domingo, abril 18, 2010

El surubí y el pulpo





Ayer estaba sentado con una amiga en un banco del puerto, en Paraná. Como era de noche, los camalotes se veían lejos, como botellas flotando en el río.
Parecía una noche de verano. Y estamos a mediados de otoño, cuando las golondrinas llegan desde Canadá y dejan un atardecer al año el cielo negro.
Yo comía un choripán. Suficiente con que al mediodía había comido verduras. Canelones de verdura con salsa a la bolognesa.
Ese choripán, con gusto a tergopol relleno de cartón prensado me lo vendieron en uno de los carritos del puerto. Sobre la vereda que da al río hay montones de carritos. Venden chorizos y fernet en vasos industriales. Y en el puerto se juntan los chicos de escuelas pobres que toman vino barato con los niños ricos que tienen tristeza y juegan al rugby y toman ácido y agua mineral. Todos tienen zapatillas blancas. La leyenda cuenta que unos se las roban a otros, pero no sé si es tan así. Más bien me parece que es al revés.

En esos carritos trabajan familias enteras. De piel curtida, oscura -si bien en nuestro país no hay racismo: sólo hay negros de mierda, pero ese es otro cantar- y trabajan rápido, eficientes, gordos y contentos. Y pibes que, por dos monedas, trabajan como locos y a desgano, orgullosos de saber que el lúnes podrán llevar a la novia a otro carribar. La vida de los trabajadores de carribar transcurre entre carribares. Y plazas, parques, puertos, policías, parejas abrazadas e inspectores municipales.


Queda feo en la gente de a pie tirarles mierda a la pobre gente que se las rebusca con dignidad. Entonces se inventan idioteces, como la mafia de los carritos.

A diferencia de mí, la mayoría de la gente no es racista ni clasista ni hija de puta. A mí, la gorda ésa que hace choripanes, me cae mal. ¿Acaso los concejales no regulan esta actividad?

 ¿Porqué en los hoteles, para servir comida y bebidas, piden dos baños y antebaños y azulejos y medidas de higiene recontra regladas? ¿Porqué estos negros pueden competir sin pagar alquiler ni impuestos, es más, hasta le afanan luz a la municipalidad -que pagamos todos- y usan el espacio público?

Obvio, no soy tarado, no lo digo así, queda mal.
Me invento la existencia de una mafia de los carritos.

Un inescrupuloso buscavidas proveniente de un barrio del Fonavi  que se compró tres carritos, le paga dos mangos a la gente y coimea a los inspectores. Un hijo de re mil putas. Y nadie hace nada.

El capo de la mafia de los carritos ya tiene 7 carritos y monopoliza el puerto. Cambió el falcon, le compró una Zanella 50 al hijo, tiene una amante -dicen que la lleva todos los domingos al Walt Mart y gastan fortunas- y el tipo los tiene amenazados, a todos, está entongado con la policía y con la ONU.

Pasa un chico con una vincha blanca, le queda mal. Va con otro chico de camisa floreada, como un acordeonista de Los Palmeras. Al medio, la chica que va con ellos tiene un vestido de saldo. Son pendejos. Van entusiastas. Tienen zapatillas blancas. Podrían vivir, de acuerdo a las estadísticas, unos 55 años más. Quizás nunca salgan más lejos que hasta el puerto, y miren el río soñando con cruzarlo, quién sabe. En una de esas tienen suerte y trabajan en Puerto Madero como primer oficial de albañil o entran como suboficial en la policía de Corrientes.

A esa edad, yo no sabía cuánto cuesta una zapatilla, ni la entrada a un boliche, la boleta del gas, una play en cuotas. A esas edad, eso sí, yo no usaba esas vinchas horribles. No quería heredar el trabajo de mi papá, al contrario, y tenía claro que del modo que sea yo iba a trabajar con los dedos. Comiéndome las uñas.

El choripán estaba feo, la noche sin estrellas. Y no llovió. Debe ser el calentamiento global. Hay que parar la locura inmobiliaria, la industrialización, el consumo irracional.  Y que queden afuera los adolescentes con vincha, que esperan aunque sin saberlo que suba fuerte la construcción, o sabiéndolo: esperan un golpe de suerte, mientras sueñan con casarse con la piba del barrio y tener una casa con parrilla. Y tres habitaciones.

Ultimamente estoy intolerante con los ecologistas, los higienistas sociales, los progresistas reaccionarios. Y también conmigo mismo.

¿Dónde está la inversión social para que los pibes viajen a Córdoba si andan bien en la escuela, dónde las fiestas populares, los boliches gratuitos, los subsidios a zapatillas de marca, los trenes baratos para jóvenes, los clubes abiertos, los campeonatos de fútbol, los talleres de murga, los centros juveniles, los tratamientos ambulatorios, los recitales en las plazas, los anfiteatros con cumbia, las fábricas estatales de camisas floreadas?

Por cada pelotudo subsidiado en supuestas sofisticaciones intelectuales y culturales, perdemos la oportunidad de hacer justicia. Esos pelotudos nos odian, nos van a odiar: creen que somos vulgares, estúpidos, amarreados, perversos, brutos.

 Démosle más razones.






5 comentarios:

  1. Me gustó mucho el post. Si igual los ilustrados se van a regodear en su propia merde, porque no ir más allá.

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  2. Me hiciste antojar, Lucas. Esas milanesas de patí y de surubí que comía en Santa Fe. ¿Todavía las hacen y te las sirven con el limoncito?
    Eddie

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  3. Luqis anduviste haciendo pobring?
    :P
    negrito.

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  4. POBRING: expediciones que hacen los ricos, como luquis y sus amigos, para experimentar por un rato lo que es ser pobre.
    Negrito.

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