sábado, agosto 08, 2009

2.Hacia una derecha democrática?




Fue en nombre de la Nación (anterior, se sabe, al estado: tanto como el ejército, que es quien hizo la independencia; y creo el estado independiente. No importa que esto no sea tan así; que hayan sido las improvisadas milicias populares las que resistieron las invasiones inglesas, y no los cipayos de lustre tan cobardes para una guerra en serio pero tan valientes para secuestrar madres de playa de mayo o torturar monjas. Lo importante es que este es un saber, digamos, consolidado: el ejército es anterior al estado; porque cuando a los “civiles” se les ocurrió crear un estado, y se levantaron y dijeron, eureka!, vamos a independizarnos e importar a los pavotes cosas de Inglaterra, pues el ejército ya estaba despierto: se sabe, los milicos se levantan muy pero muy temprano. Al pedo, pero temprano. Costumbre que copiarán nuestros célebres holgazanes: los patrones del campo.) la mayoría de los golpes de estado. Hasta que, el golpe al gobierno recientemente electo de Perón, inauguró otro gran invento argentino; como la birome, el dulce de leche, y la epidemia de psicólogos; la argentina, siempre original, nunca taxi, inauguró el golpe de estado que se hace en nombre de la democracia. Así como bombardear la principal plaza del país se hacía en nombre de Cristo (porque cristo vence) que, como todos sabemos, no bombardeaba civiles desde aviones porque en la época de cristo no había aviones (aunque sí criminales y torturadores y dictaduras, y casualmente estaban en el bando contrario: pero ese es, apenas, un detalle historiográfico); la dictadura llamada Libertadora se hizo para instaurar la democracia.
Antes de eso, los golpes se hacían en nombre de la Nación. Porque Irigoyen practicaba, según el Partido Socialista –tan coherente en estar siempre en el bando contrario a los obreros- ese gobierno practicaba la muy aborrecible “política criolla”; y según los exportadores, aunque no les había tocado el modelo vigente (pero habían cambiado dráscticamente los términos de intercambio) se trataba de un gobierno permisivo por los sindicatos (las grandes masacres cometidas no fueron registradas convenientemente) y los nacionaliztas consideraban que la democracia era, según una frase posterior de Borges, un abuso de la estadística. No importa que Irigoyen haya hecho 17 intervenciones provinciales, incluidas los gobiernos proto peronistas de San Juan y Mendoza.
En nombre de la nación, de un interés superior, de un horizonte más lejano (digamos, Inglaterra) se interrumpió esa aberración de considerar a un nombre, nacido en estas tierras, igual a un voto.
La modalidad de la negación se superponía a muy creativas formas de injusticia; de la cual la Corte Suprema del año 30 fue otra gran originalidad nacional.
Fueron los valores superiores, la armonía social, el llamado de la patria los que una y otra vez –ya culposamente- “postergaban” la democracia. En un mundo donde la democracia no era, ni de lejos, mayoritaria. Donde a las amenazas populistas del fascismo y en menor medida del no muy católico nazismo (el pacto del nazismo con la dictadura vaticana eran leídos, correctamente, como dos entidades distintas: solamente hay pacto de mutua impunidad en la medida en que son dos entidades distintas. Sumado a ciertos aspectos plebeyos y populistas del fascismo original italiano; en la argentina fueron mayoritarias las adhesiones de la derecha al franquismo; ya que esa dictadura bestial se consideraba católica; una mismidad con la dictadura vaticana) se erguía el ascendente leninismo; y los Estados Unidos (en su etapa menos “liberal” en la acepción argentina del término) disputaban seriamente el liderazgo mundial con Inglaterra, generando una abierta contradicción al interior de las clases dominante argentinas.
La forzada y culposa sustitución de importaciones e instituciones sui generis del estado de bienestar, que despliegan principalmente el socialismo de derecha con Pinedo a la cabeza, se desarrollaba en un ambiente de muchísima crispación política al interior de la clase dirigente, aún marginando a las mayorías populares. Justamente, la negación y marginación de las mayorías era el único punto en común de esta disputa, que tiene dos acontecimientos simbólicos: el asesinato de un senador santafesino mientras el socialista Pinedo (lúcido ministro de economía; quizás, el antecedente más claro del conservadurismo popular, o de los conservadores lúcidos; que como hijos del irigoyenismo se alían en varias provincias posteriormente al peronismo); por las denuncias de Lisandro de la Torre; y el “alejamiento” de Ortíz de la presidencia de facto tras variadas operaciones de la inteligencia inglesa sobre la yanqui; entre otras causales locales.
Esa modalidad de la negación de las mayorías populares, se superponía a dosis de represión al sindicalismo (ya sin la brutalidad de las masacres de Irigoyen) y fundamentalmente un fuerte disciplinamiento social; de tipo, en la jerga de la época, “higiénico”.
Pero ya en el irigoyenismo, momento donde se comienza a rescatar al rusismo; así como durante breves intervalos de la dictadura que lo sucedió, y principalmente en las tesis y el comportamiento de Federico Pinedo se ensayaba el “conservadurismo popular”; que se complementaron al interior del amplio paraguas peronista; en el inmenso laboratorio de participación y democratización social que esa experiencia populista representó.
Ahí nacía una nueva táctica de la derecha: no negar, no higienizar, no masacrar, a las clases populares. Hacerlas partícipes de la voz del príncipe.
El peronismo, lamentablemente para este sector, no fue solo eso. De ahí a las contradicciones que signaron su final en la antesala de la libertadora: la ruptura con el sindicalismo combativo, con la iglesia integrista, con los milicos corporativos.
Esas contradicciones, quedaron fuera, en buena medida, del estado, cuando Lonardi fue echado de una patada por Aramburu y Rojas.
Ahí, la derecha volvió a ser brutal; salvaje, “democrática” y especialmente cínica. Ahí se incubaron las experiencias posteriores que derivan en Onganía: el restablecimiento del conservadurismo popular, con participación ciudadana tras una etapa de “educación cívica”; purgados los elementos combativos y sindicales clasistas; purgados los elementos populares y las capas medias intelectuales. Tamaño proyecto requería de muchos años, al estilo Franco en España, para plasmarse. Y en el remoto caso de que fuera viable, un talento político que no tenían ni Onganía, ni los radicales golpistas ni Vandor. Pero ahí fue donde Perón desde el exilio radicalizó sus teorías y tácticas, a tono, también, con el dicotómico clima de época.
¿Puede que ahí, de esas experiencias, haya surgido lo que sea que representan Macri y De Narvaez y que, sobretodo, puedan decirse peronistas?
No solamente.
Las experiencias de Vasena, Alzogaray y Manrique, de partido-empresa, de orden y progreso; por un lado, también deben haber incidido.
Y sin dudas, el tercer peronismo, “el mejor Perón”, según De Narvaez, es determinante.

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