miércoles, julio 28, 2010

Fuego, fuego!




A dos cuadras de mi casa pasa el tren, de carga. Hay un par de tipos que van corriendo adelante, y en las esquinas, con una bandera roja, paran el tránsito. El tren va tan lento. Y toca bocina. Al costado de las vías hay un caminito donde la gente corre o camina o anda en bicicleta.
Hay días que agarro en una punta el tren y lo sigo, cuadras y cuadras. Camino, rápido, a la tardecita, y no tengo que pararme en las esquinas a esperar que pasen los autos. Hasta más o menos la costanera. Después me siento en unas mesas de un barcito sobre el brazo del río. Me quedo ahí, un rato.
A veces encuentro a alguien, pero casi nunca.
Cuando ya bajó el sol, me vuelvo. No por el mismo camino, sino que bordeo la costanera, tomo el boulevard, paso por la despensa.
En la esquina de mi casa ya lo presentí, como una sospecha: dejé el fuego prendido. Está bien, no pasa nada. A lo sumo, la pava, estará podrida, ardiendo en el infierno. Me encontraré, con la pava, cuando me vaya al otro mundo. Me voy a encontrar también con mis amigos, mis ex novias, mis mejores familiares. En el paraíso me aburriría, conocería menos gente que en la costanera de Santa Fe. Un jueves al atardecer.
En el segundo piso sentí el olor a humo. Cuando abrí la puerta, estaba todo negro. De humo.
Hace casi un año también se incendió la cocina, esa vez, mi pequeña se bañaba y dejó la cera de depilar en la hornalla y se prendió fuego. Yo escribía al lado algo que seguramente me tenía metido. Y ni cuenta me dí del fuego. Ahora, parecía un poco más sustancioso, más vigoroso, ese fuego, ese humo, y yo más solo.
Salí de nuevo al pasillo, agarré el matafuego, menos mal: lo habían recargado. Volví a entrar. Me tapé la boca con una remera que mojé en el baño. Hasta el baño llegaba una bola espesa de humo, bien negro. Entré a la cocina y sin ver a qué le tiré con el matafuegos. El humo aumentó. Me agaché. Volví a tirarle adonde más o menos calculaba que estaba la hornalla. Y con los ojos apretados cerré el gas. Después corté la luz.
Salí de la cocina, abrí las ventanas. Como el humo aumentaba, salí al pasillo.
Antes de ir a llamar a los bomberos, quise comprobar, por última vez, si no se había apagado (la vez pasada funcionó). Abrí la puerta, otra vez esa masa de humo y el calor. Un humo espeso, con un olor raro. Como a aceite quemado.
Efectivamente, una botella de aceite estaba derretida sobre la cocina, una parte, y había manchas en el suelo. El fuego de la hornalla se había apagado, quedaban unos golpes de fuego sobre el piso. Lenguetazos de fuego, leí en no sé qué novela, ya me acordé en cuál, pero no recuerdo cómo se llamaba el autor.  Les vacié, desde arriba, el matafuego, sobre los charcos de fuego.
Me fui hasta la habitación y esperé, respirando por la ventana. Después, volví a la cocina. No había fuego.
Una vez, cuando tenía 12 años, en la escuela República de Entre Ríos, me electrocuté con un cable que estaba salido sobre la llave de luz. Me salieron, al toque, unas ampollas feas, y me dolía un montón. La señorita, una boluda total, me retó, por meter la mano en la pared. Qué será de la vida de esa maestra, era boluda, pero me caía bien. Capaz que porque me decía que yo era brillante. Siempre fui tan vanidoso. 
Han pasado tres horas, ahora. Todavía hay algo de humo dando vueltas.
Todas las paredes están negras. El techo también.
Parezco camuflado en una trinchera. La frente negra, la ropa negra. Un polvillo tapa el piso. No puedo prender el calefón, voy a esperar unas horas.
Volví a conectar el interruptor de la luz eléctrica. Las luces andan. 
La computadora, también.
Debajo de unos diarios que están ahora arrugados y tristes, está El ahorcado de Saint Pholien. Me quedan unas 40 páginas para terminarlo.
Me voy a dormir.
No puedo acordarme cómo se llamaba la señorita de séptimo grado.


2 comentarios:

  1. Te lo dije hace varios post atrás, y rubrico: aún con algunas (complicadas) diferencias de fondo (meras posturas ideológicas) creo que hay algo muy rico en tu narrativa; realmente tenés una suerte de poética provinciana llena de vicios urbanos (y torpes, espontáneos, humanos) que me resulta brillante. Saludos.

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  2. Se te quemó el boliche y te hacen un solo comentario sobre tu narrativa... No te ofrezco ir a sacar el humo de las paredes porque estoy lejos (y soy fiaca), pero contá con mi apoyo moral en la ardua tarea... del resto no hablo porque me parece muy bueno y no quiero inflarte el ego en un momento tan duro...
    Juan Carlos

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