Mi vecina de abajo es una vieja loca. Acaba de mandar una carta a la presidenta del consorcio para quejarse de mí. Por dios. Así no se puede. ¿Qué culpa tengo yo de que ella haya estado durmiendo cuando me equivoqué de puerta? ¿A quién, por favor, se le ocurre estar dormido a las cuatro de la mañana? Me mudo. Se van a la mierda. Una pregunta: ¿los trotskistas, no viven en edificios? ¿No van a reuniones de consorcio jamás? Entonces porqué rompen tanto las pelotas con las asambleas. En las reuniones de consorcio, donde se sacan los ojos, discuten miles de huevadas, donde los vecinos concurren con chalecos antibalas; en esas reuniones, jamás de los jamases lograrán ponerse de acuerdo sobre la cantidad de vatios que requiere el foco de la puerta: y vos querés que discutan un presupuesto participativo!!!.
Naa, seamos serios. El diálogo y el consenso quedan muy bien vistos por la tele: en una asamblea de consorcios, donde se discuten los grandes temas concretos, ponerse de acuerdo en tres o cuatro puntos de cara al futuro es una quimera. Las bases, la gente común, cuando entiende que se delibera sobre lo que considera sus intereses reales, tiene menos experiencia en acordar, consensuar, negociar, dialogar que en multiplicar la tabla del ocho en arameo. Cuando se discuten cosas que no hacen a sus intereses reales, como la educación, el consejo de la magistratura, el Indec, los bonos indexados por Cer, el tema de la lechería o la política científico técnica del país, entonces quiere garrotazos a los que se niegan al consenso.
Todo bien, pero no. Es más, te cuento una: yo fui a una asamblea barrial en Parque Centenario. Habremos sido, en el auge de la cosa, allá por el 2002, unas trescientas personas más cien del Partido Obrero, cien del MST y cien que habían leído Mil Mesetas y eran más hinchapelotas que un trotskista opinando sobre la ruptura de Palabra Obrera.
Bueno, se discutía en una jerga un cacho incomprensible (yo soy un muchacho del interior, lo más de izquierda que conozco es el Partido Demócrata Progresista) y sobre temas… medio que ajenos y lejanos y nadie se ponía de acuerdo en nada. Se armaban unas batallas campales. Entonces, yo tomé el micrófono, buscando congraciarme y ser popular, como siempre, y expliqué, que para mí, la culpa de todo la tenían los porteros. Los sueldos de los porteros, que son altísimos, vecinos: he ahí la raíz oculta de los problemas latinoamericanos. Ovación. Lucas, Lucas, coreaban todos. Me entusiasmé. Dije que había que combatir la sinarquía porteril internacional; que en el libro Los Protocolos de los Sabios del Portero se explicaba claramente que los porteros eran una secta que querían apoderarse del mundo, a través de la expoliación de nuestros salarios y manejando nuestras finanzas, que existía la plusvalía, ok, pero también el sindicato de porteros. Exigí una distribución progresiva de los ingresos, que grave la renta financiera y baje el sueldo de los porteros (el tema de la minería todavía no era preocupación en Avellaneda y Caballito). Ovación, aplausos, alguna lágrima, vítores. Rematé, diciendo: “en ningún país del mundo, como España, Estados Unidos y Francia, los porteros viven como ricos. Basta, terminemos con la explotación. Patria o Muerte. Venceremos”. Bravooooooooooooooo!!!!!
Re copado.
Y así fue que este muchacho del interior, persona buena, ingenua y medio boluda, como todos los del interior, tuvo su día de gloria entre las luces porteñas.
Naa, seamos serios. El diálogo y el consenso quedan muy bien vistos por la tele: en una asamblea de consorcios, donde se discuten los grandes temas concretos, ponerse de acuerdo en tres o cuatro puntos de cara al futuro es una quimera. Las bases, la gente común, cuando entiende que se delibera sobre lo que considera sus intereses reales, tiene menos experiencia en acordar, consensuar, negociar, dialogar que en multiplicar la tabla del ocho en arameo. Cuando se discuten cosas que no hacen a sus intereses reales, como la educación, el consejo de la magistratura, el Indec, los bonos indexados por Cer, el tema de la lechería o la política científico técnica del país, entonces quiere garrotazos a los que se niegan al consenso.
Todo bien, pero no. Es más, te cuento una: yo fui a una asamblea barrial en Parque Centenario. Habremos sido, en el auge de la cosa, allá por el 2002, unas trescientas personas más cien del Partido Obrero, cien del MST y cien que habían leído Mil Mesetas y eran más hinchapelotas que un trotskista opinando sobre la ruptura de Palabra Obrera.
Bueno, se discutía en una jerga un cacho incomprensible (yo soy un muchacho del interior, lo más de izquierda que conozco es el Partido Demócrata Progresista) y sobre temas… medio que ajenos y lejanos y nadie se ponía de acuerdo en nada. Se armaban unas batallas campales. Entonces, yo tomé el micrófono, buscando congraciarme y ser popular, como siempre, y expliqué, que para mí, la culpa de todo la tenían los porteros. Los sueldos de los porteros, que son altísimos, vecinos: he ahí la raíz oculta de los problemas latinoamericanos. Ovación. Lucas, Lucas, coreaban todos. Me entusiasmé. Dije que había que combatir la sinarquía porteril internacional; que en el libro Los Protocolos de los Sabios del Portero se explicaba claramente que los porteros eran una secta que querían apoderarse del mundo, a través de la expoliación de nuestros salarios y manejando nuestras finanzas, que existía la plusvalía, ok, pero también el sindicato de porteros. Exigí una distribución progresiva de los ingresos, que grave la renta financiera y baje el sueldo de los porteros (el tema de la minería todavía no era preocupación en Avellaneda y Caballito). Ovación, aplausos, alguna lágrima, vítores. Rematé, diciendo: “en ningún país del mundo, como España, Estados Unidos y Francia, los porteros viven como ricos. Basta, terminemos con la explotación. Patria o Muerte. Venceremos”. Bravooooooooooooooo!!!!!
Re copado.
Y así fue que este muchacho del interior, persona buena, ingenua y medio boluda, como todos los del interior, tuvo su día de gloria entre las luces porteñas.
Capo, si me decís donde es la esquina esa de Avellaneda y Caballito voy y te hago un monumento.
ResponderBorrarMuy bueno el programa
Capo, si volvés a leer y notás que hablo de dos barrios, te pongo al lado de mi monumento.
ResponderBorrarMuy bueno el programa.
Yo, por las dudas, tengo varios amigos porteros. Ya van a ver cuando llegue el momento...
ResponderBorrarLas asambleas de caballito con los troskos eran un papelón. Nosotros estábamos con los bolsones de comida y ellos discutían de... ¿de qué?
Me acuerdo de la asamblea en la que no se podía votar y donde las reuniones eran interminables.
Sos un groso Lucas, lo mejor y más hilarante es cuando te regodeás en el esteretipo del militante asambleísta trosko, una maravilla digna de Capusoto o Barcelona
ResponderBorrarAna
Lucas, la portera del edificio de la óptica gana 6000 por la antigüedad, porque hace ella todas las horas extras y las suplencias, y además cobra 60 pesos por jardinería, lo que significa echarle agua a la planta de la entrada. Y no se va de vacaciones porque quiere cobrar doble, las vacaciones y el sueldo. Es la persona que más gana en el edificio, son todos pobres gatos y ENCIMA LE DAN PROPINA.
ResponderBorrarHya un teólogo - no recuerdo el nombre- que decía: "El alma humana no existe, tal como se puede comprobar en cualquier reunion de consorcio".
ResponderBorrar