En una libreta tenía, mi amigo, anotados los precios de distintos pasajes.
En tren, algo así como treinta pesos
desde Rafaela, en Santa Fe, hasta Tucumán. Con una parada, solamente, en La Banda , Santiago del Estero.
De Tucumán, a Bolivia. A los cincuenta y pico de años. Con la esperanza de
vender un cuadro por día, pinta paisajes. A los turistas europeos, que van con
Euros. No creo que en su vida haya vendido un cuadro, ni creo, tampoco, que se
vaya a ningún lado.
Pero la historia estaba entretenida, en la libreta, tenía
anotado cada precio de alojamientos y pensiones, los precios de la comida, la
arquitectura colonial de las calles de La Paz.
Me enteré que el boliviano está a 1,85 pesos y que en Lima, en Perú, la
noche está llena de promesas. Con mujeres desesperadas y hambrientas de
artistas.
La meticulosidad del sueño contenido en esa libreta daba
algo cinematográfico. A mí me caen bien los locos, así que terminé pasando toda
la tarde en ese bar. Hablando sobre un viaje que mi amigo nunca iba a hacer. Y pasó otro amigo, después otro
que no veía hace mil años, y otro más.
Voluntarioso, me había hecho un listado mental de cosas por hacer: darme una vuelta por la oficina, trabajar, un par de reuniones, llegaba a la una del mediodía y a las ocho de la noche ya estaba en casa, haciendo las valijas. Y hoy, ahora, mientras escribo, ya debía estar sino llegando a Clorinda, por lo menos viajando. El plan salió un poquito mal.
Voluntarioso, me había hecho un listado mental de cosas por hacer: darme una vuelta por la oficina, trabajar, un par de reuniones, llegaba a la una del mediodía y a las ocho de la noche ya estaba en casa, haciendo las valijas. Y hoy, ahora, mientras escribo, ya debía estar sino llegando a Clorinda, por lo menos viajando. El plan salió un poquito mal.
Eran las nueve de la noche y yo seguía en el bar. No hice
nada de lo que tenía que hacer, pero sé un montón sobre Bolivia, sobre Perú,
sobre trenes en clase turista que atraviesan argentina, sobre comidas baratas
que se cuecen en el norte, y la mentalidad de los turistas europeos que compran
cuadros con euros. Voraces turistas europeos tirando billetes, desesperados
como los yanquis en Walt Mart un día de rebajas. Sensibilizados, y sexualizados,
por el arte, paisajístico, de mi amigo. Como que un poco mucho, eh.
Un amigo de la infancia en el club, pasó como a las seis de
la tarde, venía de comprar un regalo a sus hijas, por reyes. Así que la charla
sobre Bolivia y Perú quedó ahí. No hablaba con él, este otro amigo, desde hace
20 años. Por lo menos. Y estaba reventado. Vendiendo, como viajante,
enciclopedias que ya no se venden, en las ciudades del norte entrerriano. La
parte entre pobre e incierta de Entre Ríos,
donde no están las mejores tierras, y los jóvenes se marchan en cuanto aprenden
a caminar. Vendiendo libros que ya no se venden. Ganando nada. Internet, dice,
nos está matando.
Buscando otro trabajo. U otra ciudad. U otro planeta.
También me gusta la gente que busca otro planeta.
Y está la
Fiesta del Dorado, la del Ternero, la del Río, en el norte
entrerriano: ciudades aburridísimas con un festival folclórico anual, que
congrega a las autoridades municipales, a escritores malísimos, a familias de músicos,
a señoras jubiladas y a los chicos de las escuelas más pobres, a colaborar con la Gran Fiesta. Escuelas donde la
señorita es muy respetada. Y la Seño , muy católica ella, es
una vieja frustrada que cuenta chismes. Donde las alumnas, calladas, mirando la
ventana, sueñan con casarse con un porteño y los alumnos, en el recreo, planifican
un robo de bancos.
Pero hasta los bancos dan pena. Cierran a la una. Los
gerentes ganan fortunas: como tres mil pesos, con aguinaldo.Y las ciudades se
duermen a la siesta. Un viajante sudoroso, con enciclopedias y libros de
enfermería, la camisa planchada, un hotel de mierda. Vendiendo en módicas
cuotas, señora, esta enciclopedia que condensa el saber universal. Trae las
cosas nuevas: ADN, avances en el cáncer, computación y cultura china, es
ideal para pasar de grado y saber de todo. Como un periodista. Sabe de muchas
cosas casi nada.
Y cuando se caza un carpincho, se vende ilegalmente el cuero
por una pequeña fortuna, y hay fiesta en la playa, el carpincho se corta en
postas y se mete en una olla con verduras y algo de grasa. Tiene un gusto a río
que demuele. El carpincho está en extinción, dicen, pero los pescadores no sacan ni sábalos
de 20 centímetros .
Y en las islas, los terratenientes que las usurpan para el
pastoreo, contratan tiradores contra el abigeato, pero por una buena moneda van
a hacer la vista gorda. No están para cuidar carpinchos, sino la vaca del patrón.
Que pasa, reluciente, en una embarcación hecha pedazos, y las vacas arriba,
enjauladas, a paso de hombre sobre el río, desde los ranchos inundados los
miran pasar.
Una novedad, la que sea, se cotiza en alza. El último
celular, una carrera de motos, el sobrino que llega de Finlandia. Capaz que en
otra vida fui un hachero. Y vi las topadoras que me sacaban el trabajo. Y no
quería irme, sino que todo lo ajeno se fuera de mi mundo.
Pero eso fue en otra vida.
lucas carrasco, el soriano del Litoral.
ResponderBorrarA todos nos gustan las historias de personas que quieren estar en otro planeta, y agradezco que las cuente.
irán cantando los vinos que Don Carrasco tomaba ...
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