El talentoso y circunspecto Carlos Trillo, un amigo, suele emplear una expresión muy útil en su precisa imprecisión para calificar lo incalificable, aquello que sólo se puede describir acudiendo a la elegante ambigüedad que presta un polisémico adjetivo: inmejorable. Una película, una torta, incluso la impresión que alguien causa pueden ser, ante la pregunta interesada del curioso más o menos impertinente, inmejorables. En todos estos sentidos, por ejemplo, el discurso de Biolcati en la Rural fue inmejorable.
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