la rebeldia del que es fuerte y tiene que cruzar los brazos

Algunos dicen que debemos eliminar del
poema

los remordimientos personales,
permanecer abstractos,
hay cierta razón en esto, pero
¡Por Dios!

Se me cortó la luz. Qué ganas de llorar. En esta tarde gris. La puta madre que los parió. Juro por la patria, los santos evangelios y la plataforma de proyecto surf que lo que estaba escribiendo era modestamente genial, he perdido todo, mi texto, mi casa, mi esposa, mi perro: se me fue la vida en una página de word. No somos nada, posta. Me acuerdo de mi pobre conejo, que falleció a la tierna edad de dos años, arrollado por un tranvía en la esquina de 1 de mayo y rioja, en Rosario. Crimen aún impune. Que marcó mi paso por esta vida. Somos lo que queda de las heridas de la infancia. Presenciar el asesinato de mi conejo podría haberme llevado a escribir Las Tumbas. Pero no, estaba escribiendo un simple y pelotudo informe sobre un miserable proyecto de ley de la más absoluta intrascendencia, si es que resulta filosóficamente posible que una intrascendencia sea absoluta, o bien, que cualquier pelotudez sea absoluta; con lo cual, el ser dejaría de ser, justamente, devenir. Un estar, un momento, una incandescencia cognoscitiva y la puta que los parió ya iba dos páginas y era un profundo embole esa boludez y tengo que volver a escribirla. Yo no soy Rodolfo Walsh ni Belén Francese! Las ideas no me fluyen como un torbellino, sino como una precaria necesidad de tomar vino. Cuando me siento inspirado lo único en que puedo pensar es en las formas sensuales de una Quilmes tan helada que calienta, oh madre de todas las batallas. Y esa tendencia a mirar el reloj. Odio el trabajo, la explotación del hombre por el hombre, el fetichismo de la mercancía, los fines de mes. Por todos los santos y por Claudio Lozano, no quiero blasfemar, pero porqué tengo esa puta costumbre de hacerme el galán de modas y nunca guardar lo que voy escribiendo, no soy Cacho de Buenos Aires, por favor, soy Carrasco de Entre Ríos, un servidor, si usted no viene a cobrarme. La luz estaba ahí y se fue. No somos nada. Anda, que no quede intacto un poro en la batalla: necesito recuperar esa huevada que escribía. Me niego rotundamente a volver a comenzar. Díganle a Claudio que ordene que se haga la luz, y que el documento recuperado, esa magia tecnológica que tan bien reemplaza la melancolía, se haga presente, entre nosotros, nuestro señor.
Si seguimos así, compañero Urribarri, con estos cortes de luz, vamos a parecernos a las grandes capitales del mundo. Ahí está, después dicen que no hay tal crisis energética. Cómo que no, mentirosos, granujas, si se me acaba de cortar la luz. Traigan al Indec que me lo desmienta, culpa de Polémico Moreno, váyanse ya, estamos hartos, la puta madre.
Me niego y me niego y me niego a volver a comenzar a escribir ese horroroso informe, ni ahí, mis nervios no aguantan más, están a mil vatios, dejen de joder. No pienso atender el teléfono. Ni una coma. No mando nada. Me niego a ser humillado y vilipendiado y estrujado por las patronales, como si sólo fuera un cuerpo atlético con una cara bonita y una inteligencia privilegiada, jeje, perdóname señor Claudio Lozano, he pecado de soberbia y vanidad. Te conté de la vez que me fui a confesar por primera vez y no se me ocurría ningún pecado? Pasa que después de tanto quilombo para tomar la comunión, yo era un pendejito de 9 años peinado a la gomina, en casa habían organizado una fiestita para toda la parentela, incluidos mis amigos del barrio, y yo, ahí, frente al cura, que no se me ocurría ni un solo pecado para confesar. Así que inventé algunos pecados como para zafar y confesarme. Desopilante, pero es verdad. Aguantame un toque, escribo ese informe de mierda y te sigo contando.