Tre-men-do, posta, Susana. ¿Qué es de la vida, che, que hace rato que no aparece, de la Princesa Máxima? La revista Gente, convengamos, tá re política. Así que llego a casa, madrugón, anoche; con un hambre tremenda y ganas de comer empanadas de choclo. Divino. A las cuatro de la mañana. Envalentonado; saco una lata de choclos; unas tapas para empanada de la heladera (sí, con una heladera así, ya me siento todo un hombre) y ahí ya me dio fiaca hacer las empanadas. De una. Así que, escuchá: uní las tapas de empanadas como si fuera una masa de tarta (tenía una masa de tarta; pero ya había abierto las de empanadas) arrojé en un bol la lata de choclo; queso rallado; un pequeño tomate perita cortado en cubitos; dos huevos, un poco de queso untable mezclado con crema de leche; cebollas picaditas bien bien chiquitas y arrojé con desinterés todo eso en la tarta para cubrirla con hojas de albaca. Una maravilla. Después me fui a acostar y leer la tremenda novela de Florencia Bonelli; El Cuarto Arcano, que había sacado de la librería por la tarde. Tremendo. No la saqué de ninguna librería; perdón, la saqué de la biblioteca. Dónde Romina, mi amiga –alguna vez coincidimos en alguna radio lejana en el tiempo- me contaba: (atención con esto que es tremendo y susanezco: la mina es licenciada en comunicación social, empleada de la biblioteca popular, pero…ay, diosito) la última posta: ¿sabías que los Kirchner pidieron asilo en Venezuela para cuando se terminen de llevar la plata del país? ¿Vos decís que es cierto?; me preguntó. Qué le iba a decir. Así que estaba en la cama, leyendo la novela (ambientada en Buenos Aires antes de 1.810; muy buena). Stop. Cambio de pantalla. En el cruel horario de las 10 de la mañana tenía tenía 5 llamadas perdidas al celular y estaba sonando y atendí y La Extraña Dama me decía algo del cerrajero y yo balbuceaba que el mundo es injusto y me levanté y apagué la luz y el libro que estaba leyendo estaba bajo la almohada y un dulzón olor a quemado salía del horno y, ay, ay, ay: un ladrillo de carbón salió humeante del horno. Lo miré horrorizado, Susana, no sabés. La puta madre. El ladrillo de carbón salió del horno humeando y empezó a perseguirme por todo el departamento y yo corría y gritaba y pedía auxilio hasta que el ladrillo negro se tiró por el balcón y volando dobló la esquina y nunca supe más nada de él pero todas las noches sueño con eso y me despierto transpirado y ay, Susana, qué es de la vida de la Princesa Máxima, che?
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