martes, febrero 10, 2009

El voluntarismo de los otros.





Una vez, hace más de diez años –tomar conciencia de que uno dice: hace algo más de diez años, es fulero: estoy por cumplir 31, ya no puedo, verás, ser etiquetado como un joven K, sino como un adulto K, categoría que, creo, en la máquina de simplificar pájaros que significa hoy, y acá, el periodismo rabioso, categoría entonces que creo aún no existe- la revista América Libre organizó una gran jornada en Rosario para homenajear al Che Guevara. Era el año 97. Yo salía de una charla donde habían hablado el Obispo Pagura y Hebe de Bonafini. Había un stand de unas chicas, dos chicas, muy bonitas. Afuera, en los pasillos amplios del Patio de la Madera, estaban con su stand. Vendían unas publicaciones de nombres laaaaaargos e incomprensibles de temas aún más incomprensibles: claro, acertó, troskistas., las chicas eran troskistas. Pero mi sectarismo estaba por debajo de ciertas cosas que, a los 19 años, te parecen, ponele, más importantes. Así que me tiré de cabeza, a una pileta sin agua, buscando un imposible diálogo. Dialogar con una militante del PTS es un caso perdido. Más si, aunque a primera vista, podía caerles bien, a segunda vista no era nada más que un perejil del PC, ergo, un reformista, oh!, no: cruel insulto de aquellos años. Sigo. El caso es que la mina, la que me hablaba (la otra asentía) la verdad, se puso muy pesada: que si la dirigencia de la CTA hiciese tal cosa, que si las Madres de Plaza de Mayo hiciesen tal otra, que si el PC (y, claro, el Credicoop) hiciesen tal o cual, en suma, la expresión más arriesgada y desopilante de voluntarismo político que te puedas imaginar. Ojo, si leés demasiado al Che Guevara, y militás en la izquierda en pleno auge de la Alianza, no te queda otra que tender irresistiblemente al voluntarismo. Como era mi caso. Porque apenas si leía la literatura del “desviacionismo burgués” (categoría que me adjudicó un dirigente maoísta que, luego, creo, se perdió en Corrientes o alguna provincia del norte: me lo dijo durante una discusión sobre la necesidad, o no, del partido único en la inminente revolución que sobrevendría sobre ésta, nuestra, Patria. Curiosa idea: el arte debía servir para la revolución, pero siempre pendía de una soga muy pero muy fina: podías caer al “desviacionismo burgués”, sino leías las cosas adecuadas) que ahora me gusta, y ahora, además, o desde hace algunos años –pero no tantos- goza de mayor prestigio entre los círculos académicos. Los años del deterioro del posmodernismo, los años, justamente, de su esplendor, los años noventa, no tenían mucha cabida para leer a Vicente Battista, a Guillermo Sacomanno, a Osvaldo Soriano, a Juan Saturain, los llamados todavía (críticamente, porque había que poner en el mismo pedestal a todas las expresiones, así que llamados con culpa) “géneros menores” interesaban en otros bordes: las historietas, la música tecno, los recitales de los Redonditos de Ricota, los libros de cocina. Esas cosas. Y yo en aquellos años todavía seguía con profusión el boom latinoamericano de los escritores residentes en Europa en los años sesenta. O sus laterales. Como Ernesto Cardenal, que olía a sandinismo, o Vallejo, y Cortázar, claro, todo eso salpicado por Henry Miller (“tienen un efecto terapéutico maravilloso sobre mí, esas catástrofes de que hablan las pruebas que yo corrijo”) y Bukowski, o Barthes, todo muy, ponele, elemental. Así que no podía comprender como un exceso de voluntarismo lo que la piba del PTS, con buena voluntad y un poquito de neurosis, me decía, o me escupía. Queda bien decir que me escupía, da la imagen de convicción violenta. Y supongo que cuando escucho esos análisis voluntaristas, dónde la voluntad de equis sobredetermina el panorama político, y modifica paisajes sociales, y construye ucronías, todo eso nomás por la voluntad de equis, entonces, me acuerdo de esta chica. Por lo siguiente: en determinado momento le dije algo, que no recuerdo, pero era un chiste, y la cosa se quebró, la mina se quebró y sonrió, tomó aire y siguió. Ahí me di cuenta que tenía el discurso preparado. Que no había nada que hacer hasta que termine. Y cuando terminó, yo ya estaba tan podrido de escucharla, que, aunque probablemente, podría, bueno, en fin, estaba tan podrido de escucharla que la dejé ahí, ni recuerdo si terminó de explicarme su inmensa y reglada teoría de la revolución total e inminente con sólo modificar la inmensa falluteada de nomás que diez o quince tipos. Ni recuerdo si me fui antes del final de su discurso. Pero, de esas cosas me acuerdo a veces, o me acordaba ayer, cuando lo escuchaba a Atilio Borón con Aliverti, acá.

3 comentarios:

  1. Comparto absolutamente. Basta escuchar a ese "politicólogo" para comprender por que la izquierda (tal como él dijo) aún no tiene presencia electoral. Probablemente sea un buen hombre, pero cuando fue virrector con Shuberoff en la UBA ¿era de izquierdas? y cuando dirigió el CLACSCO (= burcocracia intelectural en dólares) ¿era de izquierdas?. En fin el Peronismo con todas sus taras y agachadas sigue siendo la opción para mejorar la calidad de vida de las mayorías necesitadas que "nunca podrán entener ese "izauierdismo" .... Además en ese programa pasaron una grabación de León Rozichner quién, debe dolerle tanto la acción de Israel en Gaza que derila, acusando al gobierno sionista de haberse vuelto capitalista y por lo tanto cristiano y que el cristianismo quiere la eliminación del judaismo para olvidar que de ahí proviene. En fin soy católico y creo en un Judio: Jesús, además soy peronista. ¿podrán estos dos intelectuales entenderme?, o en caso contrario perdonarme? chau

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  2. Me parece que la luz de Boron ya se ha apagado de hace rato.

    Lamentable, saludos

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