miércoles, agosto 27, 2014

Relatos Salvajes, la crítica



TODO LO SÓLIDO....



Por Diego Rojas


Zeitgeist es la expresión alemana que significa: “el espíritu de una época”. Quizás se pueda señalar que Relatos salvajes, el último film de Damián Szifron, marca nuestro zeitgeist. La película, a lo largo de seis episodios, profundiza en la corrosión de todas las instituciones que marcan la vida contemporánea. Ese carácter de demolición señala su afinidad con el fin de ciclo kirchnerista.
La violencia es el caldo en el que se cuecen las historias de Relatos salvajes, film ovacionado de pie por el público que la vio en el Festival de Cannes y que llegó a las salas argentinas marcando récords en cuanto a su exhibición. Los seis capítulos se encargan, mediante un guión plagado de drama y humor negro combinados, de mostrar la violencia latente que anida en la sociedad argentina -en todos sus ámbitos-.
Desde el personal, que apunta a corroer la institución familiar y que se expresa en “Pasternak” y “Hasta que la muerte nos separe” -los episodios de apertura y cierre y que le dan un carácter redondo a la película- hasta la más descarnada visión de la lucha de clases -que se presenta en “El más fuerte”, un duelo hiperviolento en medio de una ruta-, el film actúa como el ácido que desenmascara el verdadero rostro de la sociedad.
Así empieza: un hombre decide vengarse de todo y de todos. Y continúa: un hijo de puta llega a un bar rutero cuando la moza se da cuenta de que es el hombre que arruinó su vida y la de su familia. Y sigue: en Salta el conductor de un Audi 0 kilómetro se enfrenta virulentamente a un “negro resentido” que lo provoca desde su Peugeot 504. Hay más: un ingeniero de clase media se indigna con las regulaciones injustas del gobierno de Macri y decide actuar. No termina: el hijo de un burgués comete un crimen y todos los principios se desvanecen en el aire para salvar al adolescente. Y culmina apoteósicamente: la institución matrimonial es un conjunto de hipocresías que duelen y hacen doler, incluso cuando se realizan en medio de la sangre y los coquetos festejos en un salón de fiestas.
El carácter político -y que lo postula como portador de nuestro zeitgeist- de Relatos salvajes se cristaliza con mayor énfasis en el episodio de la ruta salteña y en el familiar perverso de “La propuesta”, interpretado por Oscar Martínez y María Onetto. El primero da lugar a un duelo físico entre el conductor de un auto cuya chapa incluye las siglas UIA -indubitable referencia a la burguesía nacional nucleada en la Unión Industrial Argentina- y un patotero que maneja un auto viejo cuya chapa es ZGT -¿una distorsión de los fines de la central obrera CGT?-. La violencia inusitada del episodio implica que no hay salida con tales direcciones, sino un camino hacia el vacío y el ardor. El otro episodio muestra cómo se construye el imaginario de los sectores dominantes -y que se comprueba-: todo se puede comprar, todo. La institución familiar, judicial, policial, laboral: todo cae en el dramático sketch. Muestra que el mundo hay que cambiarlo.
La película también señala que, como en el episodio “Bombita”, la acción determina cambios o, como en el excepcional episodio final que transcurre en una boda y que cuenta con la intensa actuación de Érica Rivas, todo lo sólido se desvanece en el aire.
En ciertas ocasiones la producción fílmica industrial coincide con las coordenadas de una época. Este es el caso. La violencia contenida y desatada que se exhibe en la película de Damián Szifrón, un gran director probado en las lides televisivas y cinematográficas, retrata el fin de ciclo K. Donde todo está al borde. Y donde la violencia late, quizás para que todo estalle o corroa este mundo tal como lo conocemos y haya otro, tal vez, por empezar.

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