lunes, agosto 23, 2010

Cómo era La Maga para un blogger K




De la mudanza, cuando ya sabía leer pero no había entrado en la primaria, había quedado Rayuela, de Julio Cortázar, en la biblioteca. Era la parte intermedia: mi vieja, cuando yo era pendejo, no me dejó leer algunos libros, me recomendó y compró con mi abuela otros, que devoré. Mientras mi vieja se iba de maestra rural o en escuelas nocturas, mi abuela me daba plata para las facturas, en la escuela primaria, si le copiaba una hoja, sin errores, de Julio Verne, de Borges, de Herman Melville, de Esopo, de Mark Twain, de Samaniego. Entre los prohibidos -que, más vale, leí a escondidas- había uno traumático, cuyo nombre no recuerdo, estaba Sade, con sus 120 días, pero en general, eran poquitos. Mi vieja me los escondía debajo del colchón de su cama (yo le revisaba todo, buscando mi primer droga: aspirinetas, y libros copados)
Los intermedios incluían a Hermann Hesse, a Alberto Moravia, dos de Agatha Christie, uno de Peter Cheyney (Cinco Perfumes y un Crímen).
En el camino, están los libros que no recuerdo al autor, casi toda la colección original del Séptimo Círculo, de Borges y Bioy Casares, el asma, las noches que pasé despierto, los días que falté a la escuela, el hospital, todo eso. Entre los intermedios, con tapas negras, viejísimas, traído de Rosario y la mudanza, estaba Rayuela.
 La hice larga a la introducción. Pero, Rayuela, cuando era un botija primero y un gurí al cruzar el río y pasaba días en cama, cuando después, en la pubertad, me iba dando cuenta que no iba a ser Troglio ni Alzamendi y que como 5 era bastante flojo, porque todos me ganaban corriendo, cuando después de la operación del quiste, aunque yo era zurdo, la derecha la tenía con pata de palo, cuando, bueno, en fin: la maga, en mis sueños, nunca fue una  modelo copada, jamás estuvo buena, la maga, más bien usaba, como casi todas mis novias luego, unos anteojos de diseñadora posmoderna, tenía apenas tetitas, una pose que te joroba la espalda, una mirada, eso sí, una mirada de ojos marrones y comunes como en cualquier cárcel del país, pero qué franqueza, cuánta ternura, si me han querido, mierda, una mirada lenta y tierna y perdida, porque la maga estaba como afuera del tiempo, me quería, como nadie, la maga que imaginaba, tenía pasado y no lo contaba, más aún, no le importaba el mío y era una masa, la maga que imaginaba tenía caderas anchas y estaba un poco gorda, escuchaba jazz, obvio, pero pintaba más bien punk, no era buena, pero miraba Chiquititas. La maga que yo quería era bastante común, solamente yo sabía que era una mina genial, el consorcio nunca se enteraría que, mientras, yo le quería hacer un monumento a la nobleza. La maga que yo imaginaba era ausentemente mía, tierna, de corazón voluptuoso, con ella, no sé, con ella era, valía la pena todo.  Solamente yo sabía que podía inmolarla y hacerle una estatua imaginaria. La maga que yo soñaba existió varias veces, nunca la encontré cuando salí a caminar por París, pero no soy boludo: no es su culpa, es que aún no se dieron las cosas. Pero a la maga, nena, estoy enamorado desde hace mil años de vos, nunca la encontré firmando autógrafos, ganando premios. La maga que yo imaginaba se hacía amiga de mi hermana. La ayudaba a mi abuela cuando se olvida algunas cosas, la ayudaba a mi vieja cuando se le sale la prótesis, me leía cuentos cuando me internan por enfermedades caretas de la presión. Mientras la maga, mi maga, que trabaja en un supermercado para musulmanes en los suburbios de París, mientras me busca y no me encuentra, yo estaba boludeando con reuniones y demás. Pero no me puedo quejar. La maga que imaginé no existe. Si existiera, pulverizaría mis sueños, mi infancia, mi adolescencia, lo poco que, después de todo, me sirve de materia prima para entregar, cada mañana y con cara de empleado ejemplar, este valor agregado de alto chamuyo. Metete en el culo lo de blogger K, yo tengo que trabajar, gil.
La maga que soñé no existe. Eso no importa. A veces me jode dejar de soñar con la maga que soñé, sumarme a las modas refinadas, hacer giladas, decir estupideces, eso sí, fijate, me rompe un poco las bolas. De todas las renuncias, la única que no voy disfrutando es la renuncia a los viejos sueños imposibes, el viernes, mientras iba en un trolebús, pensaba, mirando la ventanilla, en eso: siempre supe, o cuando era más pibe si querés apenas sospeché, que lo que sueño no existe, pero, querido, por eso lo sueño. Porque no existe.
Renunciar a lo que no existe, renunciar a soñarlo, me parece una gran cobardía.  Y sí, qué querés que te diga.
Qué querés que te diga?

6 comentarios:

  1. Lo que pasa - dijo la Maga, revolviendo la leche sobre el calentador -
    es que la felicidad es solamente de uno y en cambio la desgracia parecería
    de todos.
    Mas que por no ser cobarde, soñar es lo que nos hacer ver que estamos vivos y no que simplemente el corazón late
    Saludos

    ResponderBorrar
  2. lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro




    bueno, a mi también me gustaba la maga, y la única manera de acercarme era leer y volver a leer. y finalmente aprenderme párrafos de memoria, y recitarlos internamente. como con tantos otros libros.

    habrá que cupar a cortázar por tanta maga inexistente en nuestras vidas. y por escribir las más hermosa y perfecta definición de peronismo, además.
    y los más maravillosos prólogos.
    y las más mejores traducciones de los poemas de poe.
    ah, por algo tengo una foto de julio en la mesita de luz..

    ResponderBorrar
  3. A medida que crecés, te lo dice alguie que te lee hace mucho, radicalizás el discurso. Sos divino, Lucas, sos divino. Hay mucha, pero mucha gente que te adora.

    ResponderBorrar
  4. Lucas! sos un grosso, sabelo.

    ResponderBorrar
  5. lucas, me parece a mi o vos leiste mas a bukowski que yo??

    ResponderBorrar
  6. lucas, me parece a mi o vos leiste mas a bukowski que yo??

    ResponderBorrar