domingo, agosto 01, 2010
El post que no va a escribir Mendieta ni yo
Hay una canción que identifica a Ricardo Fort. No sé cómo se llama, la canción. Ibamos escuchando esa canción, en un taxi, con Mendieta y una amiga de Santa Fe. Yo tenía la ventanilla abierta. A las siete de la tarde y el auto iba rápido, el viento entonces me pegaba en el dolor de cabeza. En la estación de trenes sobre el Boulevard, en Santa Fe, hay un bar. Ahí tomamos el taxi. Paramos un rato en ese bar, porque habíamos caminado toda la costanera de la laguna, hasta el puente colgante, donde ya empieza el puerto y el río Paraná. Mendieta contaba que ya no era ateo. Lo miré, con la cara cansada, pero no sé cómo explicarlo, a mí se me sube la adrenalina cuando pasan cosas así, me dan ganas de chicanear, de divertirme, de hacerme si se puede un poco más cínico. De que se me ocurra algo ingenioso, apenitas hiriente, querendón también, pero que quiebre esa lógica, ese momento. No se me ocurrío nada y además, cuando contó que estaba empezando a ser agnóstico, me reconocí, de callado, que capaz que yo también. Que capaz que últimamente vengo pensando mucho en los días de la infancia, cuando fui un pibe lleno de sueños y vanidades ingenuas, cuando pasé el metro y me fui a un metro diez, un metro veinte centímetros y me quería comer el mundo y tenía los pelos por debajo del hombro y una barba incipiente y el primer sémen y las chicas y los planes que hacía para ponerme en la mano, y apretarlo, a todo el globo terráqueo, cuando iba a comerme el mundo dejó, de a poco sí, de importarme dios. Y me culpaba de irme alejando, inexorable, de dios. Y después, ahora, ya uno curtido, las ojeras, las batallas diarias, las que valen la pena y las otras, las inútiles que debilitan el aburrimiento, la espalda algo cansada, la muerte que empieza a ser un ritual social, la abuela de Maia, el Mencho, Sandoval, Dechi, Elenita, el Cantor Castor, los nombres que se cruzan en salas de velatorio, la enfermedad, el tiempo, la nada, la más ridícula de las nostalgias, la nostalgia por lo que no fui. Y lo que no fuimos, con el Pájaro, con Julián, con Lucio, con Nahuel que decidió dejar de ser y un buen día mandó todo a la mierda y se tiró, como a la pileta cuando éramos chicos en el club Echague, pero de la terraza de un edificio en Córdoba. Tengo treinta pesos, en el bolsillo. Las salas de velatorio, siempre tienen café. Y azúcar y edulcorante, dietético. Endulza pero no engorda: hay que cuidar la silueta. Esta humildad resignada, este poquito que me siento cuando me siento y lo pienso. Qué se yo. Cuando me doy cuenta de algo que no sé explicar, ser apenas eso. Las tardes así, mientras anochece. Los días que me quedo en casa y cierro la puerta y apago el teléfono. Las cuatro de la tarde en una mesa de Cocodrilo cerca del parque Lezama y yo extrañando la siesta entrerriana. Tomando un ascensor en Puerto Madero y subiendo a la reunión que no me importa, o con Patucho y Franco en una parrilla de Parque Patricios mientras me bajo mil cigarrillos y descanso la espalda y los dolores, pero siempre esas ganas de estar comiendo postas de suburí, metidas en la cacerola, la cacerola es negra, con grasa, con las islas correntinas enfrente y Perrín Godoy hablando de Perón en Chile, las cajas de vino hacen basura sobre el piso de tierra, tan limpio el piso, y es de tierra, y un cantor, musicaliza Mi Lugar, rasguido doble y con arpegio, de Julio Federik; hay un gorrión afónico, se cae del jacarandá, levanta vuelo hasta otros inviernos, con $10 me compro dos atados de puchos, me quedan 20, una barcaza oxidada lleva vacas aburridas y pasa lenta tan lenta arrastrando camalotes, "otro lugar sera mejor, pero este es mío". El puente colgante está iluminado, pero tienen frío, Mendieta y Marcela, están cansados, no quieren cruzarlo. A veces, a la noche, me quedo en la mitad del puente y miro cómo el viento azota el agua y los autos pasan y las chicas, por el caminito, vuelven del boliche riéndose y hablando de facebook y mi barba y mi campera y las manos en los bolsillos y todo lo que ha pasado y lo que nadie sabe pero de todos modos sucederá, seguirán los días, las derrotas, las amarguras, eso de levantarse, tener suerte, andar bien, beber menos, emprender pequeñas cosas que ahora módicas llenan los días, las tardes que paso mirando la soja desde la ventanilla, los días que se acumulan esperando soplar las próximas velitas hasta que un día ya no esté el del cumpleaños para soplar nada y las velitas queden apagadas y algunos lloren y me extrañen durante un tiempo. Los camalotes van a seguir. A ninguna parte. Después irán a otros cumpleños, comerán otras tortas, se enamoraran, pagaran la boleta de la luz, cargaran crédito en el celular, besaran una chica en la plaza. Como hemos hecho, como he hecho. Las viejas novias se enamoraran de mis amigos, mis hermanos les contarán a sus hijos del tío, ése que estaba un poco loco. Como yo, como seguiré haciendo mientras los que se mueran sean otros. Ojalá que los que se mueran sean los otros. Ojalá pudiera cambiar toda mi vida por un cacho de felicidad para mi vieja, ahí jubilada, con esa soledad tan concurrida. Para mi abuela, ojalá me animara a hacerle un homenaje. Cómo no pensar, cómo que no, en la posibilidad de dios. Cómo no hacerlo, mi amor, una trascendencia necesito, después de no haberme comido el mundo capaz que me rindo y le dejo a dios que ocupe el placard donde puse mi sueño de ser el 8 de la selección, las canciones que nunca canté en el Luna Park , el beso que nunca te dí, Silvina. Que esa melancolía de lo imposible se vaya a la mierda y que venga dios.
Aquí están mis recuerdos y mis sueños,
Aquí creció la sed de mis empeños
Y aquí seré feliz o habré perdido
Aquí aprendí a querer, aquí he cantado,
Aquí también sufrí, y aquí he llorado
Como el niño que fui, de cara al río.
Por eso no me voy, porque no puedo,
Porque este es mi lugar y aquí me quedo,
Otro será mejor, pero este es mío.
Entonces doblamos por el boulevard y nos sentamos en la estación de trenes, que ahora es un centro cultural. Pedimos algo al mozo y después subimos a un taxi hasta el barrio Siete Jefes. El servicio meteorológico anuncia una ola de tristeza, las señoras sacan la reposera de la vereda, prenden la estufa y miran la novela. La taxista era una mujer que iba fumando marlboro, bajé la ventanilla, los tres atrás. Iba rápido, bordeando las vías muertas del tren. La que separa a los pobres de los ricos. Además de la policía, esa tarea la hacen las vías muertas de un tren que también murió. Sin velatorio. Y la canción de Ricardo Fort, esa canción, hasta ayer odiosa. Mendieta, en joda, movió la cabeza. Como festejando el tema. La taxista subió el volúmen. Y se copó, y lo subió mucho más, al volúmen. Los parlantes vibraban, cada golpe, el bajo, una batería electrónica, de teclado, un cross a la mandíbula. Arltliano, de aguafuertes. Mendieta seguía bailando con la cabeza la canción. Nos reímos. Y la taxista puso el volúmen al palo. Bien al palo. Qué situación.
Mendieta, me dijo, al oído, a los gritos:
-Esto, Lucas, es un post.
Y yo saqué la cabeza por la ventanilla para que el viento me pegue una cachetada. Para que la frente deje de joderme con esa estufa interna que me palmea obsesiva. Sería, sí, un gran post.
Si pudiera transmitir lo que sentí. Si pudiera transmitir lo que creo que sintió Mendieta. Porque un buen escritor sabría, aunque no haya sucedido nada, describir esa emoción, ese segundo gordo, esa cosa, ahí. Todos los ahí que a veces se amontonan en un solo y preciso ahí. En el momento. Escribirlo, ya. Antes de que se vaya. Antes de que se caiga por la ventanilla y se pierda como un barrilete entre el viento. Este baldío en pleno centro, los días en que sólo soy una patada. Esa emoción, indecible, esa emoción sin nombre, sin ser una sola, tan compleja, divertida, a su modo, un segundo, apenitas un segundo que dura y quise atraparla y después escribirla y condensarla y emocionar al que lo lea, hacerlo sentir esto, lo mismo que yo, gritarle: entendeme!, y mirar por la ventanilla y decir algo una sonrisa decir lo que sea que no importa pero tristemente esperanzado como un grito que uno se grita por dentro con los brazos abiertos como festejando una maravilla inmensa que es triste pero verdadera y te llena y entonces, bueno, eso.
Fue como un baldazo de agua fría.
Lucas, si pudieras describir ese momento, jamás hubieras dudado que dios no existe.
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bello.
ResponderBorrarMe recordó a una escena de Thelma & Louise: antes de que se tiren por el barranco.
ResponderBorrarAbrazo a ambos.
Jeeeee! Me pregunto si no nos habrá faltado tirarnos del barranco después de escuchar "la canción de Fort".
ResponderBorrarLindo post Lucas querido, mi chico para mesita de luz... ayer fue un buen día con usted, Mendieta & cia.
Siempre sos un poco Fox Mulder, Lucas... "paranormal activity", "the truth is out there", y "i want to believe". Estos no son tus posts, son tus x files. Alomejor.
ResponderBorrarUna de esas veces que pienso que sos un gran escritor.
ResponderBorrarel editor (fantasma). Un post que te obliga a venir y decirte: Te mando un abrazo. (Linda foto la de don Mendieta y usté en la Federación Agraria! Buzzi esta encantado!)
ResponderBorrarDos reflexiones que me despiertan este post:
ResponderBorrar1) Con los años, con los pequeños achaques que más o menos vamos disimulando, más que agnosticismo, nos agarra una nostalgia de Dios. Extrañamos un tiempo en que nos resultaba más fácil creer. Y, en el fondo, pensamos que sería más justo un mundo en el que no fuera justo el cinismo.
2) ¡Sos un enano! O Mendieta estaba sobre una tarima.
buen post, me acuerdé de José Sbarra en los pro y los contra de hacer dedo...
ResponderBorrarPerdón Marcela, pero no me gustó que comentaras este post...para mí que no conozco a los protagonistas está mejor pensar en una Marcela de ficción y no en una que se materializa comentando.
ResponderBorrarObviamente no es contra tuyo Marcela real
Golpe de alma, Lucas.
ResponderBorrarLos mejores posts son aquellos que se nos escapan antes que podamos atarlos a las letras, aquellos que nunca vamos a escribir.
ResponderBorrarUn abrazo
si, pero dios no existe
ResponderBorrarA toda la lista que escribiste, le podés agregar "poder escribir como Lucas". Por un cachito, estuvimos en ese taxi.
ResponderBorrarEstamos de acuerdo, este post forma parte de tus X-files
"Realmente creo que si existiese algún tipo de dios, no estaría en ninguno de nosotros. Ni en vos, ni en mí... sino, simplemente, en este espacio chiquito entre nosotros. Si existe algún tipo de magia en este mundo, debe estar en el intento de entender a alguien, de compartir algo". (July Delpy, Antes del Amanecer).
ResponderBorrarSalú, pues: por las epifanías escurridizas, por la euforia momentánea, por la conciencia fulminante y fugaz de ser amigo/a de alguien. Gracias por el post.
Hermoso!!! ahh... lloro como una condenada tonta. Dios existe en este post
ResponderBorrarTe veo esta semana, beso
Maru
linda foto antigua, allá cuando se cosechaban utopias como la 125! salute
ResponderBorrarEsta muy bien
ResponderBorrarguille
Están los que se encuentran en los centros cívicos, en los registros civiles, en las ventanillas de los bancos. Y están los que se encuentran en las rutas.
ResponderBorrarMendieta.
es un problema oscilar mucho entre el pueblo de uno y la gran ciudad. remueve muchas cosas y nunca terminas de estar en ningun lado . se te nota re bajon, pero escribiendo re bien-
ResponderBorrarMe gusta cuando escribe así con viejazo.
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