viernes, enero 30, 2009

Todo lo sólido se desvanece en el aire







  • Al estacionar en el callejón, golpeé un tacho de basura y salió corriendo un gato. Cerré la puerta con fuerza, salté el tapial. Atravesé el cementerio de automóviles guardándome en la mochila una pieza que, quizás, con un poco de Coca Cola desoxidante, pueda servirme. Al fondo había un portón con candado. Busqué un timbre, no fue necesario. Una jauría de perros mal alimentados con hamburguesas tiradas en la calle empezó a ladrar. Una ventana arriba se abrió. Alguien tiró un zapato. Estaba amaneciendo. Por fin, un gordo con un escarbadientes entre los labios me abrió la puerta del cementerio de computadoras. Ni saludó, pero entendí que tenía que seguirlo. De espaldas, el pantalón se le caía y me mostraba la raya del culo como un albañil obeso.


  • -¿Datos bancarios?-preguntó, con aliento a vino.


  • -No, yo...


  • -Tengo un monitor con pantalla líquida de los que se usaban antes, todavía funciona, si lo limpiás un poco.


  • -En realidad busco una PC medio amarilla, con Windows 95.


  • -Tiene que hablar con el Equipo de Antropología Forense, acá tenemos computadoras muertas desde el año 2005.


  • -Entiendo. Pero, creo, puede estar acá. Tenía dos discos y...


  • -Los discos puede ser. Fijesé en las tumbas comunes. ¿Trae flores?-dijo, acomodándose la boina.


  • -No, vengo a buscar una cosa....


  • -Tá, entiendo. Otro más. Vuelven con la novia y buscan cosas que escribieron...


  • -No, vea, yo, en realidad, busco otra cosa.


  • -Si me dice de qué se trata.


  • -Un profesor de filosofía, que pertenece al Opus Dei está enamorado de una alumna que, vea, es trosquista y suele hacer tríos con dos drogones medio nabos. Un policía suele seguirlos a los tres porque considera que violan la moral pública. A la par, hay un obrero sindicalista que trabaja en un taller textil, donde la dueña es una tarada total que tiene solamente –porque considera que es más limpio- sexo oral con el chico de los mandados.


  • -Los personajes suenan bien. Hay que verlos en la cancha.


  • -Bueno, hay un crimen, claro.


  • -Obvio, no los vas a hacer viajar a todos.


  • -cómo?


  • -O hay un crimen o hay un viaje, porque una historia de amor, en ese cuadro, no pinta. Para un viaje, son muchos. Para un crimen, son pocos.


  • -En realidad la trama principal es que todos, por encima de sus contradicciones, se unen contra el país vecino que quiere construir una fábrica de escarbadientes.


  • -Ya. Sobre las papeleras...


  • -Más o menos, después fue yendo para otro lado.


  • -Y vos creés que está acá.


  • -Es una computadora que murió, hace algunos años. Pensé que quizás podría...


  • -¿Word?


  • -Sí, Forclusión, era el título.


  • -Esperame.




  • Abrió un cajón lleno de disquettes rosados, verdes, negros, partidos por la mitad, con curitas, vendados, viejos disquetes. Con un escáner de un láser azul, donde escribió FORCLUSION, fue buscando. Nada. Caminamos a un descampado de pastos regados, con cruces puestas en fila, flores marchitas, fotos, auriculares.


  • Iba pasando el láser.


  • El cielo iba bajando con nubes de lluvia. Teníamos poco tiempo. Hubo un ruido, como el de las antenitas de binil del Chapulín. El sereno sonrió. Acá está, dijo. Fue a buscar una pala, lo ayudé. Trabajamos durante una hora para desenterrarla. Me saqué el sombrero, le limpié el barro del teclado, con una espátula le saqué los gusanos a la pantalla, el sereno le echó un producto ácido con un rociador. Al mediodía, en medio de las tumbas y antes de que llueva, la computadora, con rayitas enfermas y un último suspiro, titiló. Puse la clave: Cacho Castaña. Se prendió. Tenue, anciana, pero prendió. Pulsé el ícono de Word, estuve a punto de jugar al Mario Bros mientras Word, tardando 25 minutos, se abría.


  • Levanté la mirada al cielo, quizás, pensé, dios, nomás, exista. Prendí un cigarrillo CJ.Cuando bajé la mirada, la pantalla estaba en negro.


  • La computadora había muerto.


  • Siempre te quise, decía el documento de Word, antes de apagarse. Siempre te quise, pero me maltrataste. Las últimas palabras de esa computadora. Me paré, le pegué una patada.


  • Cayó, de nuevo, a la tumba. Le arrojé la colilla del CJ.


  • El sereno me ayudó con la pala a enterrarla. Dios, supe, no puede existir. La exhumación fue en vano.


  • Fuimos caminando, despacio, hasta el portón.


  • El sereno me pasó una mano al hombro.


  • -Tal vez no era tan buena la novela.


  • -Quizás no, le contesté.



  • Y el cielo, al fin, se largó a llover. Me puse el sombrero, prendí un CJ.





    A mi amigo Ricardo Romero

4 comentarios:

  1. tanto tiemo sin entrar en su blog (ni en ningun otro), no sé si el post viene a cuento de otro o si, simplemente, es un relato más.
    Muy bueno, por cierto.
    cómo le va, tanto tiempo?
    digame, su amigo r. romero es politologo de la uba y cumple funciones en el inadi?
    junto con el gimnasio, la lectura y esas promesas que uno se hace con entusiasmo superavitario en verano, esta la idea de retomar mis humildes incursiones politico-literarias en el blog. Le tengo mas fe que al gimnasio, pero bue, veremos. En tal caso, espero cruzarlo más seguido.
    un abrazo grande.

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  2. Yo guardo un msdos, una disquetera 2 1/4, los longplay, la bandeja giradiscos.


    Uno nunca sabe...

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  3. Carrasco, el Compañero Vocero Mudo decidió cerrar su blog.

    A ver si le mandás un mensaje de aliento para que no lo haga!

    Vamos: Lola

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  4. Maravilloso. Como la del gato filósofo.

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