las vidas que puedas pagar los tratamientos. Porque el gran crimen del que somos cómplices es la desigualdad y los mas brutales asesinatos son el hambre y la guerra. Mucho menos espantoso es el fraude de ternura que supone adoptar mamíferos y castrarlos para que se adapten a nuestra vida sedentaria en apartamentos y hacerlos orinar una vez por día.
Enérgicamente desapruebo la deforestación y su consiguiente desastre ecológico, sin embargo no propongo prohibir la literatura y celebro que tantos grandes autores hayan publicado en papel impreso, cuando la opción editorial era una sola y no existían las pantallas digitales fabricadas por trabajadores esclavos en países de oriente.
La mayoría de los canallas que lean estos ingeniosos parrafos estarán de acuerdo en protestar por el hambre y la guerra, algunos mas sensibles sentirán piedad por el surubí de las milanesas, por las ratas de laboratorio, por los arboles talados y los cachorros castrados. Pero de ahí a prohibir la libre tenencia de mascotas, la existencia de restaurantes, celebrar asados o comer libremente en un restaurante, hay una distancia sideral.
Llamar hijo de puta a cualquiera que se pasea con un perro es exagerado. Leer el periódico como pasatiempo y (de paso) enterarse que en Siria asesinaron a cien mil es una paradoja.
Hay que tragarse todo esto, lo anteriormente citado y al periodista degollado … masticarlo, tragarlo y digerirlo. No volver a leer un libro impreso en papel, ni desear electrónica fabricada en el lejano oriente, no usar alianzas de oro ni camisetas de algodón, jamás sentarse a comer un asado por el mero placer de compartir la rica carne a la barbacoa con amigos o parientes. Y limpiarse el culo con la mano.



El siguiente paso será desconfiar de la ficción. ¿Por qué? Porque el cine de terror, las películas bélicas, muchos cuadros en los museos -incluso la biblia- recrean escenas sanguinarias y (aunque virtual y arte) también es una forma de violencia. Visto este panorama, protestar por la existencia de las corridas de toros es de una ingenuidad imperdonable, pero incubar un sentimiento de desprecio inquisitorial es infantil y –desde todo punto de vista- imperdonable. No cualquiera va a percibir los destellos de arte en la pintura abstracta, el free jazz o el cine de Bergman. Es probable que necesitemos ofrecer nuestra conciencia, darnos tiempo para aprender a ver y escuchar; la mayoría sabemos que muchas cosas que no entendimos valen la pena a pesar de nosotros. De ahí a levantar indignados la voz para llamar asesino al carnicero -o a Ornette Coleman- hay una distancia sideral que, inequívocamente, te convierte en ingenuo ignorante o en un triste hijo de mil putas (aun sin darte cuenta, puesto que desde tempranas edades te entrenan para no darte cuenta de tantas cosas que importan). Nada que llame demasiado la atención en un mundo idiota que vive equivocándose. Y para razones, diez mas y perfectamente explicadas:

10 RAZONES PARA QUE VUELVAN LAS CORRIDAS DE TOROS


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