Cuando, anoche, salía de la casa de mi suegra a comprar una cerveza -venía con, bajo el brazo, la última película de Alex de la Iglesia, sabasa en una novela de Guillermo Martínez, y también de De Palma La Dalia Negra- veía, cerca de un árbol, a una mujer revisando la basura.
Cuando hoy, salía para comprar un vino tinto en la despensa del barrio para acompañar los tallarines, le pregunté a una abuela que, con sus nietos, vendía diarios a los autos que paraban en el semáforo, le pregunté por Página 12. No llegó, en todo el día, a Santa Fe, no llegó. Leí La Nación (siempre inteligente, siempre interesante, siempre bien escrito y, en este caso, con una editorial desopìlante contra la dictadura, vaya cosa: debemos estar haciendo algo bien para que esta gente esté tan enojada) y leí el semanario de espectáculos Perfil (siempre maniqueo, siempre bizarro, siempre pretencioso y mal escrito; pero hoy trae una joya de antología sobre el humor en la revista: una entrevista -sumamente pretenciosa- a Marcos Aguinis que, sí, es un pelotudo importante, con amagues de profundidad y frases absolutamente huecas, superficiales pero también, en cierto punto, divertidas: sus llamados a un golpe de estado son realmente imperdibles). La abuela vendía el diario UNO, porque el Litoral sale de tarde. Y se queda hasta la tarde. Me contaba que, desde que se rajó el padre de los pibes y murió su hija, ella se hizo cargo de los nietos y no tiene, los fines de semana, dónde dejarlos. Así que los lleva al trabajo; que es esa esquina, cuando el semáforo se pone en rojo.
Más allá de que en Santa Fe se están socializando los medios de producción a través del diálogo y el consenso, con este raro gobierno conservador que encabeza, con seriedad de cementerio, Hermes Binner, la pobreza estructural es un dato d ela realidad nacional. Que se repite, acaso de modo más salvaje, en los alrededores de Rosario, en el conurbano bonaerense, y en las capitales de provincias.
La pobreza más dura se desparrama en todo el país, pero, quizás, con menor violencia, con menor visibilidad reprimida.
Pero, en los alrededores de mi barrio, pasaba eso y terminé encontrando una curiosa relación entre bebidas y pobreza: si cada vez que voy a comprar algo para tomar, "aparece" en escena alguien arrojado a los márgenes del sistema -alguien que, sin embargo, está ahí nomás, como invadiendo y no: porque es, en el fondo, parte del paisaje, de un paisaje que se despliega veloz y lo invisibiliza- entonces quizás debería dejar de beber. Quedarme en mi casa. Taparme con la frazada. No hacer demagogia, o lo que es lo mismo, hacerme progresista.
Porque hay cierto punto dónde la demagogia tiene anclaje: cuando se siente como impulso, como injusticia, como necesidad.
Es curioso, cómo hay personas -y son mcuhas, y llevan muchos años- que no tienen articulación con otras identidades de, ejem, clase. Solamente pueden moverse entre sí, o esperar caridad, del otro lado del muro.
No tienen vinculación con los obreros que pasan por las bicisendas al mediodía, ni con los empleados municipales, ni con los punteros de la villa, ni con los vecinos de los barrios céntricos por dónde deambulan. No tienen conexión con la laberíntica e ineficiente red de contención estatal (porque el estado, ciertamente, no es del todo ineficiente: pero cuando se trata de atender a los más pobres, es completamente burocrático e ineficiente, cosa que no le sucede a mi amigo el constructor, que cobra más o menos en tiempo y forma las licitaciones, ni a mi amigo el abogado penal prograsista, que la junta en pala por ventanilla del juzgado; ni, por no ir tan lejos: a mí, que cobro todos los meses).
Es raro.
Es complejo.
El mundo sindical, tan ajeno a las almas candorosas y piscoanalizadas, queda a un abismo de estas personas arrojadas. Las consultoras progresistas que atesoran, perdón, asesoran en políticas sociales para el estado, para la iglesia, para empresarios culposos, quedan, también, lejos, distantes, extraños.
La obra pública que es, sin más, para las gentes despiertas sinónimo de caja, corrupción y clientelismo, no ponen en juego ninguna maquinaria de modo directo acá, pero quizás, de modo indirecto sí. Y no sé qué más decir.
Porque yo tampoco tengo ninguna vinculación con ese mundo.
Sé, sin embargo, que podría, desde el estado, algo hacerse. Sé, también, que cada día,e stamos más lejos de esas sensibilidades. Se viene la restauración conservadora, se viene Ileana Calabró y se viene, del otro lado, el progresismo, se viene el nuevo Ibarra, el nuevo De la Rúa, el nuevo Chacho Alvarez, el nuevo Menem. Se viene todo eso. Y nos iremos nosotros. Y hay gente que, sino igual, más o menos igual, va a quedar siempre.
brillante y a la vez tenebroso..q se venga todo eso da miedo!
ResponderBorrary no estoy d acuerdo en eso de "Y nos iremos nosotros", nono..hay un lugar y es el que tenes y eso no se va, desde ahi sigue lo tuyo esto q tanto defendes!
q no decaiga..ja me salto el candombe
Cuatro chicos se conocieron en la estación de tren no se cuán lejos del Once, decidieron faltar al colegio y viajaron juntos hasta el Once. Pasaron por la óptica pidiendo algo de plata para comer. Para mí los chicos todos son como mis propios hijos. Los hice sentarse y que me contaran un poco, tienen padres, están trabajando, ellos tenían que estar en el colegio. Chicos de hogares muy pero muy humildes (remeras con agujeros, pero limpias). Me los llevé al kiosco de al lado y les compré un pancho a cada uno y una Coca de 2 litros. Me los traje a la óptica para que coman sentaditos. El vecino de mierda de al lado vino a "solidarizarse" conmigo: señora, ¿está todo bien? avise si le hacen algo, mire que le pueden robar.
ResponderBorrarImaginate para donde va la solidaridad de Lagente, tiene miedo de que me roben, y no tiene miedo de que le roben la vida a cuatro chicos. Esto es una pesadilla, no termina más y puede ser peor. Vos le compraste todos los diarios a la vieja, te enteraste de su drama tremendo, a la mayoría le importa un pito la vieja, los chicos, todo.
En estos tiempos de euforia, "crispacion" y espera por la ley de medios (crucemos los dedos y predamosle velas a satan que hoy tiene que salir), bien viene ponernos de nuevo delante de los ojos lo que verdaderamente importa, lo que constituye el trasfondo constante en nuestra cotidianeidad. Bien viene sacarlo del trasfondo y volver a ponerlo delante.
ResponderBorrarYo también tengo una anécdota que no se por qué quiero compartir. Vivo en Ituzaingo, el conurbano oeste. Hace unas semanas me tocan la puerta (porque por aca de timbre ni hablar) y era un señor en bicicleta que me ofrecia sacar de la puerta de mi casa el tronco de un paraiso cortado. Le dije que no porque tenía raices todavia, estaba vivo y brotaba. Mi negativa no era por no lastimar al arbol que ya no estaba sino porque es un laburo imposible sacar las raices de un arbol sin matar las raices antes. De ahí en mas se desato la escena mas conmovedora y movilizadora que vivi en los ultimos tiempos. El tipo, Julián (de unos 50 años), se puso a llorar. Me contaba que no conseguia laburo, que habia conseguido uno en 2004 (precario segun llegue a adivinar) y que lo habían rajado. Que se venía de Pontevedra (cerca de Merlo) a ver si hacia alguna changa. Que hasta le habían prestado la bicicleta. Que no daba más. Lloraba él. Lloraba yo. Llorábamos juntos y con sentimiento. Tomábamos mate en silencio sentados en el cordon de la vereda. Fue lo único que pude hacer. Ni siquiera la demagodia de decirle que vamos a estar mejor. Son estas experiencias cotidianas las que nos bajan de un hondazo y entonces volvemos a mirar. Volvemos a ver y no podemos dejar de sentirnos impotentes, angustiados, solidarios. Solidaridad que no resuelve nada (ni a el ni a mi), pero que es inevitable. Estoy de acuerdo con esa certeza que desde el Estado hay cosas que se pueden hacer, es cuestión de empezar a presionar para que se hagan. Como? no se me ocurre. Por ahora, tomar mate con Julián se transformó en una rutina semanal que nos acerca, humanamente, nos acerca.
por lo que veo mi comentario viene un poco tarde, el post y los comentarios son de mayo. Y bueno... ando atrasada
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