una estatua viviente apoyada sobre un farol descansa y recuerda

Cuando era chico quería ser honesto. Ahora, no me conviene. Abundan, lo sé, las personas honestas, y aunque todas las personas que conozco se esfuerzan por decirse honestos, yo sospecho, y en algunos casos sé, que no son honestos. Y en el fondo resulta muy complejo serse honesto, que es el modo, el duro aprendizaje, de perdonarse.

Supongo que a cierta edad las cartas ya están echadas. Y que nunca se va esta sensación de estarse actuando, cobrando un sueldo existencial que uno, mucho, no merece. Cierta noción de engaño, mezclada con culpa.

¿A qué va esto?

Muy buena su pregunta, debería contestar en la imaginaria conferencia de prensa donde los miedos, los entretelones, los fantasmas todos se visten de periodistas en ese innoble arte de destrozar y ridiculizar al otro. Llevo a un periodista mercenario, llevo a un periodista enano en el lugar donde debería vivir mi enano fascista. Me mete cámaras ocultas, me deschava, se siente bien dejándome como un tonto, un equivocado, una impostura. La parte oscura de mi alma es éticamente reprochable, pero esa parte jamás se cuestiona: es mi enano periodista: le chupa un huevo no ser mejor que nadie pero se empeña venenosamente en demostrar lo contrario.

Cuando era chico, además de querer ser honesto, quería ser también periodista y escritor y militante y astronauta, también quería ser astronauta, y marinero, y casarme con la vecina de la esquina. La vecina de la esquina, que con los años se puso fea y torpe, se casó. Por suerte no fue conmigo. Honesto no he logrado ser; autodestructivo en cambio, que es como un premio consuelo, sí. Y aunque mediocre o a veces muy malo, el resto de las cosas las he hecho. Menos la del astronauta y el marinero, pero esas ganas ya se me fueron. Con los libros de Julio Verne. Y de Salgari. En esos años donde quería ser eso, y no me preocupaba si bueno, si mejor, si mejor que mis adversarios, en esos años donde quería escribir un viaje a planetas imposibles, di la vuelta al mundo en ochenta días y llegué a la luna en cohete, navegue en submarino por los mares y conocí el centro de la tierra y naufragué con un mono que se llamaba Viernes. El tiempo, creo a veces, me dio esta vida de segunda mano. Y otras veces creo lo contrario. Me dio esta revancha. Y la mayoría de las veces ni siquiera pienso en estas cosas.

y por lo menos todavía, me gustan estan canciones.